Tenía que comprobar de alguna manera si realmente estaba
actuando como un demente y si la supuesta persecución a la que estaba sometido
era producto de mi imaginación. Tenía que acudir a mi casa para comprobar si
alguien mas había estado allí, me dio por pensar que el desorden que había
montado antes de salir lo dificultaría. Por lo general soy capaz de detectar
que algo ha sido movido aunque sea un centímetro de su posición habitual y sin
el desorden montado por mi lo percibiría sin ninguna duda. Aun así confiaba en
que si entraba en mi casa y alguien más había entrado lo sabría.
Cómo entrar era otra cuestión, si realmente había alguien
tras mi pista no podía presentarme allí sin más. Sin saber muy bien que hacer
volví al edificio industrial y empecé a recorrerlo a ver si me inspiraba, allí
me sentía seguro. La suciedad y el polvo cubrían maquinas centenarias que
trabajaron el acero. Ese acero que en su día salió se creó del hierro de las
minas donde tantos hombres murieron y que trajeron la prosperidad a mi ciudad.
Venimos del hierro es algo que me repito a mi mismo y no quiero olvidarlo y ese
hierro es el que ha forjado nuestro carácter, el de muchas de las personas que
vivimos en esta ciudad. Rojos y duros aunque en los tiempos de bonanza nos
terminamos acomodando para rendirnos al poder de la seducción del bienestar que
nos ofrecían las corporaciones. Todo falso, solo para que calláramos y siguiéramos
produciendo en un mundo que no entendemos, en un mundo que no es nuestro, que
es el suyo y articulan la vida para que les sirvamos. Hierro, quiero ser hierro
y sin embargo soy poco más que plastilina, roja, pero plastilina.
En una caja encontré uniformes nuevos de obreros, buzos
azules en dos partes con los logos de la corporación que absorbió hace siglos
lo que fuera una empresa cooperativa donde todas las personas trabajadoras eran
las dueñas, donde se trabajaba para vivir, donde no se repartían beneficios
sino que se reinvertían en la empresa para mantenerse, adaptarse al progreso y
crear mas puestos de trabajo. Loco de ira sin saber empecé a arrancar los logos
con las manos. Cosidos como estaban mi esfuerzo fue estéril y tan solo conseguí
desgarrar algunas telas. Tiré con fuerza el que tenía en la mano y fue a caer
en una no tan vieja caja de herramientas probablemente olvidada por algún
equipo de mantenimiento que no hace muchos años habría pasado por el edificio.
Abrí la caja y eran herramientas de fontanero, las mismas que cualquiera
fontanero actual usaría, en eso no había habido cambios. Recordé que un día en
una de esas de miles conversaciones que manteníamos a través del vid, algunas
serías, otras muy divertidas -cuanto nos reíamos, a veces teniendo que aguantar
la risa porque no estábamos en el sitio mas adecuado-, otras tristes… le dije a
ella que me disfrazaría de fontanero e iría a su casa a hacerle una reparación.
No se si era una gran idea pero eso es lo que haría. Me disfrazaría de
fontanero e iría a mi casa.
Me puse un buzo azul de dos piezas que me sentaba como un
guante, rebusqué entre las cajas y encontré un par de botas de seguridad de mi
número, la cabeza la cubrí con un casco de protección de biofibra. Tan solo
quedaba como cubrir mi cara, me lleve la mano a la misma y pude notar como una
espesa barba la cubría. Hacía ya muchos días que no me afeitaba, cuando la
conocí llevaba barba pero ella me pidió que me afeitara y nunca mas me la
volvía a dejar, me hubiera rapado al cero y tatuado una calavera en la frente
si me lo hubiera pedido. Rebusque los baños y encontré un espejo roto, pensé que
incluso hasta a mi madre la costaría reconocerme. Las imágenes que devuelven
los espejos es lo que vemos de nosotros mismos, en ocasiones son las personas los
espejos en los que nos miramos por dentro. Delante de aquel espejo me daba
miedo mirarme a mi mismo. Con el alma en los pies, la caja de herramientas en
una mano y con la otra jugando con la pelotita naranja dentro de los amplios
bolsillos del buzo empecé a caminar hacia mi casa.