Ya he comentado en alguna
ocasión, sin ir mas lejos creo que el miércoles, la notoriedad de mi belleza y
lo espléndido de mi esbelto cuerpo.
Ciertamente podría ser peor, podría estar incluso calvo pero la genética, que
tanto se ha ensañado conmigo, ha tenido a bien por lo menos agraciarme de
momento con una cabellera persistente. Bien es cierto indomable y lacia a mas
no poder pero cuando uno tiene cierta edad –sabrán ustedes cual es si se
encuentran en ella- no estar afectado por la calvicie es casi una bendición
divina. Sería injusto cargar contra la genética y no reconocer también que me
ha dotado de una especie de eterna juventud, lo cual es digno de reseñar pero
por otro lado me impide acceder a la categoría de madurito interesante. Está
categoría no comporta necesariamente ser guapo, con mantenerse un poco bien y
tener un buen aspecto físico y en cuanto a la vestimenta se refiere es mas que
suficiente, porque los hombres, los de cierta edad al menos, tradicionalmente no
nos hemos preocupado mucho por nuestro aspecto y llegando a esa edad algunos se
despreocupan del todo y otros hacen intentos de ir monos que fracasan en la
mayoría de los casos por falta de experiencia y gusto. Pero lo dicho, que con
este aspecto juvenil que tengo no entro dentro de lo que puede ser un madurito
interesante y si de joven era feo, con la edad lejos de mejorar he empeorado y
estoy muy alejado también de la categoría de joven atractivo, en la cual nunca
nadie me ha calificado y en la que tampoco espero llegar a entrar nunca. Mi
única esperanza es ser un marudito interesante cuando deje de tener esta cutís
de adolescente.
Y a pesar del historial todos
tenemos sucedidos en nuestra vida que podemos contar y vanagloriarnos. Y es que
el fin de semana pasado tuve comida de amigos, todos de cierta edad y
mayoritariamente feos, aunque alguno puede entrar en la categoría de madurito
interesante aunque nunca jamás se lo reconoceremos. Y por cierto para las
lectoras habituales que estén pensando en el madurito interesante como algo
tentador para la conquista me remitiré a lo escrito hace unos días acerca del
pedo y las hilarantes y escatológicas consecuencias que le acarreo al
interfecto, que, por si no ha quedado suficientemente, claro fueron protagonizadas
por nuestro madurito interesante. Que dirán ustedes que dejando patente esto lo
que en realidad dejo patente es la envidia y cierta inquina, y seguramente no les
falta razón pero lo mismo que gloso sus virtudes también puedo glosar sus
defectos.
¿Dónde estaba? Ah, si, que me
pierdo. Que tuve comida y, como no podía ser de otra manera, se alargó hasta
altas horas de la noche (concretamente hasta las dos, que puede no parecer
mucho pero cuando los de cierta edad nos juntamos difícilmente nos alargamos
mas allá de la hora de cenar, para seguir llenando nuestro buches y descansar
para poder estar medioactivos a la mañana siguiente). Ni que decir tiene que
después de un previo a la comida regado con los mejores caldos, la comida con
vino peleón y una sobremesa de copas –fundamentalmente gintonic, símbolo de
madurez y clase y sobre todo indicador de tener cierta edad o incluso mas- los
hombres de cierta edad, incluso los maduritos interesantes, nos convertirnos
directamente en viejos verdes. No se si viene al caso de la historia pero es
una constante en todas las cuadrillas de hombres que he conocido y que me
parece altamente relevante. Aunque pensándolo bien desde que nos llegó la
adolescencia hemos sido unos salidos y ser feos como una ¿manada? –¿se dice así?-
de mandriles no ha contribuido a que dejemos de serlo por la práctica.
Pero bueno. Que me enrollo. Que
lo que quería contar es que después de pasar por varios garitos de moda dónde
la mayoría de la gente que los frecuentaban era extrañamente joven –claramente estaban
fuera de sitio- caímos en uno con pista de baile y en la que los menos
vergonzosos se lanzaron a la pista para interpretar sus mejores pasos y espectáculos
y hacer el ridículo delante de la juventud. Uno, que aún conserva un miedo al
ridículo rayano con la paranoia, que hace que se pierda diversiones pero que por
otro lado contribuyen a mantener su dignidad, se quedó sentado mirando el
espectáculo. Sentado no tanto por estar cansado como por mantener, no sin
dificultades, la verticalidad. Y en esas estaba cuando una chica despampanante se
acercó a hablarme, supongo que a tal circunstancia influyo la escasa luz del
lugar que impedía que se viera mi “belleza” y que se encontraba en un estado de
embriaguez que, aun sabiendo que delata me edad, me atrevería a calificar como “una
cuba”. La señorita en cuestión tendría unos venticinco años y en ningún caso
sobrepasaba la treintena y como ya he dicho, y remitiéndome de nuevo a mi lenguaje
de cierta edad, estaba “cañón”. No tengo ni idea de lo que me dijo, en parte
por la curda que llevaba, por arte de la cual balbuceaba mas que hablaba, y en
parte también por la acuciante sordera con la que la edad me está regalando y que la música “a tope” en nada favorecía.
Aun con todo creí entender sus intenciones y puedo referir sin aspavientos que me “entró”, si bien mi corta experiencia en estas lides me hace albergar
alguna duda. Y en cualquier caso lo mismo hubiera dado porque como toda
reacción tuve a bien desencajar la mandíbula y empezar a babear como un imbécil
sin ni tan siquiera ser capaz de articular palabra. Y es que ni tan siquiera tener cierta edad ha
contribuido a desarrollar unas dotes de seducción que compensen en lo más
minino mi físico.
Pero bueno para los anales queda,
y varios de mis amigos fueron testigos presenciales por lo cual podré alardear
durante años, incluso durante toda la vida, de que ligué con una venticincoañera
que estaba buenísima y que si no me fui con ella es porque no quise. Ya se que al
lector medio le parecerá poco, pero si alguno hay que pueda compararse y pugnar
conmigo en belleza estará aún incrédulo de que tales hechos pudieran ocurrirle
a uno de nuestra clase y condición. Y es que cuando uno llega a cierta edad hay
historias a las que agarrarse como clavos ardiendo.