martes, 15 de marzo de 2016

Este invierno tardío que estamos viviendo ha tenido a bien regalarme con una gripe de esas que ni jode ni deja joder. Vamos que llevo una semana encontrándome mal pero no lo suficiente como para quedarme en casa y hacer esa actividad que tanto me gusta, vaguear. Hoy ha salido un sol que anuncia la primavera y la verdad es que me he levantado con mas fuerza pero mi cuerpo no se ha contentado con la situación de mejoría y ha decidido que era el momento de hacer limpieza y me ha agraciado con una diarrea que hace que alterne constantemente mi silla de despacho con la taza del váter, y, dicho sea de paso, ambos asientos rivalizan en comodidad. La taza es un lugar mucho mas tranquilo que mi estresante silla pero siendo las circunstancias las que son, dista mucho de ser agradable mi visita al baño. Esta circunstancia me ha traído al recuerdo experiencias pasadas, y toda vez que como bien saben los lectores asiduos tengo un gusto por lo escatológico rayano con la enfermedad mental, me dispongo a contarle a ustedes una que provoca muchas risas entre los degenerados de mi cuadrilla, los cuales por cierto comparten mi gusto y el divertimento que lo acompaña.
Soy hombre, mejor dicho era, con especial gusto por la naturaleza por lo cual era frecuente que pasara días recorriendo los montes y montañas de nuestra geografía. La historia comienza por tanto en una de esas montañas, concretamente Picos de Europa. Para resumir diré que habíamos pasado unos días bastante duros de recorrido por las alturas, con no mucha alimentación y bebiendo agua de donde se podía. No se dejen engañar ustedes por la apariencia cristalina e inofensiva de las aguas de las montañas que a veces encierran sorpresas intestinales que no se podrían sospechar contemplando a vista simplemente su pureza. Cierto es que no creo que fuera esa la causa de mi mal, como aficionado a ese tipo de recorridos había mantenido la observancia y prudencia necesaria para evitar este tipo de contratiempos pero el caso es que el agua fue casi con toda probabilidad la causa de los males que me dispongo a compartir con ustedes. Advierto en este punto que si alguien es impresionable o esta temática le produce asco se abstenga de leer lo que subsigue porque la narración les resultara al punto desagradable o como dicen los jóvenes, que ya no lo son tanto, vomitiva.
Habiendo pasado ya una semana de periplo por altas cumbres descendimos a la pintoresca localidad de Cangas de Onís, conocida desde entonces en mi entorno por un juego de palabras facilón, como Cagas de Onís para coger un autobús que nos llevara a la civilización. Llegamos a media la tarde y nuestro autobús no salía hasta el día siguiente por lo que pedimos permiso a unas monjitas para albergarnos en los pórticos del colegio que regentaban a lo cual accedieron no sin pelear y llorar un poco. Llegó la noche y cansado como estaba me metí en el saco de dormir para soñar con los angelitos. A pesar de ser verano me despertó el frio y el relente del amanecer pero estando, como estaba, calentito en mi saco solo me sacudía en la cara, si bien es verdad que poco a poco se me fue metiendo en el cuerpo. Pasados unos minutos me sobrevino la necesidad de tirarme un pedo mañanero y bien sea por la pereza de salir del saco, por no haber un sitio cercano adecuado para sacarlo de mi o simplemente porque aun dándose las circunstancias adecuadas me lo hubiera tirado igual dentro del saco, lo solté sin moverme y procurando no hacer ruido para no despertar a mis compañeros de viaje. Aliviado y con el saco calentito me puse a organizar mentalmente el día. En esos pensamientos estaba cuando otro gas interno empezó a llamar a la puerta y como la experiencia anterior me había resultado agradable decidí también abrirle la puerta. Y no fue el último ni mucho menos porque sin mediar ni unos minutos se empezaron a agolpar en mi recto gases que fui dando salida según se iban presentando. La cosa no hubiera ido a mayores si no fuera porque en un momento dado empecé a notar cierta humedad en la cara interna de mi muslo. No sufro de incontinencia urinaria alguna aunque fue lo primero que se me pasó por la cabeza e intrigado metí la mano para comprobar que era aquella sensación húmeda. Efectivamente noté en los dedos humedad y al sacar la mano del saco para una comprobación visual del líquido que los humedecía comprobé con terror como era de un color marronaceo altamente alarmante. Me levante y salí del saco como una centella y mientras lo hacía un torrente incontrolables de gases húmedos empezaron a salir de mi ano recorriendo ahora, en virtud de la gravedad, todas mis piernas. Corrí hacia el jardincillo anexo al patio de aquel colegio de monjas y bajándome los pantalones tuve a bien abonarlo para una temporada. Lo cierto es que la operación no fue cosa de minutos porque, como si tratara de algún tipo de mal encantamiento, no podía cerrar el grifo y de mi cuerpo no dejaba de salir ese liquido asqueroso. Una vez que mi intestino debió quedarse completamente vacío y dejo de chorrear gasté prácticamente un rollo entero de papel higiénico del que tuve a bien proveerme, en un reacción digna de elogio dado lo apurado de la situación, según iba de camino al jardín. Se habrán percatado ustedes de que no había un baño a disposición y no habiéndolo se imaginaran ustedes que tampoco había una ducha disponible. Así que me limpie como pude con el papel el culo y las piernas. Recompuesto pero poco digno accedí al botiquín para tomar la medicación de la época conocida como por fortasec y bien debido a que me había quedado vacío o a la eficacia del medicamente no sufrí nueva recidivas. Pero claro, imaginasen ustedes que la limpieza por fuerza no podía ser del todo higiénica y que la sensación de suciedad y asco la tenía metida hasta las trancas. Para los que no conozcan Cagas de Onís les diré que la localidad es atravesada por un río que recoge las congeladas aguas de los Picos. Con cinco o seis grados de temperatura, un agua helada y la debilidad en el cuerpo que traen consigo este tipo de contratiempos tuve que bañarme para limpiar mi cuerpo aunque mi espíritu seguiría manchado. No diré de que tamaño se me quedo la colita porque bastante ridículo me parece ya lo  que estoy contando pero que les sirva como referencia la de cualquier neonato. Al levantar la mirada pude observar que estaba dando el espectáculo a unos viandantes que tenían a bien pasear por un puente cercano, que por cierto es característico y blasón del municipio. Si alguna vez se han bañado en un rio descalzos sabrán la incomodidad de moverse entre sus piedras por lo que al salir corriendo del rio solo conseguí aumentar las risas de los espectadores. Limpio pero congelado, avergonzado y hasta cierto punto humillado me vestí dando salitos para no clavarme las piedras y salí corriendo de aquella zona. El viaje en autobús fue tranquilo aunque en ningún momento deje de sentir miedo porque pudiera repetirse el episodio, en realidad no volvería a cagar en una semana –bendito fortasec- y al llegar a casa bien entrada la noche pude darme una larga ducha con agua caliente que me permitió por fin sentirme limpio.
Siempre que, como hoy, tengo diarrea, suele acordarme de este episodio vergonzante de mi vida y no le deseo a nadie experiencia parecida. Se que el relato no es edificante pero, teniendo en cuenta que lo escribo desde el baño, espero que por lo menos les haya resultado entretenido a la par de hilarante, aunque soy consciente de que estos temas no hacen gracia a todo el mundo y por eso mediado el texto les he lanzado la advertencia. Si han llegado hasta aquí luego no vayan de remilgados por el mundo.