La semana pasada leí un titular,
solo el titular, de un artículo que decía algo así como que no se que iglesia
evangelista de no se que país afirmaba que cocinar podía hacer que un hombre se
volviera gay. Evidentemente solo pude pensar lo obtusa que sigue siendo la
gente y lo retrasada que está en estos tiempos que corren, aunque siendo
estrictos habría que decir que antes del cristianismo (y otra religiones) la
homosexualidad era algo completamente normal y aceptado. No voy a entrar en la
influencia que las religiones han tenido en la sexualidad porque me cabreo.
El caso es que ayer estaba
cocinando yo una crema de calabacín, no hay nada mejor para el frio que algo
calentito, cuando de repente comencé a sentirme excitado. No le di mayor
importancia hasta que fui consciente de que estaba pelando el calabacín. Cierto
es que esta verdura no se encuentra entre los múltiples nombres que usamos para
referirnos al pene, estando otros como el nabo (con un menor parecido físico) a
la cabeza de los apelativos con los que nos referimos al miembro viril. Tal vez
sea esto producto del tamaño porque la verdad es que el calabacín tiene un
tamaño con el que pocos hombres pudieran llegar pugnar y particularmente el que suscribe ni tan siquiera se acerca al tamaño de un plátano pequeño y como sabrán los lectores habituales esta circunstancia me ha traido no pocos sinvivires. El caso es que me dio
por pensar lo que podría sentirse con semejante elemento en el interior del
propio cuerpo. Tal vez si hubiera sido otra verdura de menor tamaño, por ejemplo
una zanahoria, e imbuido y dejándome llevar por el momento hubiera tenido a
bien experimentar con los placeres no culinarios que la verdura puede
proporcionar pero el calabacín me resultaba descomunal para una primera intentona
y opté por apartarlo y seguir con la tradición masculina de pelarme el nabo,
dejando la cocina para cuando terminara con estas lides.
Satisfecho, en la medida que uno
puede satisfacerse en solitario, volví a la cocina para seguir con la tarea y
el artículo vino a mi cabeza. Soy hombre de ciencia (incluso si fuera gay
seguiría siendo hombre de ciencia) y no me cabe ninguna duda de que lo que
afirmaba el artículo que no leí, está totalmente fuera del método científico.
Pero inseguro que es uno con su masculinidad (a dios gracias –esto es un decir-
porque una excesiva afirmación de la masculinidad mal entendida solo ha traído
desgracias al mundo y mucha violencia) no pude dejar de cuestionarme la
racionalidad –que no tiene ninguna- del artículo y plantearme si ese arrebato
autoerótico de índole homosexual pudiera tener relación con la cocina. Cierto
es que llevo muchos años cocinando y cosechando éxitos, dentro del ámbito familiar,
con mis platos y que no había notado nada hasta ahora pero ¿quién sabe?, tal
vez los efectos de la cocina sean a largo plazo y la gayez, si se me permite el
término, vaya apareciendo con la repetición en el tiempo de la actividad. Y en todo
caso, así debería ser, porque no hay actividad mas masculina que preparar una
paella –alubiaba o parrillada también vale- en algún acontecimiento familiar o
de amigos y dejar de paso la cocina perdida y el fregadero lleno de cacharros que
alguien con una mínima experiencia se preguntaría como coño se puede manchar
tanto y para que narices habrá usado el pasapurés. La cocina así entendida, y
mas si a la operación se unen otros hombres y unos vinos, es sin duda ya no
masculina, sino de machos. Hacer una crema de calabacín, manchando lo mínimo y
recogiéndolo todo sin embargo no parece un comportamiento de macho alfa y sea
tal vez sea lo que lleve a afirmar a los amados evangelistas (amados como hermanos,
no como parejas sexuales –lo aclaro porque estos me ahorcan-) que la cocina
despierta o provoca la homosexualidad.
Toda vez que ya no se muy bien
por donde seguir y que las notas de humor pudieran resultar repetitivas, solo
me queda concluir con una pregunta ¿y qué? ¿y si la cocina me convirtiera en
gay que pasa? Tal vez descubriera lo que realmente soy y fuera más feliz. Estimados
evangelistas, serán ustedes muy machitos y seguramente solo copulen con hembras
para dejarlas embarazadas (otra cosa sería pecado y dios no quiera que caigan ustedes
en la tentación) pero las sociedad no necesita sus consejos culinarios y muchos
menos sus consejos sexuales con los que de paso se perpetúan unos roles de
género en los que se cimentan las desigualdades. Pero ustedes ya saben esto y
para defender su estatus utilizan aquello del siembra que algo recogerás. Si llega
el día que una verdura penetre en mi esfínter (por decisión propia, que accidentes
en la cocina se producen todos los días) tengan por seguro que me acordaré de
ustedes y llegado el caso les dedicaré mi orgasmo.