lunes, 30 de mayo de 2016

Casicuentos para Rita: Ciberbog XVIII Puertas y tesoros

Mi piso se encontraba en uno de los edificios de la villa que hace años a punto estuvo de venirse abajo. El vecindario tuvo la suerte de contar este edificio que un espacio en los sótanos, lo que en siglos pasados se conocía como garaje, para albergar los vehículos de desplazamiento individual de motor de combustión. Cuando el mundo estuvo a punto del colapso por un brutal cambio climático estos vehículos empezaron a desaparecer y sustituirse por otros que usaban otro tipo de energías, hasta que al final terminaron por desaparecer todos y sustituirse por un transporte público mas eficiente energéticamente pero demasiado caro para el usuario y totalmente insuficiente. Las clases más acomodadas seguían contando con vehículos privados de tipo magneto, simplemente los vestían como vehículos de empresa pero el uso era particular. El que hace la ley siempre encuentra maneras de saltársela y por su puesto de defender su estatus, los políticos, como siempre, legislaban bajo las directrices de las corporaciones.
Como decía, mi edificio contaba con uno de aquellos arcaicos garajes y en toda la villa solo había dos más que lo tuvieran por lo cual, por un afán de conservacionismo histórico, las instituciones intervinieron y rehabilitaron el edificio con dinero público, gasto que no hubiéramos podido afrontar la vecindad de aquel momento, que se constituía fundamentalmente por personas trabajadoras de muy baja cualificación, la mayoría de las cuales pasaban por largos periodos de inactividad laboral. La designación de histórico del edificio tuvo un efecto llamada sobre profesionales independientes militantes de la contracultura y con un mayor poder adquisitivo que revindicaban una ruptura con el sistema de las formas mas variopintas. Cierto es que no compartía ese estilo de vivo a mi manera pero con dinero, me parecía que despedía cierto tufillo a complicidad con el sistema y además tenía la sensación de que encarecían los barrios mas pobres complicando a un mas la vida de los realmente necesitados y les desplazaba a cada vez zonas peores pero de alguna manera. No podía engañarme a mi mismo, de una manera u otra yo también era como ellos. Trabajaba en una cooperativa social, tenía un salario bajo pero digno que me permitía vivir con cierta holgura pero igualmente me sentía, porque lo era, cómplice del sistema. En cualquier caso con mi nueva vecindad me sentía mas a gusto, a veces me maldecía por ello, pero así era. Cambiemos el pueblo sin el pueblo y nos convertiremos en los nuevos opresores.
La existencia de ese sótano subterráneo fue también la que me facilitó la entrada a mi edificio ese día. La puerta se encontraba en la parte opuesta a la fachada principal y daba a otra calle. Por seguridad, y por carecer de utilidad, llevaba cerrada durante muchos años pero llevando yo mas años todavía viviendo allí contaba con una de las pocas llaves, si no la única, que existía. La puerta metálica rechinó al abrirse y la oscuridad me recibió en la rampa de entrada. Iluminándome con mi vid de bolsillo avance entre el polvo y las telarañas que llenaban el lugar, esquivando también los escombros que dejó la obra de asentamiento. A pesar de los muchos años que no había estado allí, encontré sin dificultad la puerta que daba acceso a la escalera del edificio, en realidad solo quedaban los cimientos que desembocaban en otra puerta cerrada que abrí con mi llave, accediendo al portal donde todo parecía estar tranquilo. Podía haber cogido el elevador neumático pero decidí encaminarme por las escaleras porque normalmente nadie las usaba y podría evitarme un eventual encuentro con algún vecino que posteriormente pudiera dar referencia de mi presencia en el edificio ese día.
Antes de llegar a mi piso oteé desde las escaleras el rellano y cerciorado de que allí no había nadie subí los últimos peldaños. Me acerque con sigilo a la puerta y pegue la oreja a la misma para intentar escuchar ruidos que delataran la presencia de alguien. Al no escucharlos y con las manos temblando acerqué mi dedo a la cerradura pero lo aparté antes de que el sistema detectara mi huella. Hubiera sido un gran error porque hubiera delatado mi presencia de inmediato si alguien me estaba buscando. Como el edificio era antiguo aun conservaba también las antiguas cerraduras por lo que pude abrirla con mi llave, sabrían que alguien había entrado pero no tendrían la seguridad de quien. Entorne parsimoniosamente la puerta hasta poder meter la cabeza, nada más hacerlo me percaté de que efectivamente alguien había estado en mi casa, no había nada desordenado hasta donde me llegaba la vista. A punto estuve de cerrar y salir corriendo pero me pudo la curiosidad y entré. El desorden que había organizado antes de irme estaba completamente recogido, bien es verdad que las cosas no estaban en su sitio, en el que yo las tenía, pero todo estaba perfectamente ordenado. En uno de los pocos cajones que abrí encontré un ejemplar de un libro del siglo XX que era uno de mis mayores tesoros. Lo metí en el bolsillo y desanduve el camino hasta la puerta del garaje y salí corriendo del edificio. Solo mas tarde me di cuenta de que había olvidado en mi casa la caja de herramientas, pero no tenía sentido volver por un lado con la apertura de la puerta ya sabrían que alguien había estado allí y por otro lado me pareció que encontrar la caja les daría algo que pensar y tal vez despistaría a la corporación que ahora ya sin duda alguna me estaba persiguiendo.

Al llegar a mi nuevo hogar saqué el libro del bolsillo, tan solo era una copia que me descargué de la red y que había mandado encuadernar al estilo del siglo XX. El original se lo regalé a ella en su cumpleaños, el único de sus cumpleaños del que pude disfrutar a su lado. Leyendo sus páginas pasaron las horas, un redondo sol naranja languidecía en el horizonte justo antes de ocultarse, como si de un signo se tratase saqué mi pelotita del bolsillo para calmar el sentimiento de soledad absoluta que me invadía.