Nunca llueve a gusto de todos e
incluso a los que aman la lluvia, como la ama Equis, como la amaba Kaos, en ocasiones
les inunda cuando desearían ver el sol. La lluvia es vida, pero la lluvia
también son lágrimas y en Maes ya había demasiadas. Las tormentas habían dejar de
cubrir constantemente el cielo con su negrura y el suelo con sus aguas, sus
rayos, sus vientos ya solo visitaban Maes esporádicamente, como en cualquier
otro lugar del planeta, como en cualquier otro lugar de un universo
completamente desconocido.
Ese día el cielo se oscureció hasta
el punto de parecer de noche, la luz del día se extinguió por completo. No
llovía, tan solo nubes y mas nubes iban sobreponiéndose en el cielo hasta tapar
hasta el último haz de luz que pudiera provenir de cualquiera de sus soles.
Negrura, oscuridad absoluta como en la mas profunda de las noches. Kaos miraba
a un cielo que parecía iba a romperse y descargar toda su furia. Pero no lo
hizo. Llegó la noche sin que apenas hubiera diferencia y luego el día
siguiente, y el siguiente y así pasaron muchos días. No llovía, pero cada vez
el frío era mas intenso. En las calles apenas había movimiento, los habitantes
de Maes se refugiaban en sus casas. El miedo se había extendido y era
comprensible, no hacia tanto vivían en Ciudad Mees y llegó la niebla para
destruirla, ahora ese cielo negro suponía una amenaza que iba mucho mas allá de
lo que representaba. Vaticinios de desastres corrían como la pólvora aumentando
un miedo irracional sustentado en una experiencia cercana y dolorosa. Cuando has
perdido mucho te aferras a lo poco que te queda y cualquier amenaza sobre eso
puede convertirte en un monstruo que lo devora todo.
Y llovió. Tan solo unas gotas
grandes y frías al principio y luego un diluvio. Rayos, truenos, viento, frio, una
gran tormenta se había desatado. Pasaron varios días antes de que dejara de
llover, pasaron mas hasta que volvió a abrirse el cielo y dejar pasar la luz de
los soles. Kaos contempló con amor aquella tormenta. Tantos recuerdos, tanta
vida. Frio, viento y lluvia, el clima que amaba porque le ayudaba a renacer por
dentro. Y sin embargo, al de poco tiempo, calló una lluvia fina de primavera
que apenas bastó para llegar a mojar el suelo y no pudo sopórtalo, no pudo
soportar aquella lluvia y se hundió. Cayó, y al igual que la lluvia, solo el
suelo paró su caída, ya no podía caer mas, no podía hundirse mas y ni tan
siquiera sabía porque. Tal vez demasiados sentimientos escondidos en un corazón
que ya no era capaz de albergarlos, tal vez toda la frustración contenida, tal
vez todo el dolor que había ignorado pensando en el bien que le acompañaba se
le vinieron encima para derribarle. Bajo aquel aspecto de fortaleza, bajo aquel
aspecto de madurez, bajo aquel rostro bueno, aquella sonrisa casi eterna y
aquellos ojos amables se encontraba escondido el espíritu de un niño que
expectante ante la vida no había aprendido aun del todo a enfrentarse a ella.