Mi piso se encontraba en uno de los edificios de la villa que
hace años a punto estuvo de venirse abajo. El vecindario tuvo la suerte de
contar este edificio que un espacio en los sótanos, lo que en siglos pasados se
conocía como garaje, para albergar los vehículos de desplazamiento individual
de motor de combustión. Cuando el mundo estuvo a punto del colapso por un
brutal cambio climático estos vehículos empezaron a desaparecer y sustituirse
por otros que usaban otro tipo de energías, hasta que al final terminaron por
desaparecer todos y sustituirse por un transporte público mas eficiente
energéticamente pero demasiado caro para el usuario y totalmente insuficiente.
Las clases más acomodadas seguían contando con vehículos privados de tipo
magneto, simplemente los vestían como vehículos de empresa pero el uso era
particular. El que hace la ley siempre encuentra maneras de saltársela y por su
puesto de defender su estatus, los políticos, como siempre, legislaban bajo las
directrices de las corporaciones.
Como decía, mi edificio contaba con uno de aquellos arcaicos
garajes y en toda la villa solo había dos más que lo tuvieran por lo cual, por
un afán de conservacionismo histórico, las instituciones intervinieron y
rehabilitaron el edificio con dinero público, gasto que no hubiéramos podido
afrontar la vecindad de aquel momento, que se constituía fundamentalmente por
personas trabajadoras de muy baja cualificación, la mayoría de las cuales
pasaban por largos periodos de inactividad laboral. La designación de histórico
del edificio tuvo un efecto llamada sobre profesionales independientes militantes
de la contracultura y con un mayor poder adquisitivo que revindicaban una
ruptura con el sistema de las formas mas variopintas. Cierto es que no
compartía ese estilo de vivo a mi manera pero con dinero, me parecía que
despedía cierto tufillo a complicidad con el sistema y además tenía la
sensación de que encarecían los barrios mas pobres complicando a un mas la vida
de los realmente necesitados y les desplazaba a cada vez zonas peores pero de
alguna manera. No podía engañarme a mi mismo, de una manera u otra yo también
era como ellos. Trabajaba en una cooperativa social, tenía un salario bajo pero
digno que me permitía vivir con cierta holgura pero igualmente me sentía,
porque lo era, cómplice del sistema. En cualquier caso con mi nueva vecindad me
sentía mas a gusto, a veces me maldecía por ello, pero así era. Cambiemos el
pueblo sin el pueblo y nos convertiremos en los nuevos opresores.
La existencia de ese sótano subterráneo fue también la que me
facilitó la entrada a mi edificio ese día. La puerta se encontraba en la parte
opuesta a la fachada principal y daba a otra calle. Por seguridad, y por
carecer de utilidad, llevaba cerrada durante muchos años pero llevando yo mas
años todavía viviendo allí contaba con una de las pocas llaves, si no la única,
que existía. La puerta metálica rechinó al abrirse y la oscuridad me recibió en
la rampa de entrada. Iluminándome con mi vid de bolsillo avance entre el polvo
y las telarañas que llenaban el lugar, esquivando también los escombros que
dejó la obra de asentamiento. A pesar de los muchos años que no había estado
allí, encontré sin dificultad la puerta que daba acceso a la escalera del
edificio, en realidad solo quedaban los cimientos que desembocaban en otra
puerta cerrada que abrí con mi llave, accediendo al portal donde todo parecía
estar tranquilo. Podía haber cogido el elevador neumático pero decidí
encaminarme por las escaleras porque normalmente nadie las usaba y podría
evitarme un eventual encuentro con algún vecino que posteriormente pudiera dar
referencia de mi presencia en el edificio ese día.
Antes de llegar a mi piso oteé desde las escaleras el rellano
y cerciorado de que allí no había nadie subí los últimos peldaños. Me acerque
con sigilo a la puerta y pegue la oreja a la misma para intentar escuchar
ruidos que delataran la presencia de alguien. Al no escucharlos y con las manos
temblando acerqué mi dedo a la cerradura pero lo aparté antes de que el sistema
detectara mi huella. Hubiera sido un gran error porque hubiera delatado mi
presencia de inmediato si alguien me estaba buscando. Como el edificio era
antiguo aun conservaba también las antiguas cerraduras por lo que pude abrirla
con mi llave, sabrían que alguien había entrado pero no tendrían la seguridad
de quien. Entorne parsimoniosamente la puerta hasta poder meter la cabeza, nada
más hacerlo me percaté de que efectivamente alguien había estado en mi casa, no
había nada desordenado hasta donde me llegaba la vista. A punto estuve de
cerrar y salir corriendo pero me pudo la curiosidad y entré. El desorden que
había organizado antes de irme estaba completamente recogido, bien es verdad
que las cosas no estaban en su sitio, en el que yo las tenía, pero todo estaba
perfectamente ordenado. En uno de los pocos cajones que abrí encontré un
ejemplar de un libro del siglo XX que era uno de mis mayores tesoros. Lo metí
en el bolsillo y desanduve el camino hasta la puerta del garaje y salí
corriendo del edificio. Solo mas tarde me di cuenta de que había olvidado en mi
casa la caja de herramientas, pero no tenía sentido volver por un lado con la
apertura de la puerta ya sabrían que alguien había estado allí y por otro lado
me pareció que encontrar la caja les daría algo que pensar y tal vez
despistaría a la corporación que ahora ya sin duda alguna me estaba
persiguiendo.
Al llegar a mi nuevo hogar saqué el libro del bolsillo, tan
solo era una copia que me descargué de la red y que había mandado encuadernar
al estilo del siglo XX. El original se lo regalé a ella en su cumpleaños, el
único de sus cumpleaños del que pude disfrutar a su lado. Leyendo sus páginas
pasaron las horas, un redondo sol naranja languidecía en el horizonte justo
antes de ocultarse, como si de un signo se tratase saqué mi pelotita del bolsillo
para calmar el sentimiento de soledad absoluta que me invadía.