miércoles, 24 de febrero de 2016

Tuve a bien venir al mundo en una muy noble villa aunque no puedo dejar de pensar que, al igual que la espalda pierde su nombre al llegar a salva sea la parte, al llegar al barrio dónde habité durante mis primeros meses de vida, dicha villa perdía el calificativo de noble. Siguiendo el símil, y exacerbándolo, podría decir que nací en el mismísimo ano de la villa. Para ser exactos en el relato, lo que es nacer nací en un hospital de la seguridad social que se ubicaba (y se sigue ubicando) en un pueblo limítrofe y no habiendo ningún otro al que acudir, los que otro tipo de sanidad no nos podíamos permitir, nos hacinábamos en él para esta y otras cuestiones. Todos pobres, que a la sazón éramos muchos.
Contando yo con cuatro meses mis padres decidieron, pensando en sus vástagos y con buen criterio, trasladarse del ano a las nalgas, que sin llegar a ser nobles al menos no estaban afectados por la pestilencia. Los habitantes de ambos barrios eran obreros y gente humilde. Adjetivar de humilde la verdad es que es adornar de virtud una carencia, si las mismas personas hubieran nacido en otros barrios más prósperos seguramente no tendrían entre sus virtudes la humildad, por lo que por mor de la corrección deberíamos decir directamente pobres.
Siempre he oído contar a mis padres, es evidente que los recuerdos propios no se extienden tanto, que en mi primer barrio eran las ratas las que ostentaban el poder político, no porque hubieran sido elegidas (aun vivía el paticorto unitesticular) sino porque ocupaban y dominaban las calles. También recuerdo con tristeza las casi doscientas escaleras que había que subir a la primera casa donde vivieron y la penuria que tenía que suponer cargar con él agua desde la fuente que se encontraba al pie de las escaleras ya que la vivienda no contaba entre sus múltiples comodidades con agua corriente, limitándose sus servicios a cuatro paredes y cuatro ventanas mal ajustadas que hacían que los largos inviernos se sintieran casi tanto dentro como fuera. Yo no llegue a vivir en aquella casa, pero si tuve oportunidad de visitarla siendo un niño y aunque con la inocencia propia de la infancia no me parecía mal, con la mirada de adulto solo se me ocurre calificarla como infravivienda por no ponerme a la tremenda y llamarla directamente estercolero.
En esa casa empezaron su vida en común mis padres  que habían salido de sus respectivos pueblos para encontrar una vida mejor, un futuro en la muy noble villa. De la vida en el pueblo tengo pocas referencias pero no quiero imaginarme como sería para que el cambio fuera una mejor alternativa. El caso es que para cuando nací, y gracias al duro trabajo, mis padres habían adquirido una vivienda decente en el mismo barrio pero con muchos mas servicios, incluida agua corriente, y en un lugar del barrio menos frecuentado por las ratas. En cualquier caso solo viví allí cuatro meses y aunque de niño y de joven volví muchas veces a visitarlo hace años que no he estado por allí. Me consta que ya no hay ratas pero sigue siendo el lugar donde viven las personas mas humildes.
Como ya había dicho, al poco de mi nacimiento mis padres se trasladaron a otro barrio, también humilde y obrero, pero de esos obreros que la suerte les había acompañado mínimamente y sus trabajos sin llegar todavía a poder considerarse dignos, si les permitían en cambio acomodarse en zonas mas bajas y próximas a la espalda. Vaya por delante que es el barrio en el que vivo actualmente y que habiendo cambiado mucho en el transcurso de mi vida no deja de ser un barrio obrero, con conciencia de clase y peleón, un lugar del que estar orgulloso y por el cual pelear para mejorarlo. Es cierto que la opulencia de la clase media, de la cual se nos ha hecho creer que formábamos parte y de la que hemos sido conscientes de no estar integrados al llegar la crisis, ha provocado que esa conciencia de barrio se vaya perdiendo. Siempre ha habido quien ha querido formar parte de la espalda pero muchos de los que vivimos en esa nalga en concreto no querríamos dejar de vivir en ella, estamos orgullosos de lo que somos pero no nos conformamos y peleamos para mejora el lugar donde vivimos.
Cuatro meses tenía al llegar y ahora multiplico esa cantidad por más de 130. Muchos meses, muchos días, muchas historias que para el que esté interesado iré contando de vez en cuando según me vaya apeteciendo. Porque soy así y aunque escribo para ustedes, y si no me leyeran no tendría sentido, sobre todo escribo porque me apetece hacerlo. Y cada día apetece contar historias diferentes aunque en el fondo se traten siempre de la misma historia que llevo escribiendo desde hace casi ya dos años.