viernes, 19 de febrero de 2016

Ya he comentado en alguna ocasión, sin ir mas lejos creo que el miércoles, la notoriedad de mi belleza y lo espléndido  de mi esbelto cuerpo. Ciertamente podría ser peor, podría estar incluso calvo pero la genética, que tanto se ha ensañado conmigo, ha tenido a bien por lo menos agraciarme de momento con una cabellera persistente. Bien es cierto indomable y lacia a mas no poder pero cuando uno tiene cierta edad –sabrán ustedes cual es si se encuentran en ella- no estar afectado por la calvicie es casi una bendición divina. Sería injusto cargar contra la genética y no reconocer también que me ha dotado de una especie de eterna juventud, lo cual es digno de reseñar pero por otro lado me impide acceder a la categoría de madurito interesante. Está categoría no comporta necesariamente ser guapo, con mantenerse un poco bien y tener un buen aspecto físico y en cuanto a la vestimenta se refiere es mas que suficiente, porque los hombres, los de cierta edad al menos, tradicionalmente no nos hemos preocupado mucho por nuestro aspecto y llegando a esa edad algunos se despreocupan del todo y otros hacen intentos de ir monos que fracasan en la mayoría de los casos por falta de experiencia y gusto. Pero lo dicho, que con este aspecto juvenil que tengo no entro dentro de lo que puede ser un madurito interesante y si de joven era feo, con la edad lejos de mejorar he empeorado y estoy muy alejado también de la categoría de joven atractivo, en la cual nunca nadie me ha calificado y en la que tampoco espero llegar a entrar nunca. Mi única esperanza es ser un marudito interesante cuando deje de tener esta cutís de adolescente.
Y a pesar del historial todos tenemos sucedidos en nuestra vida que podemos contar y vanagloriarnos. Y es que el fin de semana pasado tuve comida de amigos, todos de cierta edad y mayoritariamente feos, aunque alguno puede entrar en la categoría de madurito interesante aunque nunca jamás se lo reconoceremos. Y por cierto para las lectoras habituales que estén pensando en el madurito interesante como algo tentador para la conquista me remitiré a lo escrito hace unos días acerca del pedo y las hilarantes y escatológicas consecuencias que le acarreo al interfecto, que, por si no ha quedado suficientemente, claro fueron protagonizadas por nuestro madurito interesante. Que dirán ustedes que dejando patente esto lo que en realidad dejo patente es la envidia y cierta inquina, y seguramente no les falta razón pero lo mismo que gloso sus virtudes también puedo glosar sus defectos.
¿Dónde estaba? Ah, si, que me pierdo. Que tuve comida y, como no podía ser de otra manera, se alargó hasta altas horas de la noche (concretamente hasta las dos, que puede no parecer mucho pero cuando los de cierta edad nos juntamos difícilmente nos alargamos mas allá de la hora de cenar, para seguir llenando nuestro buches y descansar para poder estar medioactivos a la mañana siguiente). Ni que decir tiene que después de un previo a la comida regado con los mejores caldos, la comida con vino peleón y una sobremesa de copas –fundamentalmente gintonic, símbolo de madurez y clase y sobre todo indicador de tener cierta edad o incluso mas- los hombres de cierta edad, incluso los maduritos interesantes, nos convertirnos directamente en viejos verdes. No se si viene al caso de la historia pero es una constante en todas las cuadrillas de hombres que he conocido y que me parece altamente relevante. Aunque pensándolo bien desde que nos llegó la adolescencia hemos sido unos salidos y ser feos como una ¿manada? –¿se dice así?- de mandriles no ha contribuido a que dejemos de serlo por la práctica.
Pero bueno. Que me enrollo. Que lo que quería contar es que después de pasar por varios garitos de moda dónde la mayoría de la gente que los frecuentaban era extrañamente joven –claramente estaban fuera de sitio- caímos en uno con pista de baile y en la que los menos vergonzosos se lanzaron a la pista para interpretar sus mejores pasos y espectáculos y hacer el ridículo delante de la juventud. Uno, que aún conserva un miedo al ridículo rayano con la paranoia, que hace que se pierda diversiones pero que por otro lado contribuyen a mantener su dignidad, se quedó sentado mirando el espectáculo. Sentado no tanto por estar cansado como por mantener, no sin dificultades, la verticalidad. Y en esas estaba cuando una chica despampanante se acercó a hablarme, supongo que a tal circunstancia influyo la escasa luz del lugar que impedía que se viera mi “belleza” y que se encontraba en un estado de embriaguez que, aun sabiendo que delata me edad, me atrevería a calificar como “una cuba”. La señorita en cuestión tendría unos venticinco años y en ningún caso sobrepasaba la treintena y como ya he dicho, y remitiéndome de nuevo a mi lenguaje de cierta edad, estaba “cañón”. No tengo ni idea de lo que me dijo, en parte por la curda que llevaba, por arte de la cual balbuceaba mas que hablaba, y en parte también por la acuciante sordera con la que la edad me está regalando  y que la música “a tope” en nada favorecía. Aun con todo creí entender sus intenciones y puedo referir sin aspavientos que me “entró”, si bien mi corta experiencia en estas lides me hace albergar alguna duda. Y en cualquier caso lo mismo hubiera dado porque como toda reacción tuve a bien desencajar la mandíbula y empezar a babear como un imbécil sin ni tan siquiera ser capaz de articular palabra.  Y es que ni tan siquiera tener cierta edad ha contribuido a desarrollar unas dotes de seducción que compensen en lo más minino mi físico.

Pero bueno para los anales queda, y varios de mis amigos fueron testigos presenciales por lo cual podré alardear durante años, incluso durante toda la vida, de que ligué con una venticincoañera que estaba buenísima y que si no me fui con ella es porque no quise. Ya se que al lector medio le parecerá poco, pero si alguno hay que pueda compararse y pugnar conmigo en belleza estará aún incrédulo de que tales hechos pudieran ocurrirle a uno de nuestra clase y condición. Y es que cuando uno llega a cierta edad hay historias a las que agarrarse como clavos ardiendo.