Dudé un instante, un largo instante, había tenido demasiado
suerte hasta ahora, demasiada si realmente me estaban buscando. Había entrado
sin problemas en un lugar que se suponía altamente protegido, inaccesible,
inexpugnable pero había encontrado la puerta de atrás, algo así como la que se
reservan los programadores informáticos para saltarse los largos y tediosos
protocolos de seguridad de acceso a sus propios sistemas. Demasiada suerte
porque incluso entrando por esa puerta trasera podía haberme cruzado con muchas
personas que pudieran haberme parado aunque seguramente dieran por supuesto que
si estaba dentro es porque tenía que estar, al fin y al cabo en aquellas
enormes instalaciones trabajaba tanta gente que no se conocían los unos a los
otros. Eché en falta tener una tarjeta de identificación que llegado el caso
justificara mi presencia. Cerré la puerta de bioingeniería y rebusqué y
encontré, de nuevo ayudado por una suerte que parecía no acabarse, el
departamento de limpieza. Abrí la puerta y entré con confianza.
La puerta daba acceso a una amplia estancia donde había
preparados y perfectamente ordenados diferentes carritos de limpieza. Se
diferenciaban útiles, productos… estaban diseñados para atender necesidades
diferentes de cada departamento, en cada uno una hoja plastificada con los
riesgos y medidas de prevención para la salud de cada zona. Así no me fue
difícil identificar los de bioingeniería que contaban con un mono blanco con
capucha, unas babuchas para cubrir los pies y una mascarilla para la cara que
entendía que pudiera ser mas para evitar contaminar que para evitar ser
contaminado. Varías puertas daban acceso a otras estancias entre las que se
encontraban los vestuarios, entré y me encontré a dos hombres departiendo sobre
el último acontecimiento deportivo. Observé sus identificaciones pertenecientes
al centro comercial y me metí en la conversación defendiendo con vehemencia la
posición contraria a la que ellos sostenían, no tarde en provocar el efecto
buscado, me saludaron y excusándose tener que ir a sus labores salieron por la
puerta. Quedándome solo podía me concentré en una hilera inacabable de
taquillas, buscaba una identificación y un uniforme que me permitiera suplantar
la identidad de alguien del equipo de limpieza de la zona de bioingeniería. Fue
fácil, tan solo tuve que ir abriendo las papeleras para encontrar los trajes y
babuchas de bioplastic reciclable para acotar la zona. En las taquillas
adyacentes probé la contraseña 1234aB y no tarde en encontrar una que se
abriera. La suerte no me sonrío esta vez y la taquilla estaba vacía, no tarde
en encontrar una segunda que respondía a la misma clave, vacía… encontré varias
así y todas vacías lo que confirmó que tal y como había pensado era la clavé
básica para todas y que luego el usuario podía y debía cambiar. Sabiendo que el
ser humano a veces se despreocupa de este tipo de cosas y más si cree no tener
nada valioso que proteger seguí marcando la misma clave hasta que encontré una
que estaba en uso.
Saqué de ella un pijama de limpieza blanco e impoluto, unos
zapatos de seguridad blanco que me quedaban un poco grandes pero que me valían
y una redecilla para el pelo, me lo puse todo y seguí rebuscando para encontrar
la tarjeta. No hubo suerte, no estaba allí, por lo menos en eso no había sido
descuidado su propietario. Metí la clave en otra taquilla, y en otra pero no se
abría ninguna, me sudaban las manos y las metía dentro de los bolsillos del
pijama para secármelas, sorpresa sorpresa, había una tarjeta en ella, la saqué
y era precisamente lo que buscaba, una identificación de limpieza de
bioingeniería. Miré qué había en el resto de bolsillos y encontré una larga
lista de números de puerta con códigos alfanuméricos al lado, seguramente había
dado con un nuevo empleado. Sin duda tenía la suerte pegada al culo.
Iba a salir de los vestuarios cuando instintivamente me paré
delante de otra taquilla, era exactamente igual a todas pero fue como si de
alguna manera me atrajera hacia ella. Sin pensar metí el código 3271Es, increíblemente
se abrió. A primera vista me pareció vacía pero palpé con mi mano la balda de
arriba que estaba por encima del alcance de mis ojos y noté una tela. La saqué,
era el pañuelo de seda que guardaba como recuerdo el Ciberbog, el mismo que yo
le regalé a ella. Me lo acerqué a la cara para impregnarme con su aroma y los
recuerdos se agolparon en mi cabeza paralizándome, ni se cúanto tiempo estuve
parado rememorando. El inmenso vacío que sentía no me impidió sin embargo
llegar a una conclusión, con toda seguridad el Ciberbog, entero o por partes,
seguía allí.