Empecé a hacer la maleta para
trasladarme, cogí una maleta grande y la empecé a llenar con las cosas básicas,
me di cuenta de que pocas cosas son realmente necesarias para vivir, tan solo
había llenado la mitad de la maleta con ellas. Aun así opté por llenarla hasta los
topes con lo que más útil consideré y tampoco pude dejar de sucumbir al
narcisismo y metí ropa mas que de sobra para mantener un aspecto que lejos de
ser elegante me parecía que me favorecía. Soy un hombre maduro que seguramente
pasa por sus mejores momentos en lo físico, no siempre me preocupo de ello,
pero con el tiempo cada vez mas me preocupo de mi aspecto. Mas me valdría
haberme preocupado de mi aspecto interior pero en este mundo, como en todos, la
imagen pesa demasiado y de alguna manera nos termina absorbiendo a todos. Con
la maleta terminada, a punto de salir de casa sin un destino prefijado me di
cuenta de que olvidaba lo mas importante. Corrí a mi caja de recuerdos y de
ella saqué un mechero que ella me dio un día y unas pocas monedas que un día
dejó olvidadas encima de la mesa y lo metí todo en una bolsita de tela negra. Junto
con la pelotita naranja eran mis grandes tesoros. Rebuscando las monedas en la
caja había encontrado unas llaves que pasé totalmente por alto pero recordando
de repente de que eran volví atrás y me las metí al bolsillo.
Había dejado el cajón donde se
encontraba la caja totalmente revuelto y con cosas tiradas por el suelo, por la
cama y encima de los muebles. Se me ocurrió que podía ser desconcertante para
la Coorporación, si finalmente terminaban violando mi vivienda, dejar la casa
como si alguien hubiera rebuscado por todos los sitios. En menos de 10 minutos
parecía que por mi casa había pasado un huracán, había vaciado cajones,
armarios y demás espacios de almacenamiento y esparcido su contenido por toda
la casa. No se lo que pensarían pero probablemente les entretuviera un rato
tratando de hallar la respuesta y tal vez lograra incluso despistarles. En
cualquier caso así lo dejé y salí por la puerta cuidándome de no cerrarla con
llave para aumentar la sensación de que alguien se les había adelantado en el registro
de mi casa.
Mi barrio se había construido
hace mas de dos siglos en torno a un montón de edificios industriales. Era y
seguía siendo un barrio obrero que había pasado por etapas de miseria y
prosperidad, en este momento de la historia, en el que dominaban las corporaciones,
la miseria estaba volviendo. Como vestigio del pasado quedaban aún algunos de
esos edificios industriales que en la mayoría de los casos se estaban viniendo
abajo por la falta de mantenimiento, muchos otros, en tiempos mas prósperos, se
habían tirado y construido viviendas o edificios de oficinas. Las llaves que
metí en mi bolsillo eran de un local en uno de esos edificios que aun resistían
el paso del tiempo pero que estaban vacíos. En mi juventud, cuando nos dedicábamos
mas a vivir que a pensar en el futuro, habíamos alquilado ese local para
ensayar con un grupo de música y en torno al local habíamos creado un espacio
para nosotros, un espacio para reunirnos e incluso para vivir. Eran otros
tiempos, no importaban los lujos, ni las comodidades, el mañana vendría pero vivíamos
el hoy. Éramos felices y despreocupados, creíamos que viviríamos en un mundo
diferente, en un mundo mejor y también peleábamos para ello. El tiempo se ocupó
de demostrar lo equivocados que estábamos. Ya nadie vivía allí, todos habíamos
encontrado trabajos que nos permitían una vida acomodada hasta que las
corporaciones se ocuparon de lanzarnos a la pobreza, muchos perdieron los
trabajos, otros los mantenían pero les daba lo justo para vivir, unos pocos
podíamos mantener un nivel de vida un poco mayor, algunos vendidos a las corporaciones
y otras en proyectos cooperativistas que sin embargo iban perdiendo el sentido.
El caso es que después de muchos
años dejamos de utilizar el local y dejamos de pagarlo. Nadie nos reclamó las
llaves, nadie se enteró de que no pagábamos, seguramente el edificio pertenecía
a alguna corporación que compró el edificio sin conocer que tenía inquilinos,
algo extraño cuando la codicia y el dinero era lo que les movía pero probablemente
el vendedor, un hombre de otra época, con otros valores y que sufrió presiones
de todo tipo para vender el edificio simplemente no les había informado. Probé
la llave y abrió, subí al sexto piso donde en su día habíamos montado la vivienda
y como esperaba todo estaba ahí. Una capa de polvo cubría la negrura con la que
seguramente algún incendio había cubierto las paredes, las ventanas y todos los demás enseres. Dejé mi maleta
junto a una cama y saqué la pelotita naranja del bolsillo, en aquel edificio
era toda la luz, todo el color había, incluso yo iba vestido de negro.