viernes, 13 de mayo de 2016

Casicuentos para Rita: Ciberbog XI - Sueños

Acondicioné como pude la habitación para hacer mi estancia en ella lo mas llevadera posible, aunque tuve la precaución de no limpiar los cristales para no delatar mi presencia desde el exterior. Eche de menos los robots de limpieza que tenía en casa y que hacían prácticamente todo el trabajo ellos solos. Existían Ciberbogs de limpieza que lo hacían absolutamente todo pero, por su precio, la mayoría de la población no podíamos recurrir a ellos, incluso los robots normales no estaban al alcance de todos.
Mientras limpiaba tuve tiempo a pensar sobre como había llegado a aquella situación. Salvo la cortina del apartamento, que tal vez hubiera podido dejar descorrida yo mismo sin darme cuenta, y los mensajes del ciberbog borrados, no tenía ningún indicador que me hiciera pensar que la Corporación me hubiera prestado la mas mínima atención y sin embargo había actuado como si me persiguieran a muerte. Tal vez había visto demasiados vid de películas de acción, tal vez creía demasiado en teorías de la conspiración. Mi intuición me decía que no me equivocaba, la prudencia provocada por el miedo me invitaba a seguir actuando como lo estaba haciendo. ¿Por qué tenía miedo? ¿Qué mas podía perder cuando había perdido lo mas, prácticamente lo único, importante que había tenido en esta vida? La vida así carecía de sentido. Tal vez investigar sobre todo lo que había con el Ciberbog, limpiar mi propia suciedad por no haberme interesado por lo que le había sucedido y pensar solo en mi mismo, daba sentido a mis días. Tal vez por eso me estaba comportando así, tal vez lo hacía tan solo buscando una emoción que hiciera mi vida menos anodina, mas interesante, mas vivible.
Agotado por el viaje, por los días de trajín con pocas horas de sueño y con el sentimiento de seguridad de que absolutamente nadie me buscaría allí, caí rendido en el vetusto colchón y me dormí. Dormí durante horas y horas hasta despertar al día siguiente recordando de nuevo un sueño. Caminábamos por un acantilado, frente a ese mar al que siempre me he sentido siempre unido y del que sin embargo siempre me he sentido alejado. Nos sentamos en un banco de piedra y nuestros pies empezaron a jugar solos, tonteando como dos adolescentes hasta que terminamos fundiendo nuestras bocas en un beso. Aparecimos de repente cerca de su casa, despidiéndonos con la mirada triste y dos besos de amigos en la mejilla. Caminando de vuelta a mi casa me envolvía el sentimiento de la soledad mas absoluta. Volví sobré mis pasos para poder ver desde lejos las persianas cerradas de su piso a través de las cuales se escapaba un poco de la luz que había dentro. Fuera la noche, la oscuridad, dentro una luz en la que yo quería vivir pero que estaba fuera de mi alcance. Dos vidas paralelas que tan solo se entrecruzaban esporádicamente para huir de si mismas. Intenté acercarme, pero cuando mas caminaba el edificio estaba mas se alejaba, corría hacía él pero nunca lo alcanzaba, me desesperaba y apretaba mas aún el paso solo para ver como aquella casa, aquel hogar terminaba desapareciendo de mi vista. Destrozado por dentro y por fuer me senté un banco y las lágrimas acudieron a mis ojos, el mar quedaba demasiado lejos pero sus aguas me inundaban. Y esas mismas lágrimas surcaban ahora mis mejillas dejando marcado su rastro de sal en mi rostro.

Me recompuse no sin dificultad, lave mi cara con abundante agua helada y me duche como pude. Se borraron las marcas que llevaba fuera, las de dentro tardarían años en borrarse si es que alguna vez llegaban a hacerlo. Con el frío metido en lo mas profundo de mi ser salí a la calle en busca de mi amigo bio-ingeniero. Mi enorme amigo de metal y tejido orgánico se merecía que saliera de mi autocompasión para buscar respuestas que permitieran un reencuentro en el que contar viejas historias y escribir nuevas.