Hay historias que merecen ser
contadas, que necesitan ser contadas pero que no se cuentan. Hay historias que
permanecerán grabadas en la memoria de las personas que las vivieron y nunca
saldrán de esos muros que parecen infranqueables. Contarlas, gritarlas podría
ser la liberación que necesitan, escapar de la cárcel en que de otra manera
permanecerán encerradas para siempre sin volver a ver la luz del día. Pero hay
historias que no pueden o no quieren escapar, que no quieren ser liberadas, hay
historias que las oscuras sombras tienen su hábitat, su modo de vida, su propio
sentido. Hay historias que mueren a la par que matan.
Y de las historias se cuenta una
parte, la que cada uno vivimos y ni tan siquiera esa, contamos la parte que
queremos contar por las razones que sea. Yo cuento historias, y cuento la parte
bonita aunque lo haga desde la tristeza, pero como casi todas las historias las
mías también tienen una parte menos bonita, una
parte que oculto porque no necesito contarla. A la belleza no se le
puede dar lustre con trapos sucios y la belleza es lo que me lleva a contar historias.
Pero existió, existió esa parte menos bonita, esa parte mas oscura, esa parte
dolorosa y hay días, hay días en la que esa parte de la historia me reconcome
por dentro haciéndome dudar de todo, haciéndome dudar incluso de si hubo algo
de belleza. Esos días en los que te hartas de culparte, de reconocer tus
errores y lo que te sale es señalar con el dedo acusador a otros y hacerles
responsables. Nos equivocamos aunque tuviéramos razón, nada podemos hacer para
solucionar el pasado, lo único que podemos hacer es aprender y corregir
nuestros propios errores y señalar los de los demás solo nos lleva a justificar
y aceptar los nuestros. Poco constructivo. Aunque en días como hoy me digo a mi
mismo y ¿qué mas da? Qué mas da si son historias pasadas, historias que no
volverán a producirse, mejor liberarse del peso de la responsabilidad y trasladársela
a los demás. Mas fácil, mas llevadero y menos castigo para uno mismo. Días como
hoy me gustaría volcar y narrar algunas partes de esa historia que sin embargo
morirán conmigo aunque días como hoy quiero que el mundo sepa que no solo yo me
equivoqué, que no solo yo fui responsable de que esa historia no tuviera un
final feliz en el que todos estuviéramos invitados a un banquete de perdices. Y
así es, así fue y sin embargo prefiero cargar con la absoluta responsabilidad
de que la historia no tuviera un final feliz. Tal vez ni tan siquiera pudiera
tenerlo pero desde luego yo no estuve a la altura, tal vez simplemente era
imposible que lo estuviera.
En este último año he empezado a
trabajar con una persona que tiene una enfermedad mental y cree que todo el
mundo es su enemigo, que todos están contra ella, que ella lo hace bien todo y
los demás no. Es imposible trabajar con ella, es imposible hacerle comprender
nada, o al menos a mi me está resultando imposible. Pero estoy aprendiendo
mucho, estoy aprendiendo que en realidad mantener esa posición no le ayuda para
nada y que si fuera capaz de ponerse ella misma en duda, a cuestionarse lo que
ella hace probablemente mejorara en su propio trastorno mental y en su vida en
general. Pero es la pescadilla que se muerde la cola y sencillamente no puede.
Ver esa realidad me ha llevado a pensar que transformar a los demás, al entorno
es muy complicado y que lo único que realmente está al alcance de nuestras
manos es transformarnos a nosotros mismos y probablemente no tanto como nos
gustaría porque hay cosas que están muy arraigadas en nuestro ser persona. Pero
tampoco es sano culparse de todo uno mismo, hay que saber hasta donde llega la
responsabilidad propia y no cargar innecesariamente con cuestiones que no son
de nuestra responsabilidad.
Y en estas historias me quedo con
la belleza. La historia completa tal vez fuera diferente, pero contándola no
gano nada, no crezco, no soy mejor persona. Hay historias que merecen ser
contadas y otras no, pero caminar seguiremos caminando con la historia
completa, al menos con la parte de la historia que en nuestro cerebro resuena
como la verdad. La verdad, sin embargo, es un prisma de mil caras del que tan
solo conocemos con seguridad el nuestro y muchas veces ni tan siquiera del
todo.