Atrapado en la noche
vigilante de la oscuridad
sin decir adios
frente al cansancio de no poder más
segura de sí misma
te utiliza para ganar
sin cerrar los ojos
déjate enamorar.
Como animal caliente
su lengua violenta tu boca
invisible caricia
déjate arrastrar por la noche.
Segura de sí misma
te utiliza para ganar
sin cerrar los ojos
déjate enamorar.
Deja correr la noche
entre tus dedos sin hablar
antes que rompa tu viaje
ahogado en un trago más.
Como animal caliente
su lengua violenta tu boca
invisible caricia
déjate arrastrar por la noche...
El juego de Xarle quería ser un espacio para la reflexión y el pensamiento. Así empezó pero pronto se llenó de amores olvidados. El amor lo inunda todo, nos desborda cuando lo sentimos, nos desborda cuando no nos corresponden. Este espacio ya no es mío, es tuyo, es mi regalo. Aquí estará esperando siempre a que tus ojos vuelvan a dar vida a en mis palabras.
martes, 31 de enero de 2017
lunes, 30 de enero de 2017
Y te sentí tan lejos que se abrió un vacío.
Mucho tiempo ha pasado,
domingo por la tarde,
te sentí lejos, muy lejos,
como si tan solo hubieras sido
un producto de mi imaginación,
una bella película
de la que recuerdo casi todas las escenas,
pero en la que otros eran los protagonistas.
Como si no hubiera sucedido,
tan lejos te sentí.
Y es así, no pasó nada,
para el mundo no pasó nada
y lo que sucedió languidece en mi memoria,
probablemente en la tuya también
si es que no ha muerto ya.
Me pregunto hoy si no fue un sueño,
no pude tener tanta suerte,
no puede ser que un ser tan bello,
tan perfecto, me quisiera.
No fue un sueño,
no puede haber en un sueño tanto dolor,
tanto sufrimiento,
tantas lágrimas.
Tuve suerte, sin mas,
una de esas cosas que ocurren una vez en la vida
y que, a algunas personas, no les sucede nunca.
Pero ayer te sentí tan lejos que se abrió un
vació,
Hasta ayer no fui consciente
de lo que significa haberte perdido para siempre,
no verte mas,
no tocarte,
no sentirte mas.
Tus manos, tus caricias,
tus ojos, tu mirada,
tu cuerpo, tus abrazos,
tus sonrisas,
tus sonrisas,
tus sonrisas,
puedo vivir sin tus sonrisas
pero mi mundo es mas triste sin ellas,
mas oscuro,
con menos sentido aún.
Y si, te sentí lejos,
y hoy lo siento mas,
y mañana será peor,
y pasado estarás mas lejos.
Y yo te sigo queriendo,
echándote terriblemente de menos,
desando cada día que ocurra un milagro
que no sucederá nunca.
Y nunca mas iré a buscarte,
nunca volveré a intentarlo
y tu sabrás que estoy lejos
y tu sabrás que estoy vivo pero lejos
y tal vez esa sonrisa maravillosa
sea una sonrisa triste,
o tal vez, seguramente,
sentirme lejos te llene de alegría
y si no de alegría, de paz,
y si no de paz de, calma.
viernes, 27 de enero de 2017
Boga Boga (Delirium Tremens)
Boga Boga
Itsasorantz zijoaz
Senideak, lagunak eta neska
lehorrean utzita
Itsasorantz zijoaz
Senideak, lagunak eta neska
lehorrean utzita
Boga Boga, horrela da bizitza
kresala azalean, haizea aurpegian
noizean behin gorrotoa diozu
baina hire barnean maite duzu
kresala azalean, haizea aurpegian
noizean behin gorrotoa diozu
baina hire barnean maite duzu
Boga Boga, egun bat eta
beste bat eta beste bat
itsasoa eta zerua ikusten
Kresala azalean, haizea aurpegian
Beirasuan itsasoan galduta
beste bat eta beste bat
itsasoa eta zerua ikusten
Kresala azalean, haizea aurpegian
Beirasuan itsasoan galduta
egun bat eta
beste bat eta beste bat
itsasoa eta zerua ikusten
egun bat eta
beste bat eta beste bat
kresala azalean, haizea aurpegian
beirasuna itsasoan galduta
beste bat eta beste bat
itsasoa eta zerua ikusten
egun bat eta
beste bat eta beste bat
kresala azalean, haizea aurpegian
beirasuna itsasoan galduta
egun bat eta
beste bat eta beste bat
itsasoa eta zerua ikusten
Itsaoa eta zerua ikusten
Kresala azalean, haizea aurpegian
Beirasuna itsasoan galduta
beste bat eta beste bat
itsasoa eta zerua ikusten
Itsaoa eta zerua ikusten
Kresala azalean, haizea aurpegian
Beirasuna itsasoan galduta
egun bat eta
beste bat eta beste bat
egun bat eta
beste bat eta beste bat
beste bat eta beste bat
egun bat eta
beste bat eta beste bat
jueves, 26 de enero de 2017
CCPR- Hoper XXXIV: Riqueza
Podría acostumbrarse a aquello, todas las comodidades, todos
los servicios, todas las diversiones y ninguna obligación. Que diferente era
aquella vida al planeta prisión, que diferente era a la vida en la ciudad
portuaria, que diferente era esa vida a la vida de millones de personas que no
tenían para comer, que no tenían donde refugiarse del frio o el calor.
Repartiendo todo aquello se solucionaría la vida de muchas personas,
repartiendo la riqueza del universo no habría pobreza. Un 5% de la población
acumulaba el 75% de los recursos, con el otro 25% vivían miles de millones de
personas de una manera digna pero no llegaba para todos y millones y millones
de personas no podían ni tan siquiera cubrir las necesidades básicas. Por eso
iba a Driro, por eso tenía puestas esperanzas en Ny Verden, no quería cambiar
su vida, quería cambiar el mundo, el universo. Cambiar el universo, un sueño de
juventud que la madurez suele empeñarse en destruir, probablemente un sueño
demasiado grande y frustrante como para que termine destruyéndose solo pero un
sueño que puede encaminar tu vida hacia un lugar diferente. Probablemente no
cambies el mundo pero si crees en ese sueño tú mismo te transformarás y
transformaras algo de lo que te rodea. Muchos pequeños cambios suponen un gran
cambio, no es el destino, ni está dentro de las capacidades de todas las
personas influir en los grandes cambios pero si lo está hacer pequeñas cosas,
poner ese granito de arena junto a otros hasta que sean una montaña visible en
todo el universo. Pero Hoper jugaba a la mayor, soñaba con un cambio radical,
con un mundo mas justo y solidario, con un mundo mejor y se uniría a otros, si
los había, en ese empeño. Nay Verden, nuevo mundo, una esperanza.
Putnik devoraba la comida húmeda que el servicio de
habitaciones de la nave de salto traía. Estaba acostumbrado a comer pienso y
aquella novedad le resultaba deliciosa. El viaje era corto, si no se
convertiría en una bola de pelo, comía sin medida y el resto del tiempo se lo
pasaba dormitando sobre el mullido edredón de la cama. Y Hoper hacía
exactamente lo mismo, devoraba la deliciosa comida que le proporcionaban y
ocupaba el sitio que Putnik le dejaba libre en la cama. Salía solo de vez en
cuando de la habitación para ver alguno de los espectáculos que la nave
proporcionaba, teatro, conciertos… Hoper había perdido gran parte de su vida de
adulto-joven en el planeta prisión y aquello era una completa novedad para él,
disfrutaba de cada minuto y en cada minuto le parecía estar recuperando algo
del tiempo perdido, aunque el tiempo perdido, como vio claramente en el caso de
Frelser y Sjoman, nunca se recupera.
Aunque la nave no tenía un uso horario determinado, en las
supuestas horas de sueño correspondientes a la tierra la actividad bajaba mucho
y la mayoría de las personas se recogían en sus habitaciones, era entonces
cuando Hoper paseaba por las diferentes cubiertas. En uno de esos paseos
descubrió una pequeña sala que contaba con un sofá con un ventanal de grueso
vidrio-plástico que permitía ver las estrellas. Las habitaciones de la clase
mas alta también tenían pequeñas ventanas de esa clase, en los de primera, como
el suyo, había una proyección virtual que emulaba el cielo que estaban
atravesando, en el resto todas las paredes eran de frio metal. Hoper comenzó a
pasar muchas horas en aquella sala y se dio cuenta de que echaba terriblemente
de menos el mar. Se preguntaba si Sjoman, Frelser y, por encima de ellos, el
mismo se habían equivocado. Tal vez su sitio si que estuviera en la cubierta de
un barco mirando al mar.
miércoles, 25 de enero de 2017
CCPR- Hoper XXXIII: En camino
Una vez tomada la decisión ardía en deseos de volar a Driro,
de conocer un nuevo mundo, un mundo en construcción y tal vez conocer personas
que creían que otro mundo diferente era posible y que estaban dando pasos para
conseguirlo. Sin saber nada de ella Ny Verden aparecía en su imaginario como
una organización ideal que podía ofrecer un nuevo modelo al mundo, aunque su
temor porque lo que pretendieran fuera una guerra se mantenía. Pero ¿quién
sabe? Tal vez lo de aquellos cuadros tan solo fuera una expresión artística de
un sistema que se imponía a otro, aunque el aprovisionamiento de Metsal hacía
que la hipótesis de la guerra fuera la mas posible.
Por desgracia Hoper no contaba con los créditos suficientes
para desplazarse a Driro y al ritmo que iba tardaría en conseguirlos. Pero la
solución le llegó como si le estuviera buscando. El mismo día que soñó, al
llegar al puerto para empezar su jornada se encontró con una oferta de trabajo
colgada en el panel de información de los trabajadores. La corporación de
transportes del sistema Próxima Centauri buscaba estibadores especializados
para llevárselos a Drido. Era complicado que personas con experiencia se
desplazaran a otros mundos por solían tener la vida ya montada en la tierra y
el desplazamiento suponía despedirse de todos y de todo para siempre. La
colonia de Didro era incipiente y pequeña y, aunque tenían un completo programa
formativo, ni había colonos suficientes, ni aun habiéndolos el programa era
capaz de formarles con la rapidez en que crecían las necesidades. Hoper no lo dudó
y contacto por vid. En cuanto les contó su experiencia y aportó la documentación
sobre los trabajos realizados, que amablemente le proporcionó el responsable
del puerto, le ofrecieron un contrato muy bien remunerado y un billete para
partir de inmediato a Próxima Centauri. Tan solo dos días para despedirse de
este mundo, Hoper pensó que le sobraban 47 horas pero cuando empezó a escribir
la carta para Frelser y Hoper se dio cuenta que le llevaría mucho tiempo, había
tantas cosas que decir, tanto que agradecer y sobre todo quería transmitir todo
el cariño que sentía por aquellas personas. Lo hizo bien, como casi todo lo que
hacía y Hoper y Frelser guardaron esa carta hasta sus muertes.
Nada tenían que ver aquellos cómodos sillones del
transbordador orbital, ni mucho menos los que ocupó en la nave de salto con
aquel cubículo en el que llegó desde el planeta prisión. La corporación no
había reparado en gastos y sus asientos eran de primera, había una categoría
superior solo para unos pocos si, pero las comodidades y el servicio para los
pasajeros de primera era todo lo que uno se podía imaginar e incluso lo
superaba. El despegué de la tierra hacia la estación espacial le pegó al
asiento pero tan solo unos instantes, el resto del viaje era como estar en el
sofá de su propia casa con la diferencia de que todo lo que pedía se lo servían
al instante. La conexión con la nave de salto fue inmediata por lo que no tuvo
la oportunidad de visitar el enorme puerto espacial, le hubiera encantado
hacerlo. La nave de salto era moderna, en ella contaba con un camarote que
incluía una cama, un sofá y un enorme vid. La comida se servía en restaurantes
de lujo. Recordaba en todo a los antiguos cruceros de placer que se hacían por
los mares de la tierra. Estaba claro que la corporación necesitaba empleados cualificados
y quería cuidarlos y, siendo sus propias naves, probablemente no les resultara
demasiado costoso.
martes, 24 de enero de 2017
Algo así como fe de erratas, errores y otras cuestiones
Cuando leo lo que escribo en este
blog, que cada día intento que siga creciendo, me doy cuenta de la multitud de
faltas de ortografía, de errores gramaticales, sintácticos… y en general del
maltrato que hago de la lengua en la que me expreso. Lo cierto es que le dedico
muy poco tiempo a lo que escribo y casi nunca lo repaso. Para que os hagáis una
idea, la última entrada de hoy la he escrito y publicado en 35 minutos. Pero
excusarse en el poco tiempo que le dedico a la escritura sería injusto porque
si hay algo que condiciona ese maltrato a la lengua, es mi exiguo conocimiento
de las reglas que la rigen. Soy hombre de escasa cultura y, aunque mis
resultados académicos en su día no fueron malos, en lengua siempre flojeaba, extendiéndose
esa inaptitud al resto de las áreas del conocimiento.
Sin embargo, si encuentro en mi
cierta capacidad expresiva –sería falsa humildad no reconocerlo- y por eso
escribo y por eso lo público, a pesar de que los académicos de la lengua me
colgarían, no sin razón, del palo mayor para escarnio público. Pero las normas
son normas y la verdad es que yo nunca he sido muy obediente. Aun así tengo la
necesidad de pedir disculpas a los lectores que encuentran interesante mi blog
por lo poco edificante que resulta en lo que al respeto al uso de la lengua se refiere.
También quiero pedir disculpas
por lo poco inspiradas que resultan algunas de las entradas y ahí tampoco me
vale la excusa del tiempo. Mi imaginación es limitada y me muevo por impulsos.
Suelo tener una idea que se termina desarrollando sola y va hacia donde quiere.
Cuando no la tengo es aún peor porque lo que escribo a veces no respeta ni tan
siquiera el hilo argumental. Encuentro que mi imaginación es muy limitada pero
aun así me empecino en seguir escribiendo y la verdad es que ver que, a pesar de
los pesares, sigo teniendo muchas visitas (aunque el número está descendiendo
alarmantemente) me sigue motivando a hacerlo. Mientras alguien me lea, seguiré
escribiendo y cuando dejéis de leerme dejaré de publicarlo. Ya sabéis que hay
ojos para los que escribo mas pero todos vuestros ojos tienen el mismo valor
para mi.
Y así, movido por la vergüenza que
produce dejarse tildes evidentes, os pido disculpas y os agradezco a la vez el
tiempo que dedicáis a visitar mi blog y leer mis desvaríos. Humanos somos y
espero que encontréis la humanidad que pretendo expresar en mis palabras.
Disculpas de nuevo y gracias
siempre.
CCPR- Hoper XXXII: Decisión destino
Cuando Reng se fue, el mundo de Hoper se tambaleó. En algún
momento creyó estar enamorado pero realmente no lo estaba, era la única persona
con la que mantenía una relación de amistad, la única a la que podía contarle
sentimientos y situaciones personales y unido a una brutal atracción sexual era
casi imposible no confundir los sentimientos. Hoper tenía 27 años y las únicas
relaciones sexuales que mantenía eran con su mano en la intimidad de su cuarto.
En aquellas condiciones en una persona joven hervía el deseo. Y suele suceder
así, no solo a Hoper, el deseo sexual y las convenciones sociales nos hacen
pensar que amamos cuando realmente solo deseamos. Pero no estuvo muy lejos de
enamorarse de verdad, Reng tenía casi todo lo que Hoper estimaba como deseable
en una mujer, inteligencia, humor, belleza… solo le faltaba ser cariñosa,
probablemente con un gesto amable Hoper hubiera caído enamorado sin remedio. No
fue así y pasado el tiempo Hoper se dio cuenta de que Reng fue tan solo una
amiga, una amiga a la que deseaba sexualmente pero una amiga al fin y al cabo. Cuando
era niño, su bisabuelo, que rozaba los 150 años, le dijo busca una mujer de la
que ames su forma de ser porque la forma de ser apenas cambia, que su cara te
resulte bonita porque la cara cambia pero poco, los cuerpos cambian mucho a lo
largo de la vida, pero sobre todo enamórate de su mirada. En aquel momento Hoper
ni sabía de que le hablaba su bisabuelo y cuando lo supo nunca llegó a entender
del todo lo que quería decir su abuelo de la mirada pero a lo largo de su vida
no dejo de mirar a las personas a los ojos y en las mujeres que le atrajeron
buscaba el amor en ellos.
Buscó en su memoria los detalles de aquel cuadro que pintó
Reng y al hacerlo se dio cuenta que en lo inconsciente de su memoria había mas
cuadros de Reng y muchos tenían la misma temática. Naves verdes con el logo de
Ny Verden enfrentándose a las negras de la federación de planetas. La eterna
quietud del espacio rota abruptamente por una batalla. Es curioso las cosas que
almacenamos en nuestra memoria sin ni tan siquiera ser conscientes de ello, una
información que habitualmente se pierde por su falta de utilidad pero que en un
momento dado surge cuando la necesitamos. El ser humano, su cerebro, es algo
maravilloso.
Hoper no sabía lo que significaban todos aquellos cuadros
para Reng, pero indudablemente expresaban un deseo de revolución, un deseo que
anidaba desde joven en el corazón de Hoper, aunque Hoper por su experiencia
pasada pensaba que la violencia, la guerra, no era el camino. Pero era el logo
de Ny Verden lo que verdaderamente le intrigaba ¿por qué estaba en los cuadros?
¿qué vínculos podría tener esa expresión de batallas en el espacio con contenedores
llenos de Metsal? En un exceso de imaginación se le ocurrió que tal vez Ny
Verden no fuera más que una tapadera para una organización revolucionaria y que
Reng de alguna manera tuviera relación con ella.
Recordó entonces que Frelser, en el momento de la despedida,
le dijo que su destino no era quedarse mirando al mar en un barco junto a dos
viejos. Tampoco lo era mirar al mar desde lo alto de la grúa o en paseos por
los acantilados. Era joven, con la vida por delante, tenía sueños, inquietudes
e iría a buscarlos, no consumiría sus años en una vida que no le llenaba,
buscaría otro destino que le llenara y empezaría por Driro, el planeta donde
operaba Ny Verden, quería saber si la revolución se estaba dando o solo formaba
parte de su imaginación y sus sueños.
Antes de marchar, con lágrimas en los ojos, escribió una
carta de despedida para Frelser y Sjoman, con la relatividad temporal de los
viajes a velocidad luz, sabía ahora que nunca volvería a verlos. El Siste no
volvería a ese puerto hasta cinco años mas tarde, demasiado tiempo para esperar
cuando eres joven, tal vez una persona mas mayor, con otro recorrido en la
vida, hubiera esperado eso y mas para despedirse en persona de las personas que
le abrieron un nuevo camino en la vida, pero no lo hizo. Entregó la carta al
práctico del puerto y le pidió que no olvidara entregarla. Cuando por fin el
Siste arribó, el práctico entrego la carta a Sjoman que corrió para llevársela a
Frelser. La leyeron juntos y sus propias lágrimas se mezclaron con las que había
en el papel pero sus rostros dibujaban una sonrisa, Hoper, el hijo que nunca
tuvieron, buscaba su propio destino.
lunes, 23 de enero de 2017
CCPR- Hoper XXXI: Lienzo y deseo
Hoper volvió a la grúa, el vínculo de aquel contenedor con el
planeta prisión le hizo temer por su libertad y decidió que lo mejor sería
atender al plan de trabajo de su vid y depositarlo en su lugar correspondiente
y que siguiera rumbo a Próxima Centauri. Aun así, movido por la misma curiosidad
felina que mostraba Putnik, no pudo dejar de mirar que otros envíos habían
tenido por destino Ny Verden. Eran muchos en el último año y todos con origen
en Rotterdam, prácticamente uno al día. Tanta actividad de transporte
contrataba sin embargo con la escasa información que aparecía de la cooperativa
en la red. Alguien que moviera tantos contenedores tenía que tener una
actividad de trabajo muy alta y sin embargo de Ny Verden apenas aparecían
trabajos realizados. Hoper sospechaba que todos esos contenedores que recibían
eran igual que este, unos pocos suministros para la terraformación y grandes
cantidades de metsal. Pero ¿para que querrían tanto metsal? Incluso aunque
poseyeran una nave de salto, cosa harto improbable siendo como eran una pequeña
cooperativa, la cantidad que podrían haber recibido de metsal, si Hoper estaba
en lo cierto, podría alimentar a una pequeña flota de naves de salto. No había
explicación lógica alguna.
Terminó su turno cansado, la iluminación de la ciudad
aparecía mortecina y apaciguada bajo la espesa niebla que cubría la ciudad
hasta besar sus calles. Se bajó del tubo una estación antes y paseo por la
calle hasta su casa. La niebla también era bella. Sin apenas cenar se metió en
la cama, Putnik saltó y se situó sobre su pecho ronroneando a toda máquina. Con
el arrullo de Putnik y con sus pensamientos en Ny Verden se quedó dormido. Y
soñó.
Soñó con aquella puerta entreabierta del cuarto de Reng. Soñó
que podía verla pintando un cuadro, desnuda, con su larga melena castaña recogida
en un moño. Un cuadro de un conjunto de estrellas donde se libraba una batalla,
una batalla por la libertad. Y ella le invitaba a pasar, se lanzaba a sus
brazos y le abrazaba. Hoper sentía su cuerpo, sus turgentes pechos contra el
suyo, sus caderas apretándose contra las suyas y se besaban, su manos bailaban
por su espalda y bajaban por el bello cuerpo de Reng para apretar sus nalgas.
El cuadro tomaba vida y veía como las naves de guerra de la federación de
planetas huían en retirada ante unas desconocidas naves verdes. Hoper se agachó
y pusó la lengua entre los muslos de Reng y sentía su respiración agitada que
pronto se convirtió en gemidos de placer. Pasaron a la cama y ahora era ella la
que pasaba su lengua por el miembro de Hoper. Las naves verdes ganaban la batalla
y volvían a su base en Próxima Centauri. Abrazados el cuerpo de Hoper se
introdujo en el de Reng, movimientos lentos acompasados, subiendo el ritmo
lentamente a medida que aumentaba el frenesí, la excitación, el placer. Las
naves tenían un escudo, el mismo escudo de la cooperativa Ny Verden. Y llegó el
éxtasis, el orgasmo y ambos se quedaron abrazados en la cama, mirándose a los
ojos, sonriendo en silencio, amándose. Ny Verden, nuevo mundo, había ganado la
batalla.
Hoper despertó envuelto en sudor y relajado. Se masturbó recordando
aquel sueño tan real y cuando sus pensamientos volvieron a ese cuadro que
aparecía en el sueño, recordó haberlo visto, entre muchos otros, el día que
Reng, por descuido, dejo la puerta de su cuarto entornada.
viernes, 20 de enero de 2017
Amets bat (Alaitz eta Maider)
Amets bat izan nun
eztizko amets bat
zure besotan babesturik
maitasuna eskeiniz.
Argitasunarekin ikasi nun
amets egiten
argitasunarekin zu maitatzen
milaka hitz goxoren artean
Baina fabriketako keak
zapuzten zun bitartean
lurrak urak irentsi zizun
Baina fabrikako zikin eta keak
zapuzten zun bitartean
lurrak urak irentsi zizun
Behinola egin nun amets
betirako lokartuz
zure ametsa izan nahi bainun
iluntasuneko lur-ur hezean
Amets bat...
Baina fabriketako keak
zapuzten zun bitartean
lurrak-urak irentsi zizun
Bainan fabrikako zikin eta keak
zapuzten zun bitartean
lurrak urak irentsi zizun
Amets bat, amets bat
ametsetan, amets bat
ametsetan...
eztizko amets bat
zure besotan babesturik
maitasuna eskeiniz.
Argitasunarekin ikasi nun
amets egiten
argitasunarekin zu maitatzen
milaka hitz goxoren artean
Baina fabriketako keak
zapuzten zun bitartean
lurrak urak irentsi zizun
Baina fabrikako zikin eta keak
zapuzten zun bitartean
lurrak urak irentsi zizun
Behinola egin nun amets
betirako lokartuz
zure ametsa izan nahi bainun
iluntasuneko lur-ur hezean
Amets bat...
Baina fabriketako keak
zapuzten zun bitartean
lurrak-urak irentsi zizun
Bainan fabrikako zikin eta keak
zapuzten zun bitartean
lurrak urak irentsi zizun
Amets bat, amets bat
ametsetan, amets bat
ametsetan...
jueves, 19 de enero de 2017
Argiaren hiria (Sorotan bele)
Larogeitamaikaren
martxoa huen
niretzako hila bat miragarri
nik neuk bertan ezagutu bait nuen
bihotzaren argi betegarri.
Bost egun bakarrik izan ziren
argiaren hiria ikusteko
nahiko eta soberan izan nituen
halako gauzez
maitemintzeko.
Bainan eskuak orain lotuak ditut
arimaren nahia asetzeko,
ezinezkoa den altxorra nahi dut
berandu da atzera bueltatzeko.
Gogoratzen hasten naizen guztietan
dorre izugarri bat ikusten dut
begien malkoz dago bustia
aire ziztu batekin
lehortuz.
Bidai luze bat dut orain buruan
gehiegi ez ote da niretzako
beranduegi bai izan daiteke
amets zahar bat orain
berpizteko.
Bainan eskuak orain lotuak ditut
arimaren nahia asetzeko,
ezinezkoa den altxorra nahi dut
berandu da atzera bueltatzeko.miércoles, 18 de enero de 2017
CCPR- Hoper XXX: Viejas habilidades
Si el contenedor tenía origen en el planeta prisión solo
podía contener una cosa, metsal, lo único que se producía en aquel planeta.
Comprobó los datos del destinatario en el planeta Driro, se trataba de la
cooperativa de trabajo Ny Verden. En un universo dominado por las corporaciones
había poco espacio para las cooperativas porque las primeras trataban de hundir
a las segundas y quedarse con el control de la actividad que realizaban incluso
en muchas ocasiones perdiendo dinero. Los fórmulas que usaban iban desde tirar
por los suelos sus precios para que los de las cooperativas no fueran
competitivos hasta métodos directamente mafiosos. Hoper desconocía la realidad
concreta en Próxima Centauri pero los mercados estaban universalizados, así que
probablemente la realidad no fuera diferente a la de la tierra o la de
cualquiera de los otros mundos.
Investigo en su vid sobre Ny Verden, apenas había datos, tan
solo encontró que se dedicaban al desarrollo de productos de tecnología
avanzada para la terraformación, lo que concordaba a la perfección con el
primero de los códigos que llevaba el contenedor. Pero Hoper sabía que es
contenedor no contenía los suministros especializados que rezaba el albarán,
viniendo del planeta prisión solo podía contener Metsal.
Eran ya las 8 de la tarde, había anochecido por completo y un
cielo completamente cubierto hacía aun la noche mas oscura, los copos de nieve
que esporádicamente caían parecían puntos de luz blanco cuando se cruzaban con
las luces del puerto. Hoper volvió a bajar de la grúa, enchufó su vid a la
cerradura electrónica y con un viejo truco aprendido en su corta etapa de
estudiante, consiguió abrirla.
Curioso e inteligente, Hoper había aprendido muchas cosas que
no enseñaban directamente en los centros formativos. Fracaso en sus estudios si
pero sabía cosas que nadie le había enseñado, cuando se aburría en clase se
dedicaba a buscar en su vid cosas que le interesaran. Y así sucedió con aquel
truco informático. Con 16 años uno de sus principales centros de interés era el
deporte. Le parecía un despropósito que las instalaciones deportivas de su
centro educativo estuvieran cerradas fuera del horario escolar y que ni tan
siquiera los alumnos tuvieran acceso. Como todo en aquellos tiempos, el deporte se concebía como un negocio y las
corporaciones contaban con instalaciones deportivas privadas para las que no
querían competencia. Fue esta la razón por la que Hoper buceó en la red hasta
encontrar la manera de abrir cerraduras electrónicas. No había vuelto a usar
esa habilidad desde aquellos días en que se colaba con sus amigos en las
instalaciones para practicar su deporte favorito, había estado tentado de
usarlo alguna vez para otros intereses particulares pero hasta la fecha no
había encontrado un motivo que verdaderamente le pareciera justificable.
Cuando abrió el contenedor vio que efectivamente había
suministros que no conocía y que pudieran corresponderse con la terraformación,
pero solo ocupaban la parte mas visible del contenedor, seguramente para
soportar una rápida inspección, pero, detrás de una pared interna, Hoper halló
lo que ya sabía que encontraría, metsal.
martes, 17 de enero de 2017
CCPR- Hoper XXIX: Errores
Aquel contenedor tenía algo extraño, el escáner de la grúa
daba dos lecturas de código diferentes. La primera de ellas se correspondía con
el parte de trabajo que había recibido en su vid, la segunda no aparecía
registrada en ninguna de las bases de traslado del sistema. Hoper podría haber
dado por buena la primera y situar el contenedor en el lugar que le asignaba el
vid pero era un hombre metódico y perfeccionista.
Buscar la perfección es algo que en si mismo es bueno pero
hay que permitirse errar, no ser perfecto, hay que permitirse ser humano. Hay
personas, y Hoper era una de ellas, que se obsesionaba con la perfección y cada
vez que erraba, cada vez que no conseguía ser perfecto, sufría. Era un
sufrimiento que llevaba por dentro, que le quemaba, recordaba muchos de los
errores que había cometido en su vida, no todos, solo los mas importantes, pero
aparecían una y otra vez en su pensamiento. Y a pesar de todo, como humano que
era, seguía errando y, en algunas ocasiones, cometía el mismo error que ya
había cometido con anterioridad y que se había prometido a si mismo no volver a
cometer. Por eso, no pudo dejar pasar aquel doble código y hacer lo que hubiera
sido más sencillo, obviar el segundo código y trasladar el contenedor al lugar
que especificaba el vid sobre el primero. Cogió el escáner y el vid de bolsillo
y descendió en la plataforma de la grúa hasta el suelo del puerto. Nevaba, como
casi siempre, y un viento helador proveniente del mar azotaba las olas y traía
hasta la piel de Hoper gotitas de agua de un océano a punto de congelarse.
El primero de los códigos, el supuestamente correcto, situaba
el origen del contenedor precisamente en Rotterdam, de donde había llegado en
un pequeño carguero, y tenía como destino el espacio puerto de la ciudad para
que siguiera su camino al planeta Driro que orbitaba alrededor de próxima
Centauri, supuestamente cargado de suministros y repuestos especializados para
maquinaria de terraformación. De el segundo de los códigos no había información
alguna. Hoper buceo en las bases de
datos pero no encontró nada, ni de un envío presente, ni pasado, ni futuro.
Aquello era muy extraño, nada justificaba aquel código.
Volvió a la cúpula acristalada de la grúa y siguió moviendo
el resto de los contenedores dejando ese en pendientes. Movía los contenedores
mecánicamente, sin pensar en lo que hacía porque en su cabeza estaba centrada
en el código para el que no encontraba respuesta alguna. Le sacó de sus
pensamientos una ráfaga aún mas intensa de viento que zarandeo el contenedor
que estaba trasladando y a su vez este movimiento hizo que la propia grúa
temblara. Las condiciones eran muy peligrosas, movía toneladas por encima de
las cabezas de otras empleados del puerto, no se podía permitir un error,
cuando es la vida de alguien lo que está en juego no hay lugar para los
errores. Se concentró en la tarea y olvidó el curso de sus pensamientos. Cuando
deposito el contenedor que estaba desplazando en su lugar correspondiente, el
código le vino de nuevo a la cabeza acompañado de unas inspiración. Los números
que marcaban el origen le resultaban tremendamente conocidos. En el planeta
prisión el no maneja los códigos, simplemente movía los contenedores al las
naves siguiendo ordenes, pero había visto tantas veces esos códigos que se los
había aprendido de manera inconsciente. Aquel contenedor tenía su origen en el
planeta prisión.
lunes, 16 de enero de 2017
CCPR- Hoper XXVIII: Inercia
Pero las estrellas no hablan, tan solo escuchan nuestros
pensamientos. Había cientos de mundos en aquel firmamento pero nadie le
aseguraba que su vida encontrara acomodo en alguno de ellos. Y era mucho
riesgo, lo era para cualquier persona que quisiera cambiar de rumbo su vida, lo
era aun mas para un proscrito que en cualquier control de identificación podría
ser identificado y devuelto al planeta prisión. Su actual vida se parecía a
aquella pero los momentos que pasó con Reng le hicieron entender que aunque en
las formas fuera parecida el fondo era diametralmente diferente. Se debatía
entre el miedo a perder lo que tenía y la ilusión, las ganas por emprender un
nuevo proyecto y en la duda los días pasaban. Solitario en el trabajo, subido
en aquella enorme grúa acristalada, con las ordenes de trabajo recibidas a
través de la pantalla del vid, moviendo contenedores de los barcos al muelle y
del muelle a los barcos, se sentía alejado del mundo y lo que era peor de las
personas. Cuando volvía a casa, solitario también, mal comía y se tumbaba en el
sofá a ver antiguas películas de personas que si tenían vidas. Ya ni paseaba
cerca del mar, los días libres se los pasaba pintando pero él no tenía esa habilidad
y tampoco le resultaba liberador, no se daba en cuenta de que pintaba porque la
echaba en falta. Probablemente lo que echara en falta era el contacto humano,
las relaciones con otras personas pero en vez de abrirse al mundo cada vez se
encerraba mas en si mismo.
En ocasiones no sabemos apreciar lo que tenemos, cambiamos de
vida y nos equivocamos, en otras nos aferramos a lo que tenemos por miedo a que
otro rumbo en nuestras vidas sea aun peor. Así es la vida, los caminos marcados
no existen y la duda es siempre compañera cuando tomamos decisiones. Cambiar es
claramente una decisión pero dejarnos llevar, aunque no lo parezca, también lo
es. Nuestra vida está en nuestras manos pero las personas tendemos a dejarnos
llevar y que sea lo que encontramos en nuestro camino lo que decida por
nosotros e incluso aunque encontremos cosas que podrían ser grandes nos dejamos
llevar por la inercia, pero es una decisión, tal vez mas cómoda, mas simple,
pero una decisión al fin y al cabo, a veces acertada, a veces equivocada, por
desgracia la respuesta solo el tiempo la pronunciará y siempre podremos
preguntarnos que hubiera pasado de decidir hacer otra cosa diferente. Reflexionar
es bueno, tener dudas es humano pero no cabe vivir siempre arrepintiéndose, el
arrepentimiento no nos traerá la felicidad, en todo caso intentar remediar
aquello de lo que nos arrepentimos aunque en muchas ocasiones ya es demasiado
tarde. Hoper estaba a tiempo, tan solo tenía miedo pero un miedo tan grande que
le paralizaba. Pero ocurrió algo, algo pequeño, algo que pudiera haber
resultado insignificante pero que supuso un punto de inflexión, una oportunidad
que podía haber dejado pasar, como dejamos pasar tantas pero, aunque Hoper se
dejara llevar, su corazón anhelaba el cambio.
viernes, 13 de enero de 2017
CCPR- Hoper XXVII: Puertas cerradas
En una de aquellas escasas pero agradables y animadas
conversaciones, Hoper le preguntó por la pintura. Reng, como hacía siempre que
no le apetecía hablar de algo, cambió sutilmente de tema, tan sutilmente que o
tenías un interés especial en lo que estaban hablando o Hoper ni se enteraba de
que había cambiado de tema. Reng era una gran conversadora, podía mantener a
cualquiera entretenido horas y horas pero también tenía la habilidad de dirigir
la conversación hacia donde quería. Pero en aquella ocasión insistió sobre el
tema de la pintura, admiraba los talentos creativos de porque pensaba que
conectaban directamente con el interior de las personas y Hoper sentía una
atracción, curiosa en parte pero sustentada en su bondad, por conocer lo que realmente
motivaba a las personas a ser como eran. La respuesta de Reng fue abrupta y
poco delicada, terminó la conversación y, sin despedirse, se metió a su
habitación cerrando la puerta. Aquella puerta jamás volvió a quedarse
entornada. Las pocas fisuras que había en la coraza de Reng, también se
cerraron para siempre. Reng, la lluvia del norte, tan fría como el hielo, no
volvió a caer sobre el desierto de Hoper.
Al poco tiempo Reng se trasladó, encontró otro trabajo y se
traslado a otra ciudad, Hoper nunca supo dónde. Una mañana a despertar encontró
una nota sobre la mesa del comedor en la que le decía que se iba, que había
dejado pagado el apartamento los tres meses siguientes y que había hablado con
el propietario sobre la posibilidad de poner el contrato a nombre de Hoper.
Nada mas, ni un adiós, ni una muestra de cariño. Sus vidas se encontraron en un
punto pero para Reng parecía que tan solo había sido un compañero de piso mas,
una persona de esas que pasan por tu vida sin dejar ninguna huella. Hoper leyó
la nota mil veces, quería encontrar algo en ella que le dijera que de alguna
manera le había sentido cercano. No, la nota no decía nada, tal vez, tal vez,
precisamente esa inexistencia de muestras de afecto denotara precisamente lo
contrario. Reng, tan celosa de su intimidad, tan poco dada a mostrar sus
sentimientos, porque tal vez cuando los mostró le hicieron daño, tal vez no
hubiera querido demostrar nada en la nota que la hiciera vulnerable. Tal vez,
tal vez, esa duda acompañó a Hoper el resto de sus días. Pocos días llevaba
viviendo en libertad y ya había conocido el sentimiento de perder a un padre y
el de perder a una amiga. La libertad no era tan buena como la había imaginado.
Sin Reng, con un trabajo que le recordaba demasiado al
planeta prisión, Hoper empezó a pensar que aquel no era su sitio, le invadió un
sentimiento de deseo de volver al Siste, donde tan protegido se había sentido
por Frelser y Sjoman, dónde tan libre se había sentido mirando al mar. Pero aquellos
viejos hombres tenían razón, aquel tampoco era su lugar. De nuevo sentado
frente al mar, en una noche de heladora de luna nueva, levantó la vista del mar
para contemplar el cielo, en una de esas
pocos momentos que las nubes no cerraban por completo el firmamento. Quizás en
las estrellas estuviera la respuesta.
jueves, 12 de enero de 2017
CCPR- Hoper XXVI: Igual y diferente
No tardo Hoper en adaptarse a su nuevo puesto de trabajo, los
últimos años de su reclusión los había pasado realizando funciones parecidas,
no había prácticamente diferencia entre estibar un barco y un carguero orbital,
las máquinas eran similares, los contenedores y las bodegas también. Enseguida
adquirió fama de manejar hábilmente la maquinaria, en el planeta prisión las
máquinas eran mas antiguas, menos precisas y diseñadas en la tierra para la
tierra donde la atracción gravitacional era parecida pero no la misma.
Seguramente aquella maquinaria del planeta prisión había sido desechada en
algún puerto como aquel o cualquier espacio-puerto terrícola. En apenas un mes
paso de ser oficial de tercer a oficial de primera, pero Hoper no estaba a
gusto, aquel trabajo le recordaba demasiado al planeta prisión, su vida no era
muy diferente a cuando estaba recluido en él. Trabajaba menos horas, tenía
tiempo libre y en ese tiempo podía hacer lo que quisiera y normalmente lo dedicaba
a pasear por la costa y tumbarse en el sofá con Putnik acostado en su regazo.
Pero la sensación de que esa vida no tenía sentido era parecida, tan solo Reng
marcaba una pequeña pero sustancial diferencia.
Reng, su compañera de piso, trabajaba en el departamento de
obras públicas del gobierno de la ciudad. Era una mujer metódica, perfeccionista,
en ocasiones incluso rayando la obsesión. Por el piso se acumulaban muy bien
ordenadas carpetas llenas de proyectos y planos que ella misma diseñaba y
dibujaba. Su cuarto en cambio era un caos, su ropa y efectos personales estaban
perfectamente ordenados pero por el cuarto se esparcían cientos de lienzos que
ella misma había pintado. Hoper pensaba que cuando se expresaba artísticamente era
otra persona y esa obsesión por el orden desaparecía transformando su belleza
en la belleza de caos. Tal vez compensara con el arte una vida demasiado
ordenada, tal vez fuera la expresión de que, en el fondo, la vida que llevaba,
su forma de ser, no era lo que verdaderamente era, ni lo que verdaderamente
quería ser. Porque Reng era el modelo de persona que la sociedad impulsa como
ideal, trabajadora, ordenada, perfecta siempre en su imagen, dócil y útil. Pero
Hoper no estaba ciego, en su corazón ardía la rebeldía, pero había asumido como
buenos los logros y metas que la sociedad impone y había peleado, seguía
peleando por conseguirlos. Solo la pintura, solo en su cuarto era diferente,
solo en la intimidad de una habitación con la puerta cerrada era libre.
Apenas se veían Reng trabajaba de mañana y madrugaba mucho,
Hoper trabajaba en el turno de tarde y cuando llegaba a casa Reng se había
encerrado ya en su cuarto y dormía. Los días libres a penas se veían tampoco
Hoper iba al mar, a la costa cercana a la ciudad, Reng marchaba a un pequeño
refugió que tenía en un pequeño pueblo situado más al sur donde el microclima
existente en la zona era mas benigno y el sol y el calor no eran una quimera.
Breves eran los encuentros que tenían pero siempre amables. Reng siempre
sonreía al verle, por lo general era una gran conversadora pero había momentos,
atractivos momentos, en el que con el rostro serio clavaba su mirada en el
horizonte y callaba.
Hoper empezó a sentir algo diferente por aquella mujer,
empezó a desear pasar mas tiempo con ella, pero ella era esquiva, no saldría
del orden de su vida, si dentro de ese orden encajaba Hoper disfrutaba de su
compañía, si no encajaba podía estar días sin verle, sin saber de él. Fría, tal
vez fuera esa la palabra, pero Hoper veía un dolor, un daño en su interior que
la quemaba por dentro. No sabía nada de su vida pero intuía que en su vida
había habido traumas que le habían llevado a ser como era, a expresarse como se
expresaba, a cubrirse con una coraza que nadie pudiera transpasar. Pero la
mirada de aquellos enormes ojos verdes de Hoper era penetrante, punzante a
veces y sin buscarlas, sin querer encontrarlas, acaricio las fisuras de aquella
armadura y pudo atisbar en parte lo que protegía.
Igual que Putnik, tenía la curiosidad limpia y despreocupada
de los felinos. Cuando un día la puerta del cuarto de Reng quedó entornada
porque Reng, en una urgencia, había salido corriendo y había olvidado cerrarla
del todo, Hoper atisbó como era su cuarto por dentro. Cuando un día la puerta
de su corazón -por descuido, por relajación o tal vez porque empezaba a confiar
en Hoper- quedó entornada atisbo también lo que había en su interior. Y en su
interior, en el de su cuarto y en el de su corazón, guardaba belleza.
miércoles, 11 de enero de 2017
CCPR- Hoper XXV: Bajo la nieve
Sjoman, que combinaba un carácter taciturno y parco en
palabras con otros momentos de extroversión, afabilidad, sonrisas y conversador
incansable que siempre tenía algo interesante que decir. Era como si dos
personas diferentes habitaran en el mismo cuerpo. El taciturno deambulaba por
el barco controlándolo todo, el extrovertido paseaba ocioso por los puertos y
las ciudades donde atracaban. Ese carácter abierto hacía que tuviera amistades
en todos los lugares que visitaba, especialmente en aquellos dónde acudía con
regularidad y este puerto del norte era una de sus destinos preferidos.
Sjoman habló con la autoridad portuaria y consiguió a Hoper
un trabajo de estibador en el puerto, si no había juzgado mal a Hoper, un hombre
inquieto y con sueños, aquel no sería un trabajo para toda la vida pero si le
permitiría iniciar su propio camino en la vida. Un camino alejado de la prisión
en la que había vivido, alejado de su propia historia. También conversó con el
tabernero que regentaba su lugar preferido para comer y beber, era un lugar con
poca luz, situado en cerca del puerto en el barrio mas marginal de la ciudad,
pero nadie en el mundo daba tan bien de comer y sus cócteles adquirieron tanta
fama que, a pesar de su situación, siempre estaba a rebosar. Aun así el lugar
había conocido tiempos mejores. El tabernero le dio el contacto de una persona
que buscaba un compañero de piso para compartir gastos.
Como dos padres protectores Frelser y Sjoman habían
proporcionado a Hoper un lugar y una manera de iniciar la vida por su cuenta.
Partían ahora para compartir su vida juntos, probablemente unos 30 años mas
surcando los mares y lo que les quedara de vida retirados en algún puerto
tropical donde la tranquilidad, el sol y la lluvia fueran sus últimos
compañeros de viaje. No, los momentos perdidos no pueden recuperarse, pero la
vida que les quedaba por delante la vivirían juntos.
Fue triste la despedida. Lágrimas en los ojos de dos buenos hombres
que cualquiera hubiera calificado como duros. Abrazos que se sucedían. Buenos
deseos y el compromiso de volver a verse para contarse historias. En aquel
momento no sabían que nunca volverían a verse.
El Siste inició su singladura. Hoper se quedó en el puerto
bajo una fuerte nevada hasta que perdió completamente de vista el barco. Caminó
hasta el faro que se encontraba en un saliente de un acantilado buscando la
soledad absoluta y lloró desconsoladamente hasta que el dolor se mitigo lo
suficiente. Viviría siempre con esa pérdida pero una nueva vida le estaba
esperando. Frelser le salvó, le acogió, sin tener que hacerlo, sin conocerle.
Sjoman le proporcionó una vida. Dos buenos hombres, un ejemplo a seguir.
Cuando llegó a su nuevo hogar Regn, su nueva compañera de
piso, dormía en su habitación pero Putnik fue a buscarle en cuanto oyó la
puerta. Sin cenar se tumbó en la cama y se pasó la noche en vela acariciando el
suave pelaje del felino que dormitaba recostado en su pecho.
martes, 10 de enero de 2017
Llueve.
No puedo dejar de mirar
la lluvia.
La amo.
La amo y la echo en
falta cuando no viene,
La recuerdo siempre,
pienso en su suave
caricia de vida y sonrío.
La espero.
Espero con paciencia a
que venga,
a que me traiga sus
besos cálidos,
sus besos fríos,
sus tiernos abrazos.
Pasan días, meses pero
la espero
y cuando viene salgo a
su encuentro,
un chispa en mi mirada,
un incendio en mi
corazón,
calor en mi piel,
deseo en mis manos.
Aprendí a amarla así,
cuando ella quiere
regalarme su compañía.
Ojalá hubiera sabido
amarte así,
ojalá pudiera haberte
amado así,
paciente,
sosegado,
esperando a que
vinieras a buscarme,
sin impaciencia,
sin nervios,
sin desasosiego,
sin dolor.
No supe hacerlo, me
arrepiento.
Y ahora en cada día de
lluvia me arrepiento,
en cada día de sol miro
al cielo.
Tal vez ahora haya
aprendido amarte,
cruzando este desierto
de arena y sal
tal vez aprendí amarte.
Demasiado tarde,
tu lluvia no volverá a
besar mi piel,
tus ojos no volverán a
mirarme,
no volveré a sentir tu
frio,
ni tu calor,
no volverás a envolverme
entre tus brazos.
Ahora, que tal vez haya
aprendido a amarte,
tan solo puedo mirar al
cielo
esperando el milagro de
tu lluvia en mi desierto.
lunes, 9 de enero de 2017
CCPR- Hoper XXIV: Vidas y destinos
Larga fue la noche y largas fueron también las siguientes.
Frelser y Sjoman ansiaban recuperar el tiempo perdido y se enzarzaban en largas
conversaciones, Hoper, siempre con Putnik en su regazo, escucha las historias,
a veces con interés otras afectado por la somnolencia. Pero el tiempo, por
desgracia, no se puede recuperar, todos esos momentos, esas vidas, que no
estuvieron juntos no volverán. Las mejores historias eran aquellas de cuando,
en tiempos escolares, pasaban horas y horas en mutua compañía, bailaban como
dos delfines jugando con las olas en el mar, armonía, diversión,
felicidad…rostros sonrientes y nostálgicos. Hoper aprendió el valor de compartir
momentos, de compartir vidas, las historias, las conversaciones, por muy buenas
que sean, nunca podrán acercarse a lo que significa convivir. En el nexo de
unión entre dos personas tiene mas valor un día de convivencia que años de
conversaciones.
Aquella noche, la primera, tras conversar largamente sobre
sus idas y venidas por este mundo y, en el caso de Frelser, incluso por otros,
Sjoman centró sus ojos en Hoper y cuestionó a su amigo con la mirada. Frelser
fue sincero y contó punto por punto la historia, la situación de fugitivo
proscrito de Hoper y como él, habiéndole ayudado, probablemente se encontrara
en la misma situación. La indecisión apenas duró un momento en el semblante de
Sjoman, entre sonrisas dijo que precisamente estaba buscando una persona de
seguridad y un nuevo estibador. Esas serían sus ocupaciones en el barco y así
se los presentaría al resto de la tripulación. El barco zarparía al día siguiente
de Rotterdam, se alejarían del peligro inminente, los Flykte, Frelser y Hoper,
escaparían y nadie los buscaría en medio del mar norte, donde solo la lluvia y
el frio se atrevían a llegar. Y así fue, a la mañana siguiente el Siste inició
su singladura y con ella las vidas de Hoper y Frelser tomaron también un nuevo
rumbo.
Y nevó. Hoper, que pasaba la mayoría de sus horas libres en
cubierta, se quedó allí bajo la tormenta de nieve. El mar estaba agitado y las
olas rompían contra el casco llegando sus aguas hasta la cubierta. Frio y
viento. Hoper se sentía libre. No pensaba, simplemente miraba disfrutando del espectáculo
de la naturaleza. No sabía que le traería la vida pero cualquier cosa sería
mejor que la prisión donde pasó sus primeros años de juventud. Cualquiera sin
experiencia en el mar se hubiera mareado pero nada era comparable a hacer un
viaje interestelar en la sentina de una nave de salto. El pelo y el cuerpo
blanqueado por la nieve, las cejas llenas de escarcha, el aliento congelado por
el frio. Mar, agua, frio, nieve aquel era su hogar, el lugar donde mas a gusto
se había sentido nunca consigo mismo, una sensación de bienestar que sin
embargo no ocultaba el vacío de su vida. Las historias de Frelser y Sjoman le
venían a la cabeza. No, no se quedaría allí, Hoper quería vivir la aventura de
su propia vida.
Llegaron a su destino, un puerto de mala reputación donde
contrabandistas que ejercían de Robin Hood renovado y rebeldes antisistema convivían
en una inestable armonía apartados del férreo control que las autoridades ejercían
sobre otros puertos. Un limbo de libertad, de auténtica libertad, en una ciudad
apartada del mundo por sus condiciones meteorológicas extremas, a pesar de lo
cual contaba también con un pequeño espacio puerto que enlazaba con la estación
orbital. En aquella ciudad podría empezar a construir su vida y quería que
Frelser estuviera a su lado, quería poder contar historias de vida compartidas
con Frelser y que al igual que se iluminaban los ojos de Sjoman al contarlas se
iluminaran los suyos propios. Pero Frelser había elegido otro destino, se quedaría
en el Siste junto a su viejo amigo, el único auténtico amigo que había tenido
en su vida. dos viejos hombres que empezaron su vida juntos y así querían
terminarlas. Hoper pensó en quedarse también pero Frelser le dijo que su
destino no era dejar pasar la vida mirando al mar en un barco en compañía de
dos viejos que ya habían vivido lo suficiente. Tenía que vivir para poder
contar historias, tal vez para contárselas a él mismo cuando se reencontraran.
Sus vidas estaban ligadas para siempre pero sus destinos eran diferentes,
Frelser se encaminaba hacia el ocaso y había encontrado el lugar donde quería
quedarse, para Hoper aun estaba amaneciendo y tenía que encontrar su propio
camino. Lágrimas y dolor cuando se separaron. Abrazos, los mismos abrazos que
se hubieran dado un padre y un hijo cuando este último abandonaba el hogar
familiar para emprender la vida por su cuenta. Ley de vida, amor eterno.
Volverían a encontrarse para contarse historias. Sus vidas estarían unidas para
siempre.
jueves, 5 de enero de 2017
CCPR- Hoper XXIII: Rencuentro
Cuando intentaron abordar el barco fueron detenidos por un
rudo oficial de máquinas que les impidió subir. Tras la polémica en prensa con
la llegada del navío a puerto había decidido apostar un hombre en la pasarela
para evitar que accedieran a él periodistas, ecologistas o simplemente
curiosos. Tardaron un buen rato en convencer al marinero de que Frelser y el
capitán Sjoman eran viejos conocidos y que aquella era una simple visita de
cortesía. El oficial parecía penetrarles con aquella mira acerada pero
finalmente consintió y comunicándose con uno de los oficiales del puente les
franqueo la entrada. Eran una pareja curiosa y con ninguna pinta de ser
peligrosa, aunque como el propio Frelser sabía por experiencia no te podías
fiar de las apariencias. En su trabajo, en su vida siempre había tratado de
leer en los ojos de las personas y llegó a adquirir una habilidad relevante en
ello. Siempre lo había hecho, desde que era un niño miraba a los ojos a las
personas e intentaba entenderlas. Fue un niño de pocas palabras, tímido,
escuchaba, miraba y aprendía de las personas y veía algo parecido en Hoper. Pero
en aquellos ojos rasgados castaño claro, en los ojos de esa mujer a la que
tanto amó, a la que después de tantos años seguía amando, apenas conseguía
leer. A veces veía la alegría, la tristeza, una mirada picara, divertida,
preocupada pero nunca logró leer en la profundidad de aquellos ojos. Al
principio creyó hacerlo, y probablemente lo hizo, pero cuando ella decidió cerrarlos se
apagaron las luces y era incapaz de leer. Tal vez simplemente sucedió que lo
que estaba en ellos escrito no era lo que Frelser quería leer.
El oficial de puente les condujo hasta el camarote del
capitán, tocó a la puerta y entró sin esperar la respuesta. Los ojos de Sjoman
se clavaron en Frelser y aunque su rostro impasible no varió parecía expresar
una sonrisa, despidió al oficial y les pidió que pasaran. Era un hombre fuerte,
tenía el pelo cano y rizoso y una larga barba blanca, lucia unas gafas de pasta
totalmente anacrónicas porque no había problema de visión alguno que en
aquellos tiempos no pudiera resolverse con una sencilla cirugía. Lucia un
jersey alto de cuello y pantalones azules, parecía salido de un viejo libro de
marinería. Su camarote era grande pero austero, los libros se acumulaban en
baldas que rodeaban todas las paredes, sobre su mesa de despacho, sobre la
mesilla que había al lado de su litera y también esparcidos por el suelo.
Se acercó a Frelser y ambos se fundieron en una abrazo. Hoper
sientió como aquellos hombres duros abrían sus corazones. Mas de ochenta años
sin verse y aquella estrecha amistad que habían mantenido de niños seguía viva
en ellos. Pasado aquel primer momento emotivo fue como si solo hubiera pasado
el fin de semana y volvieran a la escuela y sin embargo había ochenta años de
historia que contarse y pasaron varias horas dando pinceladas a los cuadros de
su vida. Hoper simplemente escucha, atendía a aquellas viejas historias de dos
hombres, historias de dos vidas, iguales y diferentes a las que podía haber
vivido cualquiera, historias que nadie contaría, que tras su muerte nadie
recordaría, historias de dos simples seres humanos.
miércoles, 4 de enero de 2017
CCPR- Hoper XXII: Pasado
Hoper comprendió sin que le dijeran nada. Algo había pasado
le estaban buscando y probablemente a Frelser, la persona que le había liberado,
su amigo, su segundo padre. Entró precipitadamente en el taxi y se acomodó al
lado de Frelser. El silencioso motor eléctrico aceleró con fuerza y avanzaron a
toda velocidad por la carretera de la costa. La noche era cerrada, llovía con
intensidad y los limpiaparabrisas apenas si daban a basto para secar la luna.
Murmurando, Frelser le contó lo sucedido mientras con su escáner cambiaba de
nuevo la información de su Chip y por primera vez en su vida la del suyo
propio. Los Flykte, padre e hijo, ambos estibadores del viejo puerto marítimo y
de familia de tradición marinera. Pocos barcos existían ya, casi todo en la
tierra se transportaba en cargueros orbitales mas modernos, mas rápidos pero también
mas caros. Pocos hombres y mujeres de mar quedaban ya y todos tenían curtido el
semblante por el frío viento de las profundas aguas del mar del norte. Mujeres
y hombres duros como una roca a los que era difícil llegarles al corazón pero
si alguien lo conseguía se deshacían por dentro. Y los estibadores, tal vez por
proximidad, estaban imbuidos de un carácter similar y también los estaban, sin
duda por razones diferentes, Hoper y Frelser. Y por mar huirían, el mismo mar
que ambos, sin saber porque, amaban, el mismo mar en el que un día Frelser
perdió a su amor para siempre. Putnik se revolvió en su bolsa y con el morrito
consiguió abrir la cremallera y asomó la cabeza. Los ojos tristes de Hoper
volvieron a brillar y alargó su mano para acariciar su cabeza.
Buscaron en el puerto a un viejo conocido de Frelser, el que
fuera su mejor amigo en su época escolar, una lástima que la vida les hubiera
llevado por caminos diferentes, a mundos diferentes. Frelser comenzó a trabajar
como guarda de seguridad y tuvo cientos de destinos, la mayoría de ellos,
especialmente al principio, fuera de la tierra. Sjoman, su amigo de la
infancia, embarcó como marinero raso en un viejo buque de carga del que nunca
volvió a bajarse y en el que había viajado prácticamente a todos los lugares de
la tierra. El mar y el espacio les había, dos lugares por los que viajar en
busca de un destino.
El Siste era un viejo pero enorme carguero impulsado por
obsoletos motores de fisión nuclear altamente contaminantes y peligrosos. Está circunstancia
hizo que su presencia en Rotterdam no pasara desapercibida para Frelser porque
algunos grupos ecologistas de la ciudad hicieron mucho ruido al respecto y
alertaron de la presencia del buque en la ciudad y los peligros que conllevaba
y se vio reflejado en la prensa, especialmente en aquella que controlaban las
corporaciones que gestionaban los cargueros orbitales. Frelser había leído la
noticia hacía unos días y según ponía estaría atracado en el puerto una semana.
Cuando leyó que el barco lo capitaneaba un tal Sjoman pensó en contactar con él
e ir a visitarle, sin embargo no lo hizo. Suele pasar en la vida que las
personas importantes de las cuales, por las circunstancias, nos separamos se
quedan tan solo en el recuerdo. Y aun teniendo oportunidad de volver a verlas
no queremos hacerlo, tal vez por miedo a que para ellas ya no signifiquemos
nada o que no sepamos ni tan siquiera de qué hablar con ellas. Y así fue con
Frelser, aunque la idea le ilusionó por un momento, sus ocupaciones primero y
Hoper después le sirvieron como excusa para no intentarlo.
Obligado por la situación en la que se encontraba acudía
ahora a una cita con el pasado.
martes, 3 de enero de 2017
CCPR- Hoper XXI: Identificado
Frelser acompañó a Hoper hasta un solitario lugar sobre un
acantilado desde el que se divisaba gran parte de la abrupta costa de
Rotterdam. Desde que contempló el mar desde lo alto de aquel enorme edificio
Hoper solo podía pensar en visitar el mar, en sentarse en algún lado para
contemplarlo, en eso y en volver a tener Putnik entre sus manos para
acariciarlo. Era como un niño, la ilusión por las cosas mas sencillas
desbordaba sus ojos verdes y hacía que chispeara a su mirada.
Frelser marchó al trabajo dejando bajo la fina capa de lluvia
a Hoper. A penas se habían separado y ya tenía ganas de volver a estar con él,
definitivamente era como el hijo que no había tenido. Después de hacer la ronda
rutinaria con Putnik acompañándole y cruzándose todo el rato entre sus piernas,
se sentó en la silla de su garita y acariciando a Putnik empezó a pensar de
nuevo con preocupación en el futuro que podía esperarle a Hoper. Poco duraron
sus pensamientos porque en el vid de comunicaciones apareció la cara del jefe
de seguridad que le convocaba a su despacho de inmediato. Cuando llegó allí en
la pantalla del vid del jefe aparecía una foto y el historial completo de Hoper
incluido por supuesto su condición de proscrito. Frelser había pensado que el
jefe no le había dado mayor importancia al incidente y que lo dejaría pasar
hasta que se le olvidara pero evidentemente, como en tantas ocasiones, se había
equivocado. El jefe le sometió a un profundo interrogatorio del que Frelser,
por la experiencia que dan los años, supo salir airoso y sin que recayera sobre
el ninguna sospecha. Pero no evitó que el jefe enviara un informe a las
autoridades de lo que había sucedido. Frelser salió temblando del despacho.
Hoper miraba al mar, lo miraba con la mirada perdida, sentía
el agua de lluvia resbalando por su cuerpo, el viento azotándole en la cara, el
frio congelándole las entrañas. Estaba vivo. Era la única respuesta que el mar
traería pero se quedó allí mirando al horizonte, observando la espuma blanca de
las olas rompientes. El mar le atraía, le atraía como nunca le había atraído nada.
Frelser pensó en salir de inmediato, sin que acabara su
turno, pero si lo hacía levantaría sospechas y probablemente en vez de ganar
tiempo lo perdería porque orientaría claramente la búsqueda de Hoper hacia el
mismo. Confió en que la comunicación de su jefe no fuera vista hasta el día
siguiente por el funcionario de turno, al fin y al cabo era turno de tarde y
muchos funcionarios solo trabajaban por la mañana. Cuando llegó la hora, metió
a Putnik en una bolsa y se lo llevó con él. Le enseño la bolsa al mismo joven
guardia de seguridad que custodiaba la salida por la que había escapado de allí
Hoper. Con la cola y las protestas habituales y sin directrices sobre qué hacer
si alguien quería salir con un animal de las instalaciones le franqueó el paso
con cara de agobiado. Seguramente el jefe también le había interrogado y si se
enteraba de este nuevo incidente de seguridad es probable que sus días de
guardia se hubieran acabado para siempre.
Frelser corrió al tubo y del tubo a casa, al llegar se
sorprendió de no encontrar a Hoper allí y se alteró aun mas de lo que estaba.
Sacó unas maletas que pensaba que nunca volvería a usar y las llenó con ropa de
ambos y con cuatro cosas que consideró que podían ser de utilidad. Hoper seguía
sin aparecer y no tenía manera de comunicarse con él, debía haber comprado un
vid de bolsillo para él pero no lo hizo y ahora no había tiempo de preocuparse
por los errores. Salió precipitadamente a la calle y cogiendo un taxi se
dirigió al punto de la costa en el que lo había dejado.
Allí estaba, había anochecido por completo y tan solo la luz
residual de la ciudad iluminaba tímidamente la costa pero ahí seguía, con los
ojos clavados en el mar, calado hasta los huesos pero con una mirada brillante
y una sonrisa en su cara.
lunes, 2 de enero de 2017
CCPR- Hoper XX: Dudas
Frelser se levantó cuando un sol frio empezaba a asomarse por
el horizonte, mediaba el otoño y en los cielos grises la luz escaseaba. Se
encontró a Hoper mirando por una ventana el ajetreo de las calles, mujeres y
hombres se cruzaban en la calle dirigiéndose a sus destinos como autómatas, sin
levantar la mirada, con rostros serios, como si tuvieran que defenderse de un
posible ataque de otros. Frías como el hielo son las calles, perdemos la
humanidad cuando salimos y solo mostramos nuestro lado mas humano cuando
estamos en entornos de confianza. No cruzamos las miradas en el ascensor como
si una mirada fuera una agresión, como si con una mirada pudieran hacernos
daño. Compartimos espacios pero no compartimos vidas. Frías y tristes son las
calles. Pero Hoper las contemplaba como si fueran un espectáculo grandioso y lo
era, porque aquellas personas que iban y venían por las calles eran libres,
podían elegir ir hacia un lado u otro sin que nadie determinara sus pasos. Pero
Frelser tenía otra visión, lo veía de otra manera, aquellas personas no estaban
no estaban encerradas en un planeta prisión donde todos sus pasos eran
dirigidos y controlados pero eran presas de sus trabajos, de sus obligaciones, presas
en sus propias vidas. Podían elegir, es cierto, pero elegir algo diferente a
menudo te deja fuera del sistema. Se sentó junto a él y observaron la calle un
buen rato la calle sin decir nada.
Frelser no había dormido a penas nada en toda la noche y se
sumió en los mismos pensamientos que le habían quitado el sueño. Había sacado a
Hoper por las instalaciones y estaba claro que estaba desarrollando ciertos
sentimientos paternales hacia él pero era una auténtica locura. Estaba
albergando a un proscrito al que había ayudado a huir, un joven destinado a
estar escondido, un joven sin profesión, un joven con un futuro incierto y un
pasado tremendamente complicado. No sabía nada de él, leía la bondad en
aquellos grandes ojos verdes y en su sonrisa inocente pero podía ser
exactamente lo contrario. Frelser había conocido muchas personas en su vida,
por su trabajo se había topado con muchas con malas intenciones pero esto no
cambiaba su visión de que en interior de casi todas las personas guardaba al
menos un poso de bondad y que eran las circunstancias, las vivencias de las
personas y las necesidades e intereses personales las que les llevaban a obrar
mal. De todas las perversiones humanas la que peor soportaba Frelser era la
codicia porque suponía no que te faltara algo si no que querías tener mas a
costa de lo que fuera y normalmente era a costa del sacrificio de otras
personas. La vida no valía nada para algunas personas cuando la codicia estaba
de por medio, la dignidad no valía nada, no existían los valores cuando la
codicia te pervertía. Monstruosos delitos se habían cometido por la codicia y
en muchas ocasiones se vestían de causas nobles, mentiras que encontraban la
colaboración de los medios de comunicación, de los políticos porque el dinero y
la riqueza era el único valor que entendían. Para Frelser el único valor, el
verdadero valor eran las personas, por eso había ayudado a Hoper, por eso le
había albergado en su casa e incluso aunque Hoper le decepcionara él lo había
intentado. Perder cuando se apuesta es una posibilidad pero hay apuestas que
han de hacerse aunque se pierda. Así es la vida, es lo que hay –como decía
ella-, no siempre son alegrías, la vida incluye perdidas, incluye dolor pero no
debemos quedarnos solo con la parte triste. Cuando la perdió a ella sufrió como
nunca había sufrido, su vida perdió totalmente el sentido, se limitaba a vivir,
y bastante de eso quedaba todavía, pero entendió que las pérdidas son
consustanciales a la vida y se dio cuenta de que la historia que había vivido
muy pocas personas la habían vivido, se dio cuenta del privilegio que había
supuesto tenerla a su lado y que no podía vivir eternamente sumido en la
tristeza y el dolor porque la vida había sido bondadosa con él. Y decidió no
centrarse en lo que le faltaba si no en lo que tenía y sonreír al mundo aunque
las sonrisas nunca mas serían tan plenas, tan exultantes, como cuando quedaban
en cualquier lugar y sus miradas se encontraban por primera vez. Siempre fue
así, incluso cuando sabían que se despedirían con lágrimas.
Pasó el brazo por encima de los hombros de Hoper y una
sonrisa se dibujó en el rostro de ambos. En silencio, se quedaron mirando por
la ventana como empezaba a caer una fina lluvia sobre las baldosas grises de la
calle.
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