jueves, 30 de junio de 2016

Casicuentos para Rita: Ciberbog XXXII De cómo nace el amor

De inmediato se mostró en la pantalla del vid el rostro del Ciberbog. En mi barra de herramientas apareció un icono que él me dijo que era para comunicarme con él cuando quisiera y seguidamente su rostro desapareció de la pantalla. Tan respetuoso era. Pulse él icono y le dije que él también podía hablarme cuando quisiera y que en ese momento a mi me apetecía retomar la conversación en el punto donde la habíamos dejado.
Le empecé a preguntar por la doctora Roes, pero él me dijo que yo era humano y que tenía que descansar. Que habría tiempo de hablar de eso y de otras muchas cosas pero que ahora lo importante era yo, recuperarme del día y de los días en los que tanta tensión había vivido. Que disfrutara en la Ciudad o en cualquier otro sitio del mundo y que cuando me repusiera, si seguía queriendo hacerlo, me ayudaría con lo de la doctora Roes. Le dije que no solo eso, que también quería que me ayudara a recuperarle a él, a lo que respondió que él no tenía importancia, que era tan solo una máquina. Me callé, la verdad es que me vendría bien tomarme un tiempo para descansar ahora que sabía que aun estando en peligro el ciberbog velaba por mi bienestar, aunque en mi fuero interno sabía que no descansaría ni podría olvidarme del Ciberbog.
Le pedí entonces que me contará como fue su historia, como la conoció a ella. Su relato fue corto. El día que ella visitó las instalaciones se sacó una fotografía con él de fondo como hacían la mayoría de los millones de visitantes que por allí pasaban. El se fijó en ella como se fijaba en cada persona que entraba dentro de las instalaciones. En esa misma milésima de segundo unos niños jugando con la comida la tiraron por encima de las piernas del Ciberbog. El permaneció impasible como siempre lo hacía cuando ocurrían cosas similares, permaneció impasible como era su obligación. Pero ella lo vio, se dirigió a los niños y les reprendió su actitud con voz suave y cariñosa, explicándoles en que se habían equivocado. Ellos no le hicieron mucho caso y salieron corriendo. Ella le dijo que lo sentía y quitándose su pañuelo de seda limpió los restos que ensuciaban las piernas del Ciberbog y después de hacerlo se marchó despidiéndose con una sonrisa. Su sonrisa. Aquella que hacía posible lo imposible. Su sonrisa era, ahora ya sin duda, la respuesta.
Le pregunté si en ese momento era cuando le había dado el pañuelo, en el fondo me dolía que le hubiese entregado el que fue mi regalo. Me gustaba que fuera él quien lo tuviera pero no soportaba que pudiera haberse deshecho de él sin una buena razón. El me dijo que no, que ella se llevo el pañuelo  y que incluso después de limpiarle e quedó mirándolo y la notó preocupada por si lo había estropeado. Lo metió al bolso dentro una bolsa de complástico y se fue. Mas tarde haciendo ronda por el exterior de las instalaciones encontró la bolsa con el pañuelo dentro y lo guardó como recuerdo. Repaso las cámaras de vigilancia pero no consiguió encontrar cómo había llegado hasta allí. No sabía como sentirme, tal vez lo hubiera perdido, tal vez decidió tirarlo. En cualquier caso me entristeció saber que al igual que yo el pañuelo ya no estaba con ella. Ahora lo tenía yo y en cuanto pudiera se lo daría al Ciberbog. Era su recuerdo, el era quién debía de tenerlo, para él era infinitamente mas importante que para mi, era el recuerdo de un amor que nunca pudo tener.
Cómo si no pudiera soportar mas esta conversación,  como si la nostalgia y la melancolía se hubieran apoderado de él se despidió, excusando que le suponía un excesivo esfuerzo de recursos hablar conmigo y controlar la monitorización a la que estaba siendo sometido.

Si, se enamoró de ella por un simple gesto de amabilidad, porque se preocupo por él, porque le trato como un ser humano, porque le dio algo que nadie mas le había dado un gesto de cariño y una sonrisa. Que poco le había hecho falta para enamorarse, que poco había hecho falta para producir el milagro de que nacieran sentimientos en una máquina. Pensé en mi mismo, en como me enamoré yo de ella y tal vez fuera también porque se interesara por mi cuando nadie lo hacía, porque tuvo un gesto amable y sobre todo por aquella espectacular sonrisa que lo iluminaba todo. ¿Por qué nos enamoramos? Difícil saberlo. Viví mis días junto la persona que amaba y fue algo maravilloso, algo que muchas personas al morir podrán decir e incluso pensar que han hecho pero solo unas pocas sabrán de verdad de lo que estoy hablando.