Acabó de leer que una fundación
sin ánimo de lucro holandesa está organizando un viaje de colonización a marte
y que las personas que vayan no podrán regresar nunca. Lo primero que me ha
venido a la cabeza es que mañana me voy a otra ciudad unos días para participar
en un congreso –por cierto que estaré ausente del blog durante esos días- y me
cuesta moverme y abandonar la tranquilidad y seguridad en la que me muevo
habitualmente. A ver que no es un reto ni mucho menos pero implica que te sacan
aunque sea un poquito de tu zona de confort. Y estas personas se van para no
volver nunca, se van lo completamente desconocido, a un lugar dónde nadie a
estado, un viaje que nadie ha hecho nunca y con innumerables riesgos que
probablemente sean más de los que puedan preverse en un principio y seguramente
psicológicamente infinitamente mas duro de lo que ninguno de ellas y ellos
piensan. Pero están dispuestos a hacerlo.
Uno de los preseleccionados,
casado y con una hija de seis años, decía que no tenía miedo, que lo que realmente
le daba miedo era vivir una vida sin pena ni gloria pensando que solo existe
para consumir y pagar al banco. Lo leo y me parece una locura separarse de los
seres queridos para siempre, de un hija que no vas a ver crecer, que no vas a
ver como se desarrolla y vive su vida. Pero creo entender la necesidad de la
que pudiera provenir, esa necesidad que muchas personas sentimos en algún – o
muchos- momentos, la necesidad de cubrir
un enorme vacío que podemos sentir en nuestras vidas, la duda existencial, el
sentido de la vida. Y quiero suponer que este viaje a lo desconocido dota de
sentido a la vida de esas personas.
Cuando escribo sobre Mees –si hay
alguien tan mal de la cabeza para seguir la historia, que so se preocupe que
habrá nuevos capítulos- hablo precisamente sobre eso. Ciudad Mees dotaba de
sentido a la vida y cuando cayó la niebla y terminó desapareciendo el vacío
existencial de Equis, de Kaos, le llevó, en este caso, a añorar por siempre el
recuerdo de lo que pudo ser y no fue. Mees era lo que daba sentido a su vida.
De una manera u otra prácticamente todos hemos vivido en Mees o, mejor dicho,
creemos haberlo hecho. El sentido de la vida nos viene a veces predefinido, un
trabajo, una familia, unos amigos son las cosas a conquistar y que dotan de sentido
a la vida y probablemente estemos programados para que así sea. Pero hay
personas que lo sienten de otra manera, sus necesidades son otras y viven en el
engaño de los logros, de las conquistas y por supuesto, como decía el futuro
colono espacial, en el engaño del consumo como fuente de felicidad y sentido
vital. Podemos vivir y morir siendo felices con esas cosas, lo importante es lo
que siente cada uno pero la felicidad no se obtiene por un decreto que define
que cosas nos la darán, la felicidad se siente. A veces para ser felices tenemos
que arriesgar a perderlo todo y quedarnos sin nada para iniciar un camino que
no estamos seguros si nos llevará a donde queremos. Y el miedo nos paraliza,
nos atenaza y nos limitamos a vivir una vida que no nos satisface del todo y
que aunque con sus vacíos nos es llevadera y hasta amable porque ya estamos
acostumbrados a ella y además nos autoconvencernos de que no hay mas
alternativas. No seré yo quién diga que las hay, ni que siempre va a merecer la
pena arriesgarse a perderlo todo por una utopía, por un sueño, soy demasiado
miedoso para decir tal cosa. Cuando no has estado en un lugar no sabes lo que
te encontraras en él, puede ser el paraíso que estabas buscando o un lugar
bastante peor del que partiste. Y ambas posibilidades son ciertas, aunque lo
mas posible es que ni sea ni mejor ni peor, simplemente será diferente pero esa
diferencia puede marcar, para bien o para mal, la felicidad.
Observó ojiplático como una
persona se embarca en un viaje sin retorno posible hacia lo desconocido, yo
jamás haría tal cosa pero no puedo dejar de admirarla por tomar la valiente
decisión de aportar una transcendencia en su vida. Soy hombre eternas dudas, no
se a dónde voy y tampoco a dónde quiero ir. En un momento en mi vida viví en mi
Mees particular -el mundo que inspira en gran parte la historia- sin ni tan
siquiera ir a buscarlo y ahora que está destruido solo soy capaz de llorar por
lo perdido. Podría intentar reconstruir lo que fue pero tengo miedo al fracaso
y a morir persiguiendo un imposible y también tengo miedo a intentar construir un mundo
nuevo y así, con miedo y duda, es posible que se me pase la vida y lo único que
haga es ver como discurre para encontrarme cercano a la muerte arrepentido por
no haber hecho nada. La niebla en el ocaso de mi vida, tal vez en el de todas,
es una posibilidad que entra dentro de lo previsible pero como cuando cayó en
Mees a mi también me pillará por sorpresa.