miércoles, 1 de junio de 2016

Casicuentos para Rita: Ciberbog XX Vacios

El magnebus se desplazaba cadencioso por las calles de la villa, llovía, mi mirada se perdía a través de los cristales mojados entre la gente que iba y venía como autómatas o buscando un destino que probablemente nunca encontrarían. Aceleró el ritmo al entrar en la pista interurbana, las casas quedaban atrás con rapidez, tenía la sensación que mi vida también estaba quedando atrás. Pasé por delante de su casa, tan solo pude observar sus ventanas durante un instante, lo suficiente para hundirme hasta el fondo en el profundo vacío que me había dejado.
Las casas dejaron paso a campos verdes llenos de árboles, de vida y pronto llegó el mar con su azul intenso tan solo roto por los blancos de las olas rompientes. El mar demasiado grande para abarcarlo, demasiado profundo para entenderlo, demasiado bello para sentirlo sin que te desborde, demasiado lejano siempre. Y el verde se volvió marrón rojizo y el azul amarillo, los campos de cereales formaban olas mecidos por un viento cada vez mas frío. Cada vez mas lejos, de mi villa, de mi vida, de ella y sin embargo siempre era ella hacia donde caminaba para no encontrarla nunca.
Los túneles que daban acceso a ciudad central eran grandes y oscuros. Tenías la sensación que te devoraba nada mas entrar. Te engullía sin dolor para que le sirvieras de alimento. Millones de almas se consumían para alimentar a una bestia de hormigón, metal y plásticos. Millones de vidas se perdían sin mas sentido que sobrevivir, pasar un día mas y otro y otro hasta alcanzar la muerte. Un destino del que pocas personas huían, un destino del que pocas personas querían huir porque ni tan siquiera sabían que era al que estaban abocados. Sueños, esperanzas, deseos que nunca llegaban ni llegarían nunca. Autómatas productores de bienes que estaban fuera de su alcance y de los que nunca llegarían a disfrutar. Tan solo unas migajas para mantener el orden, para acallar los gritos para crear la mentira de una vida y la ficción de un sociedad equilibrada y justa. Vidas vacías.

Me bajé del magnebus y caminé por unas calles en las que apenas entraba el sol, tan solo cuando estaba en lo mas alto. Sus edificios de altura incalculable proyectaban de manera continua su sombra, casi una noche en las calles que nunca tendrían un amanecer. Encontré sin dificultades el alojamiento que previamente había reservado en la red. Aun mediaba la tarde, me quedaría allí hasta el día siguiente en el que partiría hacia otra ciudad. Mi viaje no había hecho más que comenzar.