Cuenta una leyenda que en el país
de los vascos existe una dama de larga cabellera rubia que peina al sol con un
peine de oro. Cuenta también que depende en cuál de sus moradas se encuentre lloverá,
hará sol o las cosechas serán abundantes, tiene el dominio del clima y del
interior de la tierra. Dicen que cada siete años se cambia de morada y que
cuando cambia se le puede ver surcar el cielo en un carro de fuego. De ella
vienen los bienes de la tierra y el agua de los manantiales. Puede enamorar a
cualquier hombre o tratarlo de forma tiránica, pero siempre para impartir
justicia. Mari o Maddi, la dama de Amboto, la que presagia las tormentas.
¿Quién no puede
enamorase de Mari al verla sentada en un río con los pies en el agua, con la mira perdida, peinándose los
cabellos? Cualquier hombre, cualquier mujer, lo haría. Y él también se enamoró,
como solo los niños se enamoran, como solo un corazón limpió puede enamorarse,
como solo se enamoran en los cuentos.
Era un hombre normal, un hombre gris, un hombre del que nunca hablaran
las leyendas ni los libros de historia. Un hombre que, como la mayoría, pasaba
desapercibido para el mundo y para los seres que lo habitaban. Pero él amaba la
tierra y sus seres y siempre les sonreía y con su sonrisa quería decirles que
si querían encontrarían en el a un amigo, a alguien con quién hablar, con quién
reír, alguien al que acudir cuando quisieran, en momentos tristes o momentos
alegres. Pensaba que era un rostro amable pero no lo era, no lo era porque por
dentro era un ser tímido e indefenso y por fuera aparentaba ser otra cosa, tal
vez aparentara ser una persona orgullosa, una persona que estaba de vuelta de
todo, a veces borde y a veces por encima del bien y del mal. Era, tal vez ya no
lo sea tanto, un hombre muy bueno, pero ser demasiado bueno o te hace parecer
tonto o nadie es capaz de llegar a creérselo. Si no me equivoco a él le pasaban
ambas cosas.
Pero Mari le miró, le miro con esa mirada de reojo, con esa mirada
entre la desconfianza y la diversión y le mostro la mas cálida y maravillosa de
las sonrisas. ¿Cómo no iba a enamorarse? ¿Cómo no iba a enamorarse cualquiera?
Mari era un ser poderoso y bello y el hombre anhela el poder y la
belleza. Por eso Mari no podía confiar en nadie, los hombres querían lo que
ella poseía no lo que ella era. Un ser poderoso que estaba lleno de miedos, un
ser al que la vida le había pagado con injusticia su bondad, su amor con
indiferencia, su justicia con desprecio convirtiéndolo en un ser inseguro y en
parte atormentado por no poder hacer felices a las personas que más amaba. Un
ser del que todos querían su poder sin devolver nada a cambio. Un ser tan bello
y maravilloso al que el espejo devolvía una imagen distorsionada de si misma.
El espejo del dolor de cómo la había tratado el mundo y las personas que lo
habitaban. Su mundo, el mundo de Mari, tenía tantos días grises como azules por
eso cambiaba de morada, para encontrarse mas a gusto según sus sentimientos,
por eso al cambiarse de morada cambiaba también el tiempo.
Y él la miró, la miró por dentro, la desnudo con su mirada. Con la
mirada tierna de unos ojos brillantes y comprensivos. ¿Cómo no iba a enamorarse
de él? Cualquier persona lo haría.
Pero hay historias, hay cuentos que no quieren tener finales felices. Y
este no quiso no tenerlo. Es difícil saber cuáles fueron las razones, y aun sabiéndolas
sería difícil comprenderlas y aun comprendiéndolas sería difícil aceptarlas.
Pero incluso los cuentos que no quieren tener finales felices no terminan hasta
que dejan de escribirse. Y él sigue escribiendo y soñando que ella también lo
hace.
Mari, la que presagia las
tormentas Él, el que ama cada gota de lluvia.