El magnebus se desplazaba cadencioso por las calles de la
villa, llovía, mi mirada se perdía a través de los cristales mojados entre la
gente que iba y venía como autómatas o buscando un destino que probablemente
nunca encontrarían. Aceleró el ritmo al entrar en la pista interurbana, las
casas quedaban atrás con rapidez, tenía la sensación que mi vida también estaba
quedando atrás. Pasé por delante de su casa, tan solo pude observar sus
ventanas durante un instante, lo suficiente para hundirme hasta el fondo en el profundo
vacío que me había dejado.
Las casas dejaron paso a campos verdes llenos de árboles, de
vida y pronto llegó el mar con su azul intenso tan solo roto por los blancos de
las olas rompientes. El mar demasiado grande para abarcarlo, demasiado profundo
para entenderlo, demasiado bello para sentirlo sin que te desborde, demasiado
lejano siempre. Y el verde se volvió marrón rojizo y el azul amarillo, los
campos de cereales formaban olas mecidos por un viento cada vez mas frío. Cada
vez mas lejos, de mi villa, de mi vida, de ella y sin embargo siempre era ella
hacia donde caminaba para no encontrarla nunca.
Los túneles que daban acceso a ciudad central eran grandes y
oscuros. Tenías la sensación que te devoraba nada mas entrar. Te engullía sin
dolor para que le sirvieras de alimento. Millones de almas se consumían para
alimentar a una bestia de hormigón, metal y plásticos. Millones de vidas se perdían
sin mas sentido que sobrevivir, pasar un día mas y otro y otro hasta alcanzar
la muerte. Un destino del que pocas personas huían, un destino del que pocas
personas querían huir porque ni tan siquiera sabían que era al que estaban
abocados. Sueños, esperanzas, deseos que nunca llegaban ni llegarían nunca.
Autómatas productores de bienes que estaban fuera de su alcance y de los que
nunca llegarían a disfrutar. Tan solo unas migajas para mantener el orden, para
acallar los gritos para crear la mentira de una vida y la ficción de un
sociedad equilibrada y justa. Vidas vacías.
Me bajé del magnebus y caminé por unas calles en las que
apenas entraba el sol, tan solo cuando estaba en lo mas alto. Sus edificios de
altura incalculable proyectaban de manera continua su sombra, casi una noche en
las calles que nunca tendrían un amanecer. Encontré sin dificultades el
alojamiento que previamente había reservado en la red. Aun mediaba la tarde, me
quedaría allí hasta el día siguiente en el que partiría hacia otra ciudad. Mi
viaje no había hecho más que comenzar.