lunes, 21 de marzo de 2016

Hoy me duele la cabeza...

Hay historias que merecen ser contadas, que necesitan ser contadas pero que no se cuentan. Hay historias que permanecerán grabadas en la memoria de las personas que las vivieron y nunca saldrán de esos muros que parecen infranqueables. Contarlas, gritarlas podría ser la liberación que necesitan, escapar de la cárcel en que de otra manera permanecerán encerradas para siempre sin volver a ver la luz del día. Pero hay historias que no pueden o no quieren escapar, que no quieren ser liberadas, hay historias que las oscuras sombras tienen su hábitat, su modo de vida, su propio sentido. Hay historias que mueren a la par que matan.
Y de las historias se cuenta una parte, la que cada uno vivimos y ni tan siquiera esa, contamos la parte que queremos contar por las razones que sea. Yo cuento historias, y cuento la parte bonita aunque lo haga desde la tristeza, pero como casi todas las historias las mías también tienen una parte menos bonita, una  parte que oculto porque no necesito contarla. A la belleza no se le puede dar lustre con trapos sucios y la belleza es lo que me lleva a contar historias. Pero existió, existió esa parte menos bonita, esa parte mas oscura, esa parte dolorosa y hay días, hay días en la que esa parte de la historia me reconcome por dentro haciéndome dudar de todo, haciéndome dudar incluso de si hubo algo de belleza. Esos días en los que te hartas de culparte, de reconocer tus errores y lo que te sale es señalar con el dedo acusador a otros y hacerles responsables. Nos equivocamos aunque tuviéramos razón, nada podemos hacer para solucionar el pasado, lo único que podemos hacer es aprender y corregir nuestros propios errores y señalar los de los demás solo nos lleva a justificar y aceptar los nuestros. Poco constructivo. Aunque en días como hoy me digo a mi mismo y ¿qué mas da? Qué mas da si son historias pasadas, historias que no volverán a producirse, mejor liberarse del peso de la responsabilidad y trasladársela a los demás. Mas fácil, mas llevadero y menos castigo para uno mismo. Días como hoy me gustaría volcar y narrar algunas partes de esa historia que sin embargo morirán conmigo aunque días como hoy quiero que el mundo sepa que no solo yo me equivoqué, que no solo yo fui responsable de que esa historia no tuviera un final feliz en el que todos estuviéramos invitados a un banquete de perdices. Y así es, así fue y sin embargo prefiero cargar con la absoluta responsabilidad de que la historia no tuviera un final feliz. Tal vez ni tan siquiera pudiera tenerlo pero desde luego yo no estuve a la altura, tal vez simplemente era imposible que lo estuviera.
En este último año he empezado a trabajar con una persona que tiene una enfermedad mental y cree que todo el mundo es su enemigo, que todos están contra ella, que ella lo hace bien todo y los demás no. Es imposible trabajar con ella, es imposible hacerle comprender nada, o al menos a mi me está resultando imposible. Pero estoy aprendiendo mucho, estoy aprendiendo que en realidad mantener esa posición no le ayuda para nada y que si fuera capaz de ponerse ella misma en duda, a cuestionarse lo que ella hace probablemente mejorara en su propio trastorno mental y en su vida en general. Pero es la pescadilla que se muerde la cola y sencillamente no puede. Ver esa realidad me ha llevado a pensar que transformar a los demás, al entorno es muy complicado y que lo único que realmente está al alcance de nuestras manos es transformarnos a nosotros mismos y probablemente no tanto como nos gustaría porque hay cosas que están muy arraigadas en nuestro ser persona. Pero tampoco es sano culparse de todo uno mismo, hay que saber hasta donde llega la responsabilidad propia y no cargar innecesariamente con cuestiones que no son de nuestra responsabilidad.
Y en estas historias me quedo con la belleza. La historia completa tal vez fuera diferente, pero contándola no gano nada, no crezco, no soy mejor persona. Hay historias que merecen ser contadas y otras no, pero caminar seguiremos caminando con la historia completa, al menos con la parte de la historia que en nuestro cerebro resuena como la verdad. La verdad, sin embargo, es un prisma de mil caras del que tan solo conocemos con seguridad el nuestro y muchas veces ni tan siquiera del todo.