viernes, 18 de marzo de 2016

Encontrome en contubernio
para urdir un atraco
y poder meter al saco
unas cintas de casete
que en los tiempos que corrían
para piratear servían
los vinilos del momento.
Para un mocete azaroso
sin ningún medio de vida
no estaban al alcance
las de oxido ferroso
y ambicionando este bien
como algo deseable
sustraerlo de lo ajeno
no era algo desdeñable.
Se plantaron en Simago
con un plan establecido,
dos harían latrocinio
y otros dos de vigilantes,
que ante toda sospecha
de poder ser atrapados
saldrían a toda mecha
y que fueran avisados
los que por misión tenían
guardar entre sus chaquetas
los casetes mencionados,
una cinta hoy obsoleta,
otrora un bien preciado.
El plan iba sobre ruedas
y muy bien coordinado,
mas la falta de experiencia
y el estar aturullado
unido a la inocencia
de imberbes descarados,
lo hizo venirse abajo
y se vieron atrapados
por una feroz cajera
que cumpliendo su misión
de custodia de los bienes
les metió un toñejón
y les puso en presencia
del segurata de turno
personaje taciturno
que puso en conocimiento
de los padres de los mismos
el citado latrocinio.
Al albur de su inocencia
huyeron los vigilantes
mas no libraron los guantes
de padres enfurecidos
por sus vástagos queridos
que habían sido educados
para ser niños honrados
y obviando su educación
se habían convertido
en aprendiz de ladrón.
Y así hubiera concluido
esta historia que les narro
si no hubiera conocido,
ya con barba y parlamento,
una que fuera cajera
de dicho establecimiento
y a la sazón compañera
de la que ya he mencionado
y al referirle esta historia
me llevé un bofetón
que no me vino a la cara
fue directo al corazón.