viernes, 3 de junio de 2016

Casicuentos para Rita: Ciberbog XXII Cargas

La puerta del último local que quedaba abierto se cerró en mis narices, vi mi reflejo en el sucio vidrioplastic. Un hombre maduro con las marcas del paso del tiempo, con un aspecto completamente desaliñado, con una larga barba completamente canosa, en el pelo también largo y despeinado también menudeaba alguna cana que apenas se podía percibir por tener el resto del pelo claro. Delgado, muy delgado, en aquellos días había vuelto a perder todos los kilos que recuperé meses después de que ella me dejará. La ropa arrugada, húmeda en algunas zonas por la cerveza que me había derramado encima. ¿Dónde había quedado aquel hombre de la sonrisa eterna? ya casi nunca asomaba a mis labios, se la llevó ella, se la regalé, tanto la quería, tanto la quiero que sin ella raramente encontraba motivos para sonreír. Un ser oscuro, negro, sin presente, sin futuro y anclado en un pasado del que añoraba la felicidad pero que se regodeaba en demasía en el barro del sufrimiento. Un hombre como tantos hombres, como tantas personas que ya no le ven un sentido a la vida.
El Ciberbog, por eso estaba allí, ese era mi sentido ahora, por eso había iniciado mi viaje, por eso estaba en aquella ciudad de ladrillos amarillos y rojos apagados. Debía de recordarlo, rearmarme con eso y salir de este pozo de perdición en el que había caído. Me erguí, coloqué mis ropas, me peine con los dedos de la mano, me mojé la cara en una fuente cercana y la sequé con un pañuelo de tela que siempre llevaba en mi bolsillo.
Comencé a caminar para despejarme, cada vez más rápido, cada vez mas lejos primero sin una dirección clara, luego encaminando mis pasos hacia las instalaciones. Quería llegar, quería saber lo que pasaba allí, investigar, encontrar al ciberbog y liberarle y con ello liberarme a mi de mi carga. Pensaba que con el aspecto que tenía no me reconocerían y si lo hacían ¿qué mas daba? ¿qué importaba? Si acaban con mi vida no se perdería mucho pero no podría decir que no lo intenté, que no puse todo lo que estaba al alcance de mi mano. Eso me atormentaba, ¿realmente hice todo lo posible por tenerla a mi lado?. No esta vez no me pasaría y si moría en el intento lo haría al menos sabiendo que lo di todo, tal vez incluso en mi muerte encontrara una sonrisa.
Amanecía cuando llegué a las instalaciones que eran ya un hervidero de gente. Sin pensar, sin esconderme, al ritmo rápido que se movían las demás personas me dirigí al edificio central que albergaba en los bajos y sótanos un centro comercial y en los pisos las oficinas. No vi el acceso a estas últimas por lo que pasé entre los dos ciberbogs que custodiaban la puerta para acceder al centro comercial. No, pude evitar mirar atrás para ver si los ciber me habían identificado y sobre todo para volver a fijarme en el que había sustituido al que semanas se había dirigido a mi para preguntarme por ella. Lo supe desde el principio, la amaba, cuando amas a alguien identificas enseguida ese sentimiento aunque sea en un gigante metálico.

Me senté en una cafetería y mientras tomaba un café doble bien cargado para despejarme comencé a botar de manera acelerada mi pelotita naranja sobre la mesa. Mi inconsciencia me había llevado allí, encontré el valor que no tenía para hacerlo ahora que estaba dentro tenía no tenía ni idea de lo que hacer, no sabía qué buscar, no sabía dónde mirar pero estaba seguro que la clave, al menos alguna clave, estaba dentro de esas instalaciones y no me iría sin ella a no ser que saliera con los pies por delante.