lunes, 5 de septiembre de 2016

Casicuentos para Rita: Ciberbog XLV Imágenes

De nuevo recordé un sueño, de nuevo era aquel en el que estaba con ella sentados sobre una manta en un pradera junto a un acantilado, un hombre aparecía en lo alto de una colina y ella iba a buscarle dejándome solo. El lugar donde me encontraba era extrañamente parecido. Aquel sueño hacía que me despertara hundido pero deseaba soñarlo cada noche porque por unos instantes, antes de que ella se levantara de la manta, estaba conmigo y sentía esa felicidad inmensa, ese sensación de que el mundo era perfecto, como diría mi amigo Kint, esa tontería que tienen los enamorados.
Aun no había recibido las imágenes de satélite de Ram e intente a hablar con él. Cada vez hablábamos menos. En muchas ocasiones intentaba hablar con él y me respondía que le estaban sometiendo a pruebas y que no podía asegurar que esa actividad pasara desapercibida para los investigadores, sin embargo si lo que yo necesitaba era ayuda de la clase que fuera siempre estaba ahí para ayudarme. Comenzaba a pensar que no quería hablar conmigo pero por mi cabeza no dejaba de dar vueltas la idea de que pudiera estar pasándole algo que no quería contarme. Unos días me centraba mas en la primera idea, otros en la segunda, aunque siempre tenía presente ambas posibilidades. Algo parecido me paso en ocasiones con ella, me debatía entre la duda y el dolor de que no quisiera hablarme y entre la incertidumbre y el dolor de que pudiera estar pasándole algo. Aunque en su caso todavía era mucho mas complicada la línea argumental de mis pensamientos. No nos engañemos siempre he sido tendente a comerme la cabeza por todo, qué no haría por la cosa mas importante que me ha sucedido en la vida.
Las imágenes que Ram me envió cuando la tarde empezaba a perder su luz y una enorme luna casi llena asomaba por el horizonte eran tremendamente nítidas y sin embargo poco esclarecedoras. Eran las imágenes de un gran velero de unos veinticinco metros de eslora. En la bañera de popa podían verse una mujer leyendo que cubría sus hombros con un fular de color azul oscuro, ampliando la imagen podría casi incluso leer el texto que ella estaba leyendo en un ebook arcaico pero no pude verla la cara, tan solo un pelo castaño claro que recordaba al de la doctora Roes y también, por supuesto, al de ella. En la cubierta de proa dos hombres aparentemente charlando, uno con traje corbata y otro con un camiseta sin cuello a rayas azules y blancas de tipo marinero. A ambos podía vérseles la cara y a partir de ahí Ram los identifico como empleados de seguridad de la corporación. También había una lancha rápida amarrada al barco en la que, por fotos tomadas minutos antes, todo hacía indicar que acaba de llegar el hombre del traje. Era insuficiente para poder asegurar que los Roes estaban allí, pero yo estaba completamente seguro de que así era y Ram no se molestó en llevarme la contraria, ni tan siquiera, como hacia en ocasiones, para hacerme reflexionar.
Pedí a Ram que intentará interferir la señal del ebook y que hiciera que en la pantalla apareciera un mensaje “Estimada doctora Roes, conocemos lo sucedido con el Ciberbog 3271 y la relación con la muerte de su madre y la mas que probable retención de su familia en contra de su voluntad. Si quieren ser liberados extienda su fular azul sobre la cubierta de proa mañana a las cinco en punto de la tarde”. Ram confirmó que el mensaje había sido entregado y como ya sabía que era imposible que ella enviara una respuesta. Solo quedaba esperar a que pasara un nuevo día y el satélite volviera estar situado sobre el barco.
Bajé al puerto deportivo y alquilé por tres días una lancha rápida de flotación que permitiera un acercamiento completamente silencioso al velero. No tuve ningún problema, Ram me había enviado al vid mi flamante nuevo permiso de patrón de embarcaciones de recreo de hasta 15 metros de eslora. Aduciendo precisamente que era un nuevo patrón y añadiendo una pequeña cantidad de créditos les pedí que me introdujeran al uso en concreto de aquella embarcación. En poco mas de una hora domina los controles y, después de dejar a mi instructor en tierra, surcaba el mar en solitario con destreza. Allí, en medio del mar me sentía solo, pero de alguna manera era como si estuviera en casa.