viernes, 6 de mayo de 2016

Casicuentos para Rita: Ciberbog VIII - Cielos grises

La cola avanzaba con rapidez, la azafata pedía y escaneaba las tarjetas de embarque y apenas se molestaba en comprobar la documentación. Sería fácil. Delante de mío se encontraba una familia, la mujer llevaba una falda gris corta con vuelo como con volantes. La misma falda que ella llevaba aquél día en el que subimos a un monte cercano para contemplar la ciudad, siempre la veía preciosa pero aquel día me parecía la mujer mas guapa del mundo, sin duda para mi lo era, lo sigue siendo. Ambas mujeres no se parecían en nada pero no podía dejar de mirarla, tanto me recordaba a ella. Así llegué a la puerta de embarque, dejé caer mi pelotita naranja para que rodara hasta donde se encontraba uno de los hijos de la mujer que ya había pasado el control. Le puse una amplia sonrisa a la azafata y le entregue mi vid con el billete y la documentación falsa y salí corriendo a por mi pelota y jugué por un instante con el niño. La escena debió entretenerla lo suficiente como para no prestar demasiada atención y cuando volví a por mi vid me franquearon el paso sin ningún impedimento. Le puse la mejor de mis sonrisas y recorrí a grandes pasos los pasillos hasta el avión.
Me senté en  mi asiento y cuando por fin el avión se puso en movimiento me quedé relajado y me dormí. En mi vida son pocas las veces que me acordaba de mis sueños pero desde que dejamos de vernos cada vez eran mas los días en que los recordaba. Me desperté agitado, por segunda vez en los últimos meses había soñado que estaba en una pradera enfrente del mar, sentado en una manta de cuadros junto a ella, erámos felices pero un hombre aparecía a lo lejos en la curva de un camino que subía hacia el monte. Ella lo vio y se levantó para ir en su busca. El no la esperó y siguió ascendiendo por el camino hacia a la cumbre y ella lo siguió y los perdí de vista. Me quedé solo frente al mar y las lágrimas llenaban mis ojos.
Llegaba por fin a mi ciudad, me encontraba seguro y a salvo. La corporación a la que pertenecían las instalaciones había quedado atrás. También quedaba atrás el Ciberbog. Me invadió un sentimiento de culpa por haberle dejado solo, por no haberle ido a buscar y saber lo que había sido de él. Sentí en ese momento que había abandonado a un amigo. El miedo me había llevado a pensar solo en mi mismo, en mi propia supervivencia y me había olvidado de todo, incluso de los amigos. Se que fue una actuación egoísta y quiero pensar que no hubiera actuado así con mis amigos de toda la vida, con los que me unían tantas y tantas cosas desde hace tantos años. pero con el Ciberbog me unía algo tan profundo que, a pesar de lo limitado de los momentos que pasamos juntos y la relación que tuvimos, me acompañaría el resto de mis días. Le había abandonado, tarde para evitarlo, espero que no demasiado tarde para ponerle remedio. Desembarqué del avión decidido a como mínimo investigar que había sucedido con él, asumiendo que tal vez fuera un camino peligroso.

Mi ciudad me recibió con sus cielos grises y con sus grises suelos humedecidos por las gotas de una lluvia fina. Estaba en casa, pero mi hogar siempre estaría donde ella estuviera. Por eso fui aquella ciudad, para ver lo que ella vio, para seguir sus pasos, para encontrarme con su fragancia, para sentir que de alguna manera seguíamos unidos, cerca. El viaje no acabó como esperaba pero encontré allí mucho mas de lo que buscaba. Su huella era mucho mas profunda de lo que habría podido imaginarme. El magnebus se desplazaba silencioso entre las verdes montes arbolados, la pelotita naranja acudió de nuevo a mis manos.