viernes, 9 de septiembre de 2016

Casicuentos para Rita: Ciberbog XLIX Despedidas

Mi destino y el de los Roes se separaba en aquel punto. Las estaciones de tren, especialmente las que, como está, son un vestigio de otra época, tienen un punto melancólico. Había pasado pocas horas con los Roes pero me sentía muy unido a ellos y me resultó complicado despedirme sin que las lágrimas nublaran mis ojos. Cogimos caminos opuestos y no pude evitar girarme para ver como se alejaban. Dicen que esto se hace instintivamente con las personas a las que quieres. Recuerdo que cada vez que me separaba de ella no podía dejar de mirar hacia atrás hasta que desaparecía de mi campo visual. Creo que ella no miraba y eso terminó doliéndome. En realidad es algo que carece de importancia porque cada persona somos diferentes y que haya comportamientos generales no quiere decir que se puedan trasladar a cada individuo particular. Pero en los días en que no podía creerme que ella me quisiera eso me parecía muy significativo. Nuestras miradas solo se encontraron una vez, ella había decido ya no volver a verme, no volver a hablar conmigo pero la casualidad hizo que nos cruzáramos un mes después. Ella estaba esperando a alguien, nunca la había visto tan guapa. Yo la vi desde lejos y vi como en un momento dado miraba hacia el lado por donde yo venía y se giró de repente para mirar un escaparate. No pensé, simplemente me acerqué a ella y toqué su codo. No me pareció sorprendida, creo que me había visto y simplemente había hecho como las extintas avestruces que escondían la cabeza en la tierra cuando se sentían amenazadas en la absurda creencia de que si ellas no podían ver no serían vistas. Ella era diferente a todas las demás personas que he conocido, tal vez realmente no me vio como me dijo con posterioridad. Aquel breve encuentro donde cruzamos los protocolarios saludos marcó una diferencia, ella, visiblemente nerviosa, me pidió que me fuera y me dijo que ya hablaríamos. Yo, con lágrimas en los ojos, la pregunté cuándo pero no hubo respuesta. Me separé de ella y como siempre miré hacia atrás hasta que la perdí de vista y esa vez si ví como me miraba. Si que volvimos a hablar, si que volvimos a vernos y en una de esas conversaciones me dijo que no me miraba a mi, que miraba a la persona con la que había quedado. Ni que decir tiene que fue como si me hubieran clavado un cuchillo. Aquel día pensé que había quedado con otro pero parece ser que había quedado con su marido, hay cosas que uno nunca se acaba de creer del todo pero lo que uno crea no cambia la realidad. Fue un día muy triste para mi pero lo recuerdo con alegría porque volví a verla y porque supuso un nuevo comienzo aunque durara muy poco. Cuando pienso en ella muchas veces la recuerdo con la ropa que llevaba ese día, siempre me parecía la persona mas bella del mundo pero aquel día con aquella ropa estaba espectacular, aunque a fuerza de ser sinceros su bolso no me gustó nada. A mi me gustó su ropa pero ella no estaba muy cómoda con ella porque cuando la ví desde lejos pude ver como en varias ocasiones tiraba de su minifalda hacia abajo. Por eso pensé que había quedado con otro, si un día de trabajo te pones tan guapo a pesar de lo incomodo que evidentemente la resultaba es porque quería gustar a la persona con la que se encontraba. Ahora pienso que intentaba gustar a su marido, ahora pienso que volvió a intentarlo con él y no lo consiguió. Que diferente estaba vestida el primer día que nos vimos, fue una casualidad también, una casualidad que yo había buscado que se diera y tuve la suerte que así fuera. Me acuerdo perfectamente también de la ropa de ese día y de la de otros muchos y la verdad es que da igual lo que llevara siempre me parecía que estaba preciosa. Y me lo parecía porque lo estaba pero también porque a ella siempre la miré mas allá de su aspecto físico, porque la miré con mas profundidad y en su interior ella era lo mas precioso que he visto y veré nunca.
Aquel día no fue el último que la vi, tal vez tampoco fuera el último que veía a los Roes. Aquel día me fui sin ilusiones, esté, sin embargo, partía con la ilusión de volver a ver a un amigo, con la esperanza de poder liberarlo. Las instalaciones eran mi destino y ardía en deseos de que el tren partiera.