viernes, 12 de febrero de 2016


No se de dónde serán ustedes, mis amables y pacientes lectores, pero por estos lares podríamos decir que por fin ha llegado el invierno. Un invierno un poco flojo porque, aunque el cielo está mas negro que las rocas de Mees y ríasen ustedes de las lluvias que dieron origen a Poseidón, las temperaturas se mantienen en unos catorce grados de lo mas otoñales. Soy hombre de invierno y de lluvia y para nada friolero con lo cual llevo con la misma ropa desde el final del verano. Tiene sus ventajas pero a uno le gusta variar el vestuario para verse mas mono y con este tiempo la ropa de invierno sigue sin salir del armario. No se entienda en estas frases que soy yo el que no salgo del armario, que no tendría ningún problema en hacerlo si fuera el caso, y es más ánimo a todos aquellos que permanecen dentro a enfrentar sus miedos y las presiones sociales y salir para desarrollar su vida como lo que son y no vivir constreñidos en un mundo que no es el suyo, vuestra Ciudad Mees es una ciudad arcoíris, disfrutad de ella. Pero a lo que iba que está lloviendo a mares y como decía soy hombre de lluvia por eso seguramente el clima haya decidido hoy regalarme con algunas de sus veleidades. Creo haber contado en una ocasión como una vez al salir de casa pisé una baldosa de esas que están flojas y tuvo a bien regar con sus aguas sucias las perneras de mis pantalones. Pues bien, no se si era la misma baldosa, lo cual hablaría muy mal de la actuación del ayuntamiento en cuanto a la conservación del patrimonio pedestre de mi amada ciudad, u otra diferente, el caso es que esta vez, tal vez por estar mas removida y hastiada de que la pisen, se ha empleado con mayor virulencia y el salpicón me ha llegado hasta la entrepierna. Poco movimiento tiene esa parte de mi anatomía pero claramente esta no es la actividad que buscaba. Con mi paraguas abierto y la dignidad tocada he seguido avanzando hacia mi lugar de trabajo y como adelanto diré que, aun siendo trayecto breve, ha dado lugar a otras peripecias relacionadas con la lluvia.
Pues bien, que caminaba yo con los pantalones pegados a las piernas por el efecto baldosil, y si les ha pasado en alguna ocasión convendrán conmigo que es cosa poco agradable y para nada edificante, cuando jugando con el botón de apertura del paraguas he tenido a bien apretarlo. Es un paraguas de alta calidad que mi madre tuvo, la suerte de encontrar tirado en la calle y recoger sin dar oportunidad a su sueño de volver a recogerlo, y a bien regalármelo a mi, convirtiéndose sin lugar a duda alguna en el mejor paraguas que he tenido nunca. En cierta ocasión lo dejé olvidado en un bar y lamenté con disgusto la perdida, no tanto por la perdida en si misma y su valor económico, si no por lo que de despiste supone y es que cosas como esas, aun siendo sucesos nimios, suelen dejarme una sensación de desazón. Pero como los lectores mas avezados, e incluso los que aun estén dormidos, habrán deducido lo recuperé y lo hice gracias a la preocupación de una persona, de una amiga para la que solo puedo tener buenas palabras y agradecimiento. Cierto es que recuperé el paraguas pero ahora he perdido a esa amiga -aunque ambos sucesos no guarden relación alguna, aunque tangencialmente bien pudieran tenerla-, imaginasen la desazón que siento cuando pienso en ello. Pero a lo que iba, que jugando con el botón de apertura, y sin ser consciente de que además de para abrir el maldito botón dispara el mecanismo de cerrado, lo he pulsado quedando en un visto y no visto mi cabeza aprisionada entre las varillas del paraguas y supongo que ofreciendo un espectáculo ridículo al resto de los viandantes. A pesar de que las varillas han tatuado mi cara con rayas verticales no he notado ni el dolor porque el miedo que tenemos al ridículo es a menudo mucho mas intenso que el dolor que sentimos. Véase por ejemplo aquellas personas que resbalan y caen en la calle dándose un ostión que les tiene que remover toda la osamenta y se levantan como disparados por un resorte (no el del paraguas, otro interno que debemos tener). Ridículo, con la cara cruzada y por si fuera poco con el agua acumulada en el paraguas mojando mi chaleco de pluma sin mangas (recuerde el lector que invierno si, pero que frio no hace) mis pasos se han encaminado de nuevo hacia mi destino.
Recuperada la compostura y en la medida de lo posible la dignidad he seguido avanzando hacia al trabajo pero el invierno todavía me reservaba una sorpresa. Porque a la pertinaz lluvia se ha unido un intenso viento por arte del cual mi paraguas se ha volteado volviéndome a regar con la refrescante agua de lluvia. En esta ocasión libro del ridículo porque en ese mismo instante varias eran las personas que pugnaban con sus paraguas (instrumento del infierno) para devolverlo a su posición, no tanto primigenia como habitual, y en la cual son de alguna, aunque no demasiada, utilidad. Mal de muchos consuelo de tontos me dirán pero mejor todos tontos que uno solo, no tanto por la bondad que esconde la tontuna si no mas bien porque al menos uno no tiene el desagradable sentimiento de sentirse diferente pero para peor.

Y de esta guisa he llegado al trabajo, con mi chaleco y mi jersey calados y el pantalón mas pegado aun a mis piernas, ofreciéndome el frescor que lo acompaña y ciertos picores en salva sea la parte. Y compartidas estás vicisitudes con mis compañeras de trabajo y ahora con ustedes, mis queridos y anónimos lectores, voy a empezar a producir porque, si bien me puedo tomar ciertas licencias ganadas con el trabajo duro y la productividad, en estos tiempos que corren uno tampoco puede despistarse. No creo que de mi historia saquen ustedes aprendizaje alguno -toda vez que ni tan siquiera he llegado a explicar, porque lo desconozco, el mecanismo que hace del paraguas una bomba de relojería-, pero espero al menos que hayan pasado un rato agradable riéndose de la desgracia ajena, que cuando es de baja intensidad y de esta índole tan poco trascendente suele provocar cierta hilaridad cuando le pasa a otros y, por contra, siendo uno mismo el protagonista nos suele costar reírnos de nosotros mismos. Y saber reírse de uno mismo es una virtud que en su justa medida nos hará crecer como personas. Sin duda, y a pesar de lo que han podido leer en párrafos anteriores, amo el invierno y especialmente la lluvia y estaba deseando que llegara pero tampoco vayan a pensar ustedes que la deseo para siempre.