La cola avanzaba con rapidez, la
azafata pedía y escaneaba las tarjetas de embarque y apenas se molestaba en
comprobar la documentación. Sería fácil. Delante de mío se encontraba una
familia, la mujer llevaba una falda gris corta con vuelo como con volantes. La
misma falda que ella llevaba aquél día en el que subimos a un monte cercano
para contemplar la ciudad, siempre la veía preciosa pero aquel día me parecía
la mujer mas guapa del mundo, sin duda para mi lo era, lo sigue siendo. Ambas
mujeres no se parecían en nada pero no podía dejar de mirarla, tanto me
recordaba a ella. Así llegué a la puerta de embarque, dejé caer mi pelotita
naranja para que rodara hasta donde se encontraba uno de los hijos de la mujer
que ya había pasado el control. Le puse una amplia sonrisa a la azafata y le
entregue mi vid con el billete y la documentación falsa y salí corriendo a por
mi pelota y jugué por un instante con el niño. La escena debió entretenerla lo
suficiente como para no prestar demasiada atención y cuando volví a por mi vid
me franquearon el paso sin ningún impedimento. Le puse la mejor de mis sonrisas
y recorrí a grandes pasos los pasillos hasta el avión.
Me senté en mi asiento y cuando por fin el avión se puso
en movimiento me quedé relajado y me dormí. En mi vida son pocas las veces que
me acordaba de mis sueños pero desde que dejamos de vernos cada vez eran mas
los días en que los recordaba. Me desperté agitado, por segunda vez en los
últimos meses había soñado que estaba en una pradera enfrente del mar, sentado
en una manta de cuadros junto a ella, erámos felices pero un hombre aparecía a
lo lejos en la curva de un camino que subía hacia el monte. Ella lo vio y se
levantó para ir en su busca. El no la esperó y siguió ascendiendo por el camino
hacia a la cumbre y ella lo siguió y los perdí de vista. Me quedé solo frente
al mar y las lágrimas llenaban mis ojos.
Llegaba por fin a mi ciudad, me
encontraba seguro y a salvo. La corporación a la que pertenecían las
instalaciones había quedado atrás. También quedaba atrás el Ciberbog. Me
invadió un sentimiento de culpa por haberle dejado solo, por no haberle ido a
buscar y saber lo que había sido de él. Sentí en ese momento que había
abandonado a un amigo. El miedo me había llevado a pensar solo en mi mismo, en
mi propia supervivencia y me había olvidado de todo, incluso de los amigos. Se
que fue una actuación egoísta y quiero pensar que no hubiera actuado así con
mis amigos de toda la vida, con los que me unían tantas y tantas cosas desde
hace tantos años. pero con el Ciberbog me unía algo tan profundo que, a pesar
de lo limitado de los momentos que pasamos juntos y la relación que tuvimos, me
acompañaría el resto de mis días. Le había abandonado, tarde para evitarlo,
espero que no demasiado tarde para ponerle remedio. Desembarqué del avión
decidido a como mínimo investigar que había sucedido con él, asumiendo que tal
vez fuera un camino peligroso.
Mi ciudad me recibió con sus cielos
grises y con sus grises suelos humedecidos por las gotas de una lluvia fina.
Estaba en casa, pero mi hogar siempre estaría donde ella estuviera. Por eso fui
aquella ciudad, para ver lo que ella vio, para seguir sus pasos, para
encontrarme con su fragancia, para sentir que de alguna manera seguíamos
unidos, cerca. El viaje no acabó como esperaba pero encontré allí mucho mas de
lo que buscaba. Su huella era mucho mas profunda de lo que habría podido
imaginarme. El magnebus se desplazaba silencioso entre las verdes montes
arbolados, la pelotita naranja acudió de nuevo a mis manos.