martes, 31 de enero de 2017

Animal Caliente (Barricada)

Atrapado en la noche
vigilante de la oscuridad
sin decir adios
frente al cansancio de no poder más
segura de sí misma
te utiliza para ganar
sin cerrar los ojos
déjate enamorar. 
Como animal caliente
su lengua violenta tu boca
invisible caricia
déjate arrastrar por la noche. 

Segura de sí misma
te utiliza para ganar
sin cerrar los ojos
déjate enamorar.
Deja correr la noche
entre tus dedos sin hablar
antes que rompa tu viaje
ahogado en un trago más. 

Como animal caliente
su lengua violenta tu boca
invisible caricia
déjate arrastrar por la noche... 

lunes, 30 de enero de 2017

Y te sentí tan lejos que se abrió un vacío.
Mucho tiempo ha pasado,
domingo por la tarde,
te sentí lejos, muy lejos,
como si tan solo hubieras sido
un producto de mi imaginación,
una bella película
de la que recuerdo casi todas las escenas,
pero en la que otros eran los protagonistas.
Como si no hubiera sucedido,
tan lejos te sentí.
Y es así, no pasó nada,
para el mundo no pasó nada
y lo que sucedió languidece en mi memoria,
probablemente en la tuya también
si es que no ha muerto ya.
Me pregunto hoy si no fue un sueño,
no pude tener tanta suerte,
no puede ser que un ser tan bello,
tan perfecto, me quisiera.
No fue un sueño,
no puede haber en un sueño tanto dolor,
tanto sufrimiento,
tantas lágrimas.
Tuve suerte, sin mas,
una de esas cosas que ocurren una vez en la vida
y que, a algunas personas, no les sucede nunca.
Pero ayer te sentí tan lejos que se abrió un vació,
Hasta ayer no fui consciente
de lo que significa haberte perdido para siempre,
no verte mas,
no tocarte,
no sentirte mas.
Tus manos, tus caricias,
tus ojos, tu mirada,
tu cuerpo, tus abrazos,
tus sonrisas,
tus sonrisas,
tus sonrisas,
puedo vivir sin tus sonrisas
pero mi mundo es mas triste sin ellas,
mas oscuro,
con menos sentido aún.
Y si, te sentí lejos,
y hoy lo siento mas,
y mañana será peor,
y pasado estarás mas lejos.
Y yo te sigo queriendo,
echándote terriblemente de menos,
desando cada día que ocurra un milagro
que no sucederá nunca.
Y nunca mas iré a buscarte,
nunca volveré a intentarlo
y tu sabrás que estoy lejos
y tu sabrás que estoy vivo pero lejos
y tal vez esa sonrisa maravillosa
sea una sonrisa triste,
o tal vez, seguramente,
sentirme lejos te llene de alegría
y si no de alegría, de paz, 
y si no de paz de, calma.


viernes, 27 de enero de 2017

Boga Boga (Delirium Tremens)

Boga Boga
Itsasorantz zijoaz
Senideak, lagunak eta neska
lehorrean utzita
Boga Boga, horrela da bizitza
kresala azalean, haizea aurpegian
noizean behin gorrotoa diozu
baina hire barnean maite duzu
Boga Boga, egun bat eta
beste bat eta beste bat
itsasoa eta zerua ikusten
Kresala azalean, haizea aurpegian
Beirasuan itsasoan galduta
egun bat eta
beste bat eta beste bat
itsasoa eta zerua ikusten
egun bat eta
beste bat eta beste bat
kresala azalean, haizea aurpegian
beirasuna itsasoan galduta
egun bat eta
beste bat eta beste bat
itsasoa eta zerua ikusten
Itsaoa eta zerua ikusten
Kresala azalean, haizea aurpegian
Beirasuna itsasoan galduta
egun bat eta
beste bat eta beste bat
egun bat eta
beste bat eta beste bat

jueves, 26 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXXIV: Riqueza

Podría acostumbrarse a aquello, todas las comodidades, todos los servicios, todas las diversiones y ninguna obligación. Que diferente era aquella vida al planeta prisión, que diferente era a la vida en la ciudad portuaria, que diferente era esa vida a la vida de millones de personas que no tenían para comer, que no tenían donde refugiarse del frio o el calor. Repartiendo todo aquello se solucionaría la vida de muchas personas, repartiendo la riqueza del universo no habría pobreza. Un 5% de la población acumulaba el 75% de los recursos, con el otro 25% vivían miles de millones de personas de una manera digna pero no llegaba para todos y millones y millones de personas no podían ni tan siquiera cubrir las necesidades básicas. Por eso iba a Driro, por eso tenía puestas esperanzas en Ny Verden, no quería cambiar su vida, quería cambiar el mundo, el universo. Cambiar el universo, un sueño de juventud que la madurez suele empeñarse en destruir, probablemente un sueño demasiado grande y frustrante como para que termine destruyéndose solo pero un sueño que puede encaminar tu vida hacia un lugar diferente. Probablemente no cambies el mundo pero si crees en ese sueño tú mismo te transformarás y transformaras algo de lo que te rodea. Muchos pequeños cambios suponen un gran cambio, no es el destino, ni está dentro de las capacidades de todas las personas influir en los grandes cambios pero si lo está hacer pequeñas cosas, poner ese granito de arena junto a otros hasta que sean una montaña visible en todo el universo. Pero Hoper jugaba a la mayor, soñaba con un cambio radical, con un mundo mas justo y solidario, con un mundo mejor y se uniría a otros, si los había, en ese empeño. Nay Verden, nuevo mundo, una esperanza.
Putnik devoraba la comida húmeda que el servicio de habitaciones de la nave de salto traía. Estaba acostumbrado a comer pienso y aquella novedad le resultaba deliciosa. El viaje era corto, si no se convertiría en una bola de pelo, comía sin medida y el resto del tiempo se lo pasaba dormitando sobre el mullido edredón de la cama. Y Hoper hacía exactamente lo mismo, devoraba la deliciosa comida que le proporcionaban y ocupaba el sitio que Putnik le dejaba libre en la cama. Salía solo de vez en cuando de la habitación para ver alguno de los espectáculos que la nave proporcionaba, teatro, conciertos… Hoper había perdido gran parte de su vida de adulto-joven en el planeta prisión y aquello era una completa novedad para él, disfrutaba de cada minuto y en cada minuto le parecía estar recuperando algo del tiempo perdido, aunque el tiempo perdido, como vio claramente en el caso de Frelser y Sjoman, nunca se recupera.

Aunque la nave no tenía un uso horario determinado, en las supuestas horas de sueño correspondientes a la tierra la actividad bajaba mucho y la mayoría de las personas se recogían en sus habitaciones, era entonces cuando Hoper paseaba por las diferentes cubiertas. En uno de esos paseos descubrió una pequeña sala que contaba con un sofá con un ventanal de grueso vidrio-plástico que permitía ver las estrellas. Las habitaciones de la clase mas alta también tenían pequeñas ventanas de esa clase, en los de primera, como el suyo, había una proyección virtual que emulaba el cielo que estaban atravesando, en el resto todas las paredes eran de frio metal. Hoper comenzó a pasar muchas horas en aquella sala y se dio cuenta de que echaba terriblemente de menos el mar. Se preguntaba si Sjoman, Frelser y, por encima de ellos, el mismo se habían equivocado. Tal vez su sitio si que estuviera en la cubierta de un barco mirando al mar.

miércoles, 25 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXXIII: En camino

Una vez tomada la decisión ardía en deseos de volar a Driro, de conocer un nuevo mundo, un mundo en construcción y tal vez conocer personas que creían que otro mundo diferente era posible y que estaban dando pasos para conseguirlo. Sin saber nada de ella Ny Verden aparecía en su imaginario como una organización ideal que podía ofrecer un nuevo modelo al mundo, aunque su temor porque lo que pretendieran fuera una guerra se mantenía. Pero ¿quién sabe? Tal vez lo de aquellos cuadros tan solo fuera una expresión artística de un sistema que se imponía a otro, aunque el aprovisionamiento de Metsal hacía que la hipótesis de la guerra fuera la mas posible.
Por desgracia Hoper no contaba con los créditos suficientes para desplazarse a Driro y al ritmo que iba tardaría en conseguirlos. Pero la solución le llegó como si le estuviera buscando. El mismo día que soñó, al llegar al puerto para empezar su jornada se encontró con una oferta de trabajo colgada en el panel de información de los trabajadores. La corporación de transportes del sistema Próxima Centauri buscaba estibadores especializados para llevárselos a Drido. Era complicado que personas con experiencia se desplazaran a otros mundos por solían tener la vida ya montada en la tierra y el desplazamiento suponía despedirse de todos y de todo para siempre. La colonia de Didro era incipiente y pequeña y, aunque tenían un completo programa formativo, ni había colonos suficientes, ni aun habiéndolos el programa era capaz de formarles con la rapidez en que crecían las necesidades. Hoper no lo dudó y contacto por vid. En cuanto les contó su experiencia y aportó la documentación sobre los trabajos realizados, que amablemente le proporcionó el responsable del puerto, le ofrecieron un contrato muy bien remunerado y un billete para partir de inmediato a Próxima Centauri. Tan solo dos días para despedirse de este mundo, Hoper pensó que le sobraban 47 horas pero cuando empezó a escribir la carta para Frelser y Hoper se dio cuenta que le llevaría mucho tiempo, había tantas cosas que decir, tanto que agradecer y sobre todo quería transmitir todo el cariño que sentía por aquellas personas. Lo hizo bien, como casi todo lo que hacía y Hoper y Frelser guardaron esa carta hasta sus muertes.

Nada tenían que ver aquellos cómodos sillones del transbordador orbital, ni mucho menos los que ocupó en la nave de salto con aquel cubículo en el que llegó desde el planeta prisión. La corporación no había reparado en gastos y sus asientos eran de primera, había una categoría superior solo para unos pocos si, pero las comodidades y el servicio para los pasajeros de primera era todo lo que uno se podía imaginar e incluso lo superaba. El despegué de la tierra hacia la estación espacial le pegó al asiento pero tan solo unos instantes, el resto del viaje era como estar en el sofá de su propia casa con la diferencia de que todo lo que pedía se lo servían al instante. La conexión con la nave de salto fue inmediata por lo que no tuvo la oportunidad de visitar el enorme puerto espacial, le hubiera encantado hacerlo. La nave de salto era moderna, en ella contaba con un camarote que incluía una cama, un sofá y un enorme vid. La comida se servía en restaurantes de lujo. Recordaba en todo a los antiguos cruceros de placer que se hacían por los mares de la tierra. Estaba claro que la corporación necesitaba empleados cualificados y quería cuidarlos y, siendo sus propias naves, probablemente no les resultara demasiado costoso.

martes, 24 de enero de 2017

Algo así como fe de erratas, errores y otras cuestiones

Cuando leo lo que escribo en este blog, que cada día intento que siga creciendo, me doy cuenta de la multitud de faltas de ortografía, de errores gramaticales, sintácticos… y en general del maltrato que hago de la lengua en la que me expreso. Lo cierto es que le dedico muy poco tiempo a lo que escribo y casi nunca lo repaso. Para que os hagáis una idea, la última entrada de hoy la he escrito y publicado en 35 minutos. Pero excusarse en el poco tiempo que le dedico a la escritura sería injusto porque si hay algo que condiciona ese maltrato a la lengua, es mi exiguo conocimiento de las reglas que la rigen. Soy hombre de escasa cultura y, aunque mis resultados académicos en su día no fueron malos, en lengua siempre flojeaba, extendiéndose esa inaptitud al resto de las áreas del conocimiento.
Sin embargo, si encuentro en mi cierta capacidad expresiva –sería falsa humildad no reconocerlo- y por eso escribo y por eso lo público, a pesar de que los académicos de la lengua me colgarían, no sin razón, del palo mayor para escarnio público. Pero las normas son normas y la verdad es que yo nunca he sido muy obediente. Aun así tengo la necesidad de pedir disculpas a los lectores que encuentran interesante mi blog por lo poco edificante que resulta en lo que al respeto al uso de la lengua se refiere.
También quiero pedir disculpas por lo poco inspiradas que resultan algunas de las entradas y ahí tampoco me vale la excusa del tiempo. Mi imaginación es limitada y me muevo por impulsos. Suelo tener una idea que se termina desarrollando sola y va hacia donde quiere. Cuando no la tengo es aún peor porque lo que escribo a veces no respeta ni tan siquiera el hilo argumental. Encuentro que mi imaginación es muy limitada pero aun así me empecino en seguir escribiendo y la verdad es que ver que, a pesar de los pesares, sigo teniendo muchas visitas (aunque el número está descendiendo alarmantemente) me sigue motivando a hacerlo. Mientras alguien me lea, seguiré escribiendo y cuando dejéis de leerme dejaré de publicarlo. Ya sabéis que hay ojos para los que escribo mas pero todos vuestros ojos tienen el mismo valor para mi.
Y así, movido por la vergüenza que produce dejarse tildes evidentes, os pido disculpas y os agradezco a la vez el tiempo que dedicáis a visitar mi blog y leer mis desvaríos. Humanos somos y espero que encontréis la humanidad que pretendo expresar en mis palabras.

Disculpas de nuevo y gracias siempre.

CCPR- Hoper XXXII: Decisión destino

Cuando Reng se fue, el mundo de Hoper se tambaleó. En algún momento creyó estar enamorado pero realmente no lo estaba, era la única persona con la que mantenía una relación de amistad, la única a la que podía contarle sentimientos y situaciones personales y unido a una brutal atracción sexual era casi imposible no confundir los sentimientos. Hoper tenía 27 años y las únicas relaciones sexuales que mantenía eran con su mano en la intimidad de su cuarto. En aquellas condiciones en una persona joven hervía el deseo. Y suele suceder así, no solo a Hoper, el deseo sexual y las convenciones sociales nos hacen pensar que amamos cuando realmente solo deseamos. Pero no estuvo muy lejos de enamorarse de verdad, Reng tenía casi todo lo que Hoper estimaba como deseable en una mujer, inteligencia, humor, belleza… solo le faltaba ser cariñosa, probablemente con un gesto amable Hoper hubiera caído enamorado sin remedio. No fue así y pasado el tiempo Hoper se dio cuenta de que Reng fue tan solo una amiga, una amiga a la que deseaba sexualmente pero una amiga al fin y al cabo. Cuando era niño, su bisabuelo, que rozaba los 150 años, le dijo busca una mujer de la que ames su forma de ser porque la forma de ser apenas cambia, que su cara te resulte bonita porque la cara cambia pero poco, los cuerpos cambian mucho a lo largo de la vida, pero sobre todo enamórate de su mirada. En aquel momento Hoper ni sabía de que le hablaba su bisabuelo y cuando lo supo nunca llegó a entender del todo lo que quería decir su abuelo de la mirada pero a lo largo de su vida no dejo de mirar a las personas a los ojos y en las mujeres que le atrajeron buscaba el amor en ellos.
Buscó en su memoria los detalles de aquel cuadro que pintó Reng y al hacerlo se dio cuenta que en lo inconsciente de su memoria había mas cuadros de Reng y muchos tenían la misma temática. Naves verdes con el logo de Ny Verden enfrentándose a las negras de la federación de planetas. La eterna quietud del espacio rota abruptamente por una batalla. Es curioso las cosas que almacenamos en nuestra memoria sin ni tan siquiera ser conscientes de ello, una información que habitualmente se pierde por su falta de utilidad pero que en un momento dado surge cuando la necesitamos. El ser humano, su cerebro, es algo maravilloso.
Hoper no sabía lo que significaban todos aquellos cuadros para Reng, pero indudablemente expresaban un deseo de revolución, un deseo que anidaba desde joven en el corazón de Hoper, aunque Hoper por su experiencia pasada pensaba que la violencia, la guerra, no era el camino. Pero era el logo de Ny Verden lo que verdaderamente le intrigaba ¿por qué estaba en los cuadros? ¿qué vínculos podría tener esa expresión de batallas en el espacio con contenedores llenos de Metsal? En un exceso de imaginación se le ocurrió que tal vez Ny Verden no fuera más que una tapadera para una organización revolucionaria y que Reng de alguna manera tuviera relación con ella.
Recordó entonces que Frelser, en el momento de la despedida, le dijo que su destino no era quedarse mirando al mar en un barco junto a dos viejos. Tampoco lo era mirar al mar desde lo alto de la grúa o en paseos por los acantilados. Era joven, con la vida por delante, tenía sueños, inquietudes e iría a buscarlos, no consumiría sus años en una vida que no le llenaba, buscaría otro destino que le llenara y empezaría por Driro, el planeta donde operaba Ny Verden, quería saber si la revolución se estaba dando o solo formaba parte de su imaginación y sus sueños.

Antes de marchar, con lágrimas en los ojos, escribió una carta de despedida para Frelser y Sjoman, con la relatividad temporal de los viajes a velocidad luz, sabía ahora que nunca volvería a verlos. El Siste no volvería a ese puerto hasta cinco años mas tarde, demasiado tiempo para esperar cuando eres joven, tal vez una persona mas mayor, con otro recorrido en la vida, hubiera esperado eso y mas para despedirse en persona de las personas que le abrieron un nuevo camino en la vida, pero no lo hizo. Entregó la carta al práctico del puerto y le pidió que no olvidara entregarla. Cuando por fin el Siste arribó, el práctico entrego la carta a Sjoman que corrió para llevársela a Frelser. La leyeron juntos y sus propias lágrimas se mezclaron con las que había en el papel pero sus rostros dibujaban una sonrisa, Hoper, el hijo que nunca tuvieron, buscaba su propio destino.

lunes, 23 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXXI: Lienzo y deseo

Hoper volvió a la grúa, el vínculo de aquel contenedor con el planeta prisión le hizo temer por su libertad y decidió que lo mejor sería atender al plan de trabajo de su vid y depositarlo en su lugar correspondiente y que siguiera rumbo a Próxima Centauri. Aun así, movido por la misma curiosidad felina que mostraba Putnik, no pudo dejar de mirar que otros envíos habían tenido por destino Ny Verden. Eran muchos en el último año y todos con origen en Rotterdam, prácticamente uno al día. Tanta actividad de transporte contrataba sin embargo con la escasa información que aparecía de la cooperativa en la red. Alguien que moviera tantos contenedores tenía que tener una actividad de trabajo muy alta y sin embargo de Ny Verden apenas aparecían trabajos realizados. Hoper sospechaba que todos esos contenedores que recibían eran igual que este, unos pocos suministros para la terraformación y grandes cantidades de metsal. Pero ¿para que querrían tanto metsal? Incluso aunque poseyeran una nave de salto, cosa harto improbable siendo como eran una pequeña cooperativa, la cantidad que podrían haber recibido de metsal, si Hoper estaba en lo cierto, podría alimentar a una pequeña flota de naves de salto. No había explicación lógica alguna.
Terminó su turno cansado, la iluminación de la ciudad aparecía mortecina y apaciguada bajo la espesa niebla que cubría la ciudad hasta besar sus calles. Se bajó del tubo una estación antes y paseo por la calle hasta su casa. La niebla también era bella. Sin apenas cenar se metió en la cama, Putnik saltó y se situó sobre su pecho ronroneando a toda máquina. Con el arrullo de Putnik y con sus pensamientos en Ny Verden se quedó dormido. Y soñó.
Soñó con aquella puerta entreabierta del cuarto de Reng. Soñó que podía verla pintando un cuadro, desnuda, con su larga melena castaña recogida en un moño. Un cuadro de un conjunto de estrellas donde se libraba una batalla, una batalla por la libertad. Y ella le invitaba a pasar, se lanzaba a sus brazos y le abrazaba. Hoper sentía su cuerpo, sus turgentes pechos contra el suyo, sus caderas apretándose contra las suyas y se besaban, su manos bailaban por su espalda y bajaban por el bello cuerpo de Reng para apretar sus nalgas. El cuadro tomaba vida y veía como las naves de guerra de la federación de planetas huían en retirada ante unas desconocidas naves verdes. Hoper se agachó y pusó la lengua entre los muslos de Reng y sentía su respiración agitada que pronto se convirtió en gemidos de placer. Pasaron a la cama y ahora era ella la que pasaba su lengua por el miembro de Hoper. Las naves verdes ganaban la batalla y volvían a su base en Próxima Centauri. Abrazados el cuerpo de Hoper se introdujo en el de Reng, movimientos lentos acompasados, subiendo el ritmo lentamente a medida que aumentaba el frenesí, la excitación, el placer. Las naves tenían un escudo, el mismo escudo de la cooperativa Ny Verden. Y llegó el éxtasis, el orgasmo y ambos se quedaron abrazados en la cama, mirándose a los ojos, sonriendo en silencio, amándose. Ny Verden, nuevo mundo, había ganado la batalla.

Hoper despertó envuelto en sudor y relajado. Se masturbó recordando aquel sueño tan real y cuando sus pensamientos volvieron a ese cuadro que aparecía en el sueño, recordó haberlo visto, entre muchos otros, el día que Reng, por descuido, dejo la puerta de su cuarto entornada.

viernes, 20 de enero de 2017

Amets bat (Alaitz eta Maider)

Amets bat izan nun
eztizko amets bat
zure besotan babesturik
maitasuna eskeiniz.

Argitasunarekin ikasi nun
amets egiten
argitasunarekin zu maitatzen
milaka hitz goxoren artean

Baina fabriketako keak
zapuzten zun bitartean
lurrak urak irentsi zizun
Baina fabrikako zikin eta keak
zapuzten zun bitartean
lurrak urak irentsi zizun

Behinola egin nun amets
betirako lokartuz
zure ametsa izan nahi bainun
iluntasuneko lur-ur hezean

Amets bat...

Baina fabriketako keak
zapuzten zun bitartean
lurrak-urak irentsi zizun
Bainan fabrikako zikin eta keak
zapuzten zun bitartean
lurrak urak irentsi zizun
Amets bat, amets bat
ametsetan, amets bat
ametsetan...

jueves, 19 de enero de 2017

Argiaren hiria (Sorotan bele)

Larogeitamaikaren martxoa huen
niretzako hila bat miragarri
nik neuk bertan ezagutu bait nuen
bihotzaren argi betegarri.

Bost egun bakarrik izan ziren
argiaren hiria ikusteko
nahiko eta soberan izan nituen
halako gauzez maitemintzeko.

Bainan eskuak orain lotuak ditut
arimaren nahia asetzeko,
ezinezkoa den altxorra nahi dut
berandu da atzera bueltatzeko.

Gogoratzen hasten naizen guztietan
dorre izugarri bat ikusten dut
begien malkoz dago bustia
aire ziztu batekin lehortuz.

Bidai luze bat dut orain buruan
gehiegi ez ote da niretzako
beranduegi bai izan daiteke
amets zahar bat orain berpizteko.

Bainan eskuak orain lotuak ditut
arimaren nahia asetzeko,
ezinezkoa den altxorra nahi dut
berandu da atzera bueltatzeko.


miércoles, 18 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXX: Viejas habilidades

Si el contenedor tenía origen en el planeta prisión solo podía contener una cosa, metsal, lo único que se producía en aquel planeta. Comprobó los datos del destinatario en el planeta Driro, se trataba de la cooperativa de trabajo Ny Verden. En un universo dominado por las corporaciones había poco espacio para las cooperativas porque las primeras trataban de hundir a las segundas y quedarse con el control de la actividad que realizaban incluso en muchas ocasiones perdiendo dinero. Los fórmulas que usaban iban desde tirar por los suelos sus precios para que los de las cooperativas no fueran competitivos hasta métodos directamente mafiosos. Hoper desconocía la realidad concreta en Próxima Centauri pero los mercados estaban universalizados, así que probablemente la realidad no fuera diferente a la de la tierra o la de cualquiera de los otros mundos.
Investigo en su vid sobre Ny Verden, apenas había datos, tan solo encontró que se dedicaban al desarrollo de productos de tecnología avanzada para la terraformación, lo que concordaba a la perfección con el primero de los códigos que llevaba el contenedor. Pero Hoper sabía que es contenedor no contenía los suministros especializados que rezaba el albarán, viniendo del planeta prisión solo podía contener Metsal.
Eran ya las 8 de la tarde, había anochecido por completo y un cielo completamente cubierto hacía aun la noche mas oscura, los copos de nieve que esporádicamente caían parecían puntos de luz blanco cuando se cruzaban con las luces del puerto. Hoper volvió a bajar de la grúa, enchufó su vid a la cerradura electrónica y con un viejo truco aprendido en su corta etapa de estudiante, consiguió abrirla.
Curioso e inteligente, Hoper había aprendido muchas cosas que no enseñaban directamente en los centros formativos. Fracaso en sus estudios si pero sabía cosas que nadie le había enseñado, cuando se aburría en clase se dedicaba a buscar en su vid cosas que le interesaran. Y así sucedió con aquel truco informático. Con 16 años uno de sus principales centros de interés era el deporte. Le parecía un despropósito que las instalaciones deportivas de su centro educativo estuvieran cerradas fuera del horario escolar y que ni tan siquiera los alumnos tuvieran acceso. Como todo en aquellos tiempos,  el deporte se concebía como un negocio y las corporaciones contaban con instalaciones deportivas privadas para las que no querían competencia. Fue esta la razón por la que Hoper buceó en la red hasta encontrar la manera de abrir cerraduras electrónicas. No había vuelto a usar esa habilidad desde aquellos días en que se colaba con sus amigos en las instalaciones para practicar su deporte favorito, había estado tentado de usarlo alguna vez para otros intereses particulares pero hasta la fecha no había encontrado un motivo que verdaderamente le pareciera justificable.

Cuando abrió el contenedor vio que efectivamente había suministros que no conocía y que pudieran corresponderse con la terraformación, pero solo ocupaban la parte mas visible del contenedor, seguramente para soportar una rápida inspección, pero, detrás de una pared interna, Hoper halló lo que ya sabía que encontraría, metsal.

martes, 17 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXIX: Errores

Aquel contenedor tenía algo extraño, el escáner de la grúa daba dos lecturas de código diferentes. La primera de ellas se correspondía con el parte de trabajo que había recibido en su vid, la segunda no aparecía registrada en ninguna de las bases de traslado del sistema. Hoper podría haber dado por buena la primera y situar el contenedor en el lugar que le asignaba el vid pero era un hombre metódico y perfeccionista.
Buscar la perfección es algo que en si mismo es bueno pero hay que permitirse errar, no ser perfecto, hay que permitirse ser humano. Hay personas, y Hoper era una de ellas, que se obsesionaba con la perfección y cada vez que erraba, cada vez que no conseguía ser perfecto, sufría. Era un sufrimiento que llevaba por dentro, que le quemaba, recordaba muchos de los errores que había cometido en su vida, no todos, solo los mas importantes, pero aparecían una y otra vez en su pensamiento. Y a pesar de todo, como humano que era, seguía errando y, en algunas ocasiones, cometía el mismo error que ya había cometido con anterioridad y que se había prometido a si mismo no volver a cometer. Por eso, no pudo dejar pasar aquel doble código y hacer lo que hubiera sido más sencillo, obviar el segundo código y trasladar el contenedor al lugar que especificaba el vid sobre el primero. Cogió el escáner y el vid de bolsillo y descendió en la plataforma de la grúa hasta el suelo del puerto. Nevaba, como casi siempre, y un viento helador proveniente del mar azotaba las olas y traía hasta la piel de Hoper gotitas de agua de un océano a punto de congelarse.
El primero de los códigos, el supuestamente correcto, situaba el origen del contenedor precisamente en Rotterdam, de donde había llegado en un pequeño carguero, y tenía como destino el espacio puerto de la ciudad para que siguiera su camino al planeta Driro que orbitaba alrededor de próxima Centauri, supuestamente cargado de suministros y repuestos especializados para maquinaria de terraformación. De el segundo de los códigos no había información alguna. Hoper  buceo en las bases de datos pero no encontró nada, ni de un envío presente, ni pasado, ni futuro. Aquello era muy extraño, nada justificaba aquel código.

Volvió a la cúpula acristalada de la grúa y siguió moviendo el resto de los contenedores dejando ese en pendientes. Movía los contenedores mecánicamente, sin pensar en lo que hacía porque en su cabeza estaba centrada en el código para el que no encontraba respuesta alguna. Le sacó de sus pensamientos una ráfaga aún mas intensa de viento que zarandeo el contenedor que estaba trasladando y a su vez este movimiento hizo que la propia grúa temblara. Las condiciones eran muy peligrosas, movía toneladas por encima de las cabezas de otras empleados del puerto, no se podía permitir un error, cuando es la vida de alguien lo que está en juego no hay lugar para los errores. Se concentró en la tarea y olvidó el curso de sus pensamientos. Cuando deposito el contenedor que estaba desplazando en su lugar correspondiente, el código le vino de nuevo a la cabeza acompañado de unas inspiración. Los números que marcaban el origen le resultaban tremendamente conocidos. En el planeta prisión el no maneja los códigos, simplemente movía los contenedores al las naves siguiendo ordenes, pero había visto tantas veces esos códigos que se los había aprendido de manera inconsciente. Aquel contenedor tenía su origen en el planeta prisión.

lunes, 16 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXVIII: Inercia

Pero las estrellas no hablan, tan solo escuchan nuestros pensamientos. Había cientos de mundos en aquel firmamento pero nadie le aseguraba que su vida encontrara acomodo en alguno de ellos. Y era mucho riesgo, lo era para cualquier persona que quisiera cambiar de rumbo su vida, lo era aun mas para un proscrito que en cualquier control de identificación podría ser identificado y devuelto al planeta prisión. Su actual vida se parecía a aquella pero los momentos que pasó con Reng le hicieron entender que aunque en las formas fuera parecida el fondo era diametralmente diferente. Se debatía entre el miedo a perder lo que tenía y la ilusión, las ganas por emprender un nuevo proyecto y en la duda los días pasaban. Solitario en el trabajo, subido en aquella enorme grúa acristalada, con las ordenes de trabajo recibidas a través de la pantalla del vid, moviendo contenedores de los barcos al muelle y del muelle a los barcos, se sentía alejado del mundo y lo que era peor de las personas. Cuando volvía a casa, solitario también, mal comía y se tumbaba en el sofá a ver antiguas películas de personas que si tenían vidas. Ya ni paseaba cerca del mar, los días libres se los pasaba pintando pero él no tenía esa habilidad y tampoco le resultaba liberador, no se daba en cuenta de que pintaba porque la echaba en falta. Probablemente lo que echara en falta era el contacto humano, las relaciones con otras personas pero en vez de abrirse al mundo cada vez se encerraba mas en si mismo.

En ocasiones no sabemos apreciar lo que tenemos, cambiamos de vida y nos equivocamos, en otras nos aferramos a lo que tenemos por miedo a que otro rumbo en nuestras vidas sea aun peor. Así es la vida, los caminos marcados no existen y la duda es siempre compañera cuando tomamos decisiones. Cambiar es claramente una decisión pero dejarnos llevar, aunque no lo parezca, también lo es. Nuestra vida está en nuestras manos pero las personas tendemos a dejarnos llevar y que sea lo que encontramos en nuestro camino lo que decida por nosotros e incluso aunque encontremos cosas que podrían ser grandes nos dejamos llevar por la inercia, pero es una decisión, tal vez mas cómoda, mas simple, pero una decisión al fin y al cabo, a veces acertada, a veces equivocada, por desgracia la respuesta solo el tiempo la pronunciará y siempre podremos preguntarnos que hubiera pasado de decidir hacer otra cosa diferente. Reflexionar es bueno, tener dudas es humano pero no cabe vivir siempre arrepintiéndose, el arrepentimiento no nos traerá la felicidad, en todo caso intentar remediar aquello de lo que nos arrepentimos aunque en muchas ocasiones ya es demasiado tarde. Hoper estaba a tiempo, tan solo tenía miedo pero un miedo tan grande que le paralizaba. Pero ocurrió algo, algo pequeño, algo que pudiera haber resultado insignificante pero que supuso un punto de inflexión, una oportunidad que podía haber dejado pasar, como dejamos pasar tantas pero, aunque Hoper se dejara llevar, su corazón anhelaba el cambio.

viernes, 13 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXVII: Puertas cerradas

En una de aquellas escasas pero agradables y animadas conversaciones, Hoper le preguntó por la pintura. Reng, como hacía siempre que no le apetecía hablar de algo, cambió sutilmente de tema, tan sutilmente que o tenías un interés especial en lo que estaban hablando o Hoper ni se enteraba de que había cambiado de tema. Reng era una gran conversadora, podía mantener a cualquiera entretenido horas y horas pero también tenía la habilidad de dirigir la conversación hacia donde quería. Pero en aquella ocasión insistió sobre el tema de la pintura, admiraba los talentos creativos de porque pensaba que conectaban directamente con el interior de las personas y Hoper sentía una atracción, curiosa en parte pero sustentada en su bondad, por conocer lo que realmente motivaba a las personas a ser como eran. La respuesta de Reng fue abrupta y poco delicada, terminó la conversación y, sin despedirse, se metió a su habitación cerrando la puerta. Aquella puerta jamás volvió a quedarse entornada. Las pocas fisuras que había en la coraza de Reng, también se cerraron para siempre. Reng, la lluvia del norte, tan fría como el hielo, no volvió a caer sobre el desierto de Hoper.
Al poco tiempo Reng se trasladó, encontró otro trabajo y se traslado a otra ciudad, Hoper nunca supo dónde. Una mañana a despertar encontró una nota sobre la mesa del comedor en la que le decía que se iba, que había dejado pagado el apartamento los tres meses siguientes y que había hablado con el propietario sobre la posibilidad de poner el contrato a nombre de Hoper. Nada mas, ni un adiós, ni una muestra de cariño. Sus vidas se encontraron en un punto pero para Reng parecía que tan solo había sido un compañero de piso mas, una persona de esas que pasan por tu vida sin dejar ninguna huella. Hoper leyó la nota mil veces, quería encontrar algo en ella que le dijera que de alguna manera le había sentido cercano. No, la nota no decía nada, tal vez, tal vez, precisamente esa inexistencia de muestras de afecto denotara precisamente lo contrario. Reng, tan celosa de su intimidad, tan poco dada a mostrar sus sentimientos, porque tal vez cuando los mostró le hicieron daño, tal vez no hubiera querido demostrar nada en la nota que la hiciera vulnerable. Tal vez, tal vez, esa duda acompañó a Hoper el resto de sus días. Pocos días llevaba viviendo en libertad y ya había conocido el sentimiento de perder a un padre y el de perder a una amiga. La libertad no era tan buena como la había imaginado.

Sin Reng, con un trabajo que le recordaba demasiado al planeta prisión, Hoper empezó a pensar que aquel no era su sitio, le invadió un sentimiento de deseo de volver al Siste, donde tan protegido se había sentido por Frelser y Sjoman, dónde tan libre se había sentido mirando al mar. Pero aquellos viejos hombres tenían razón, aquel tampoco era su lugar. De nuevo sentado frente al mar, en una noche de heladora de luna nueva, levantó la vista del mar para contemplar el cielo,  en una de esas pocos momentos que las nubes no cerraban por completo el firmamento. Quizás en las estrellas estuviera la respuesta.

jueves, 12 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXVI: Igual y diferente

No tardo Hoper en adaptarse a su nuevo puesto de trabajo, los últimos años de su reclusión los había pasado realizando funciones parecidas, no había prácticamente diferencia entre estibar un barco y un carguero orbital, las máquinas eran similares, los contenedores y las bodegas también. Enseguida adquirió fama de manejar hábilmente la maquinaria, en el planeta prisión las máquinas eran mas antiguas, menos precisas y diseñadas en la tierra para la tierra donde la atracción gravitacional era parecida pero no la misma. Seguramente aquella maquinaria del planeta prisión había sido desechada en algún puerto como aquel o cualquier espacio-puerto terrícola. En apenas un mes paso de ser oficial de tercer a oficial de primera, pero Hoper no estaba a gusto, aquel trabajo le recordaba demasiado al planeta prisión, su vida no era muy diferente a cuando estaba recluido en él. Trabajaba menos horas, tenía tiempo libre y en ese tiempo podía hacer lo que quisiera y normalmente lo dedicaba a pasear por la costa y tumbarse en el sofá con Putnik acostado en su regazo. Pero la sensación de que esa vida no tenía sentido era parecida, tan solo Reng marcaba una pequeña pero sustancial diferencia.
Reng, su compañera de piso, trabajaba en el departamento de obras públicas del gobierno de la ciudad. Era una mujer metódica, perfeccionista, en ocasiones incluso rayando la obsesión. Por el piso se acumulaban muy bien ordenadas carpetas llenas de proyectos y planos que ella misma diseñaba y dibujaba. Su cuarto en cambio era un caos, su ropa y efectos personales estaban perfectamente ordenados pero por el cuarto se esparcían cientos de lienzos que ella misma había pintado. Hoper pensaba que cuando se expresaba artísticamente era otra persona y esa obsesión por el orden desaparecía transformando su belleza en la belleza de caos. Tal vez compensara con el arte una vida demasiado ordenada, tal vez fuera la expresión de que, en el fondo, la vida que llevaba, su forma de ser, no era lo que verdaderamente era, ni lo que verdaderamente quería ser. Porque Reng era el modelo de persona que la sociedad impulsa como ideal, trabajadora, ordenada, perfecta siempre en su imagen, dócil y útil. Pero Hoper no estaba ciego, en su corazón ardía la rebeldía, pero había asumido como buenos los logros y metas que la sociedad impone y había peleado, seguía peleando por conseguirlos. Solo la pintura, solo en su cuarto era diferente, solo en la intimidad de una habitación con la puerta cerrada era libre.
Apenas se veían Reng trabajaba de mañana y madrugaba mucho, Hoper trabajaba en el turno de tarde y cuando llegaba a casa Reng se había encerrado ya en su cuarto y dormía. Los días libres a penas se veían tampoco Hoper iba al mar, a la costa cercana a la ciudad, Reng marchaba a un pequeño refugió que tenía en un pequeño pueblo situado más al sur donde el microclima existente en la zona era mas benigno y el sol y el calor no eran una quimera. Breves eran los encuentros que tenían pero siempre amables. Reng siempre sonreía al verle, por lo general era una gran conversadora pero había momentos, atractivos momentos, en el que con el rostro serio clavaba su mirada en el horizonte y callaba.
Hoper empezó a sentir algo diferente por aquella mujer, empezó a desear pasar mas tiempo con ella, pero ella era esquiva, no saldría del orden de su vida, si dentro de ese orden encajaba Hoper disfrutaba de su compañía, si no encajaba podía estar días sin verle, sin saber de él. Fría, tal vez fuera esa la palabra, pero Hoper veía un dolor, un daño en su interior que la quemaba por dentro. No sabía nada de su vida pero intuía que en su vida había habido traumas que le habían llevado a ser como era, a expresarse como se expresaba, a cubrirse con una coraza que nadie pudiera transpasar. Pero la mirada de aquellos enormes ojos verdes de Hoper era penetrante, punzante a veces y sin buscarlas, sin querer encontrarlas, acaricio las fisuras de aquella armadura y pudo atisbar en parte lo que protegía.
Igual que Putnik, tenía la curiosidad limpia y despreocupada de los felinos. Cuando un día la puerta del cuarto de Reng quedó entornada porque Reng, en una urgencia, había salido corriendo y había olvidado cerrarla del todo, Hoper atisbó como era su cuarto por dentro. Cuando un día la puerta de su corazón -por descuido, por relajación o tal vez porque empezaba a confiar en Hoper- quedó entornada atisbo también  lo que había en su interior. Y en su interior, en el de su cuarto y en el de su corazón, guardaba belleza.


miércoles, 11 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXV: Bajo la nieve

Sjoman, que combinaba un carácter taciturno y parco en palabras con otros momentos de extroversión, afabilidad, sonrisas y conversador incansable que siempre tenía algo interesante que decir. Era como si dos personas diferentes habitaran en el mismo cuerpo. El taciturno deambulaba por el barco controlándolo todo, el extrovertido paseaba ocioso por los puertos y las ciudades donde atracaban. Ese carácter abierto hacía que tuviera amistades en todos los lugares que visitaba, especialmente en aquellos dónde acudía con regularidad y este puerto del norte era una de sus destinos preferidos.
Sjoman habló con la autoridad portuaria y consiguió a Hoper un trabajo de estibador en el puerto, si no había juzgado mal a Hoper, un hombre inquieto y con sueños, aquel no sería un trabajo para toda la vida pero si le permitiría iniciar su propio camino en la vida. Un camino alejado de la prisión en la que había vivido, alejado de su propia historia. También conversó con el tabernero que regentaba su lugar preferido para comer y beber, era un lugar con poca luz, situado en cerca del puerto en el barrio mas marginal de la ciudad, pero nadie en el mundo daba tan bien de comer y sus cócteles adquirieron tanta fama que, a pesar de su situación, siempre estaba a rebosar. Aun así el lugar había conocido tiempos mejores. El tabernero le dio el contacto de una persona que buscaba un compañero de piso para compartir gastos.
Como dos padres protectores Frelser y Sjoman habían proporcionado a Hoper un lugar y una manera de iniciar la vida por su cuenta. Partían ahora para compartir su vida juntos, probablemente unos 30 años mas surcando los mares y lo que les quedara de vida retirados en algún puerto tropical donde la tranquilidad, el sol y la lluvia fueran sus últimos compañeros de viaje. No, los momentos perdidos no pueden recuperarse, pero la vida que les quedaba por delante la vivirían juntos.
Fue triste la despedida. Lágrimas en los ojos de dos buenos hombres que cualquiera hubiera calificado como duros. Abrazos que se sucedían. Buenos deseos y el compromiso de volver a verse para contarse historias. En aquel momento no sabían que nunca volverían a verse.
El Siste inició su singladura. Hoper se quedó en el puerto bajo una fuerte nevada hasta que perdió completamente de vista el barco. Caminó hasta el faro que se encontraba en un saliente de un acantilado buscando la soledad absoluta y lloró desconsoladamente hasta que el dolor se mitigo lo suficiente. Viviría siempre con esa pérdida pero una nueva vida le estaba esperando. Frelser le salvó, le acogió, sin tener que hacerlo, sin conocerle. Sjoman le proporcionó una vida. Dos buenos hombres, un ejemplo a seguir.

Cuando llegó a su nuevo hogar Regn, su nueva compañera de piso, dormía en su habitación pero Putnik fue a buscarle en cuanto oyó la puerta. Sin cenar se tumbó en la cama y se pasó la noche en vela acariciando el suave pelaje del felino que dormitaba recostado en su pecho.

martes, 10 de enero de 2017

Llueve.
No puedo dejar de mirar la lluvia.
La amo.
La amo y la echo en falta cuando no viene,
La recuerdo siempre,
pienso en su suave caricia de vida y sonrío.
La espero.
Espero con paciencia a que venga,
a que me traiga sus besos cálidos,
sus besos fríos,
sus tiernos abrazos.
Pasan días, meses pero la espero
y cuando viene salgo a su encuentro,
un chispa en mi mirada,
un incendio en mi corazón,
calor en mi piel,
deseo en mis manos.
Aprendí a amarla así,
cuando ella quiere regalarme su compañía.
Ojalá hubiera sabido amarte así,
ojalá pudiera haberte amado así,
paciente,
sosegado,
esperando a que vinieras a buscarme,
sin impaciencia,
sin nervios,
sin desasosiego,
sin dolor.
No supe hacerlo, me arrepiento.
Y ahora en cada día de lluvia me arrepiento,
en cada día de sol miro al cielo.
Tal vez ahora haya aprendido amarte,
cruzando este desierto de arena y sal
tal vez aprendí amarte.
Demasiado tarde,
tu lluvia no volverá a besar mi piel,
tus ojos no volverán a mirarme,
no volveré a sentir tu frio,
ni tu calor,
no volverás a envolverme entre tus brazos.
Ahora, que tal vez haya aprendido a amarte,
tan solo puedo mirar al cielo
esperando el milagro de tu lluvia en mi desierto.


lunes, 9 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXIV: Vidas y destinos

Larga fue la noche y largas fueron también las siguientes. Frelser y Sjoman ansiaban recuperar el tiempo perdido y se enzarzaban en largas conversaciones, Hoper, siempre con Putnik en su regazo, escucha las historias, a veces con interés otras afectado por la somnolencia. Pero el tiempo, por desgracia, no se puede recuperar, todos esos momentos, esas vidas, que no estuvieron juntos no volverán. Las mejores historias eran aquellas de cuando, en tiempos escolares, pasaban horas y horas en mutua compañía, bailaban como dos delfines jugando con las olas en el mar, armonía, diversión, felicidad…rostros sonrientes y nostálgicos. Hoper aprendió el valor de compartir momentos, de compartir vidas, las historias, las conversaciones, por muy buenas que sean, nunca podrán acercarse a lo que significa convivir. En el nexo de unión entre dos personas tiene mas valor un día de convivencia que años de conversaciones.
Aquella noche, la primera, tras conversar largamente sobre sus idas y venidas por este mundo y, en el caso de Frelser, incluso por otros, Sjoman centró sus ojos en Hoper y cuestionó a su amigo con la mirada. Frelser fue sincero y contó punto por punto la historia, la situación de fugitivo proscrito de Hoper y como él, habiéndole ayudado, probablemente se encontrara en la misma situación. La indecisión apenas duró un momento en el semblante de Sjoman, entre sonrisas dijo que precisamente estaba buscando una persona de seguridad y un nuevo estibador. Esas serían sus ocupaciones en el barco y así se los presentaría al resto de la tripulación. El barco zarparía al día siguiente de Rotterdam, se alejarían del peligro inminente, los Flykte, Frelser y Hoper, escaparían y nadie los buscaría en medio del mar norte, donde solo la lluvia y el frio se atrevían a llegar. Y así fue, a la mañana siguiente el Siste inició su singladura y con ella las vidas de Hoper y Frelser tomaron también un nuevo rumbo.
Y nevó. Hoper, que pasaba la mayoría de sus horas libres en cubierta, se quedó allí bajo la tormenta de nieve. El mar estaba agitado y las olas rompían contra el casco llegando sus aguas hasta la cubierta. Frio y viento. Hoper se sentía libre. No pensaba, simplemente miraba disfrutando del espectáculo de la naturaleza. No sabía que le traería la vida pero cualquier cosa sería mejor que la prisión donde pasó sus primeros años de juventud. Cualquiera sin experiencia en el mar se hubiera mareado pero nada era comparable a hacer un viaje interestelar en la sentina de una nave de salto. El pelo y el cuerpo blanqueado por la nieve, las cejas llenas de escarcha, el aliento congelado por el frio. Mar, agua, frio, nieve aquel era su hogar, el lugar donde mas a gusto se había sentido nunca consigo mismo, una sensación de bienestar que sin embargo no ocultaba el vacío de su vida. Las historias de Frelser y Sjoman le venían a la cabeza. No, no se quedaría allí, Hoper quería vivir la aventura de su propia vida.

Llegaron a su destino, un puerto de mala reputación donde contrabandistas que ejercían de Robin Hood renovado y rebeldes antisistema convivían en una inestable armonía apartados del férreo control que las autoridades ejercían sobre otros puertos. Un limbo de libertad, de auténtica libertad, en una ciudad apartada del mundo por sus condiciones meteorológicas extremas, a pesar de lo cual contaba también con un pequeño espacio puerto que enlazaba con la estación orbital. En aquella ciudad podría empezar a construir su vida y quería que Frelser estuviera a su lado, quería poder contar historias de vida compartidas con Frelser y que al igual que se iluminaban los ojos de Sjoman al contarlas se iluminaran los suyos propios. Pero Frelser había elegido otro destino, se quedaría en el Siste junto a su viejo amigo, el único auténtico amigo que había tenido en su vida. dos viejos hombres que empezaron su vida juntos y así querían terminarlas. Hoper pensó en quedarse también pero Frelser le dijo que su destino no era dejar pasar la vida mirando al mar en un barco en compañía de dos viejos que ya habían vivido lo suficiente. Tenía que vivir para poder contar historias, tal vez para contárselas a él mismo cuando se reencontraran. Sus vidas estaban ligadas para siempre pero sus destinos eran diferentes, Frelser se encaminaba hacia el ocaso y había encontrado el lugar donde quería quedarse, para Hoper aun estaba amaneciendo y tenía que encontrar su propio camino. Lágrimas y dolor cuando se separaron. Abrazos, los mismos abrazos que se hubieran dado un padre y un hijo cuando este último abandonaba el hogar familiar para emprender la vida por su cuenta. Ley de vida, amor eterno. Volverían a encontrarse para contarse historias. Sus vidas estarían unidas para siempre.

jueves, 5 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXIII: Rencuentro

Cuando intentaron abordar el barco fueron detenidos por un rudo oficial de máquinas que les impidió subir. Tras la polémica en prensa con la llegada del navío a puerto había decidido apostar un hombre en la pasarela para evitar que accedieran a él periodistas, ecologistas o simplemente curiosos. Tardaron un buen rato en convencer al marinero de que Frelser y el capitán Sjoman eran viejos conocidos y que aquella era una simple visita de cortesía. El oficial parecía penetrarles con aquella mira acerada pero finalmente consintió y comunicándose con uno de los oficiales del puente les franqueo la entrada. Eran una pareja curiosa y con ninguna pinta de ser peligrosa, aunque como el propio Frelser sabía por experiencia no te podías fiar de las apariencias. En su trabajo, en su vida siempre había tratado de leer en los ojos de las personas y llegó a adquirir una habilidad relevante en ello. Siempre lo había hecho, desde que era un niño miraba a los ojos a las personas e intentaba entenderlas. Fue un niño de pocas palabras, tímido, escuchaba, miraba y aprendía de las personas y veía algo parecido en Hoper. Pero en aquellos ojos rasgados castaño claro, en los ojos de esa mujer a la que tanto amó, a la que después de tantos años seguía amando, apenas conseguía leer. A veces veía la alegría, la tristeza, una mirada picara, divertida, preocupada pero nunca logró leer en la profundidad de aquellos ojos. Al principio creyó hacerlo, y probablemente lo hizo,  pero cuando ella decidió cerrarlos se apagaron las luces y era incapaz de leer. Tal vez simplemente sucedió que lo que estaba en ellos escrito no era lo que Frelser quería leer.
El oficial de puente les condujo hasta el camarote del capitán, tocó a la puerta y entró sin esperar la respuesta. Los ojos de Sjoman se clavaron en Frelser y aunque su rostro impasible no varió parecía expresar una sonrisa, despidió al oficial y les pidió que pasaran. Era un hombre fuerte, tenía el pelo cano y rizoso y una larga barba blanca, lucia unas gafas de pasta totalmente anacrónicas porque no había problema de visión alguno que en aquellos tiempos no pudiera resolverse con una sencilla cirugía. Lucia un jersey alto de cuello y pantalones azules, parecía salido de un viejo libro de marinería. Su camarote era grande pero austero, los libros se acumulaban en baldas que rodeaban todas las paredes, sobre su mesa de despacho, sobre la mesilla que había al lado de su litera y también esparcidos por el suelo.

Se acercó a Frelser y ambos se fundieron en una abrazo. Hoper sientió como aquellos hombres duros abrían sus corazones. Mas de ochenta años sin verse y aquella estrecha amistad que habían mantenido de niños seguía viva en ellos. Pasado aquel primer momento emotivo fue como si solo hubiera pasado el fin de semana y volvieran a la escuela y sin embargo había ochenta años de historia que contarse y pasaron varias horas dando pinceladas a los cuadros de su vida. Hoper simplemente escucha, atendía a aquellas viejas historias de dos hombres, historias de dos vidas, iguales y diferentes a las que podía haber vivido cualquiera, historias que nadie contaría, que tras su muerte nadie recordaría, historias de dos simples seres humanos. 

miércoles, 4 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXII: Pasado

Hoper comprendió sin que le dijeran nada. Algo había pasado le estaban buscando y probablemente a Frelser, la persona que le había liberado, su amigo, su segundo padre. Entró precipitadamente en el taxi y se acomodó al lado de Frelser. El silencioso motor eléctrico aceleró con fuerza y avanzaron a toda velocidad por la carretera de la costa. La noche era cerrada, llovía con intensidad y los limpiaparabrisas apenas si daban a basto para secar la luna. Murmurando, Frelser le contó lo sucedido mientras con su escáner cambiaba de nuevo la información de su Chip y por primera vez en su vida la del suyo propio. Los Flykte, padre e hijo, ambos estibadores del viejo puerto marítimo y de familia de tradición marinera. Pocos barcos existían ya, casi todo en la tierra se transportaba en cargueros orbitales mas modernos, mas rápidos pero también mas caros. Pocos hombres y mujeres de mar quedaban ya y todos tenían curtido el semblante por el frío viento de las profundas aguas del mar del norte. Mujeres y hombres duros como una roca a los que era difícil llegarles al corazón pero si alguien lo conseguía se deshacían por dentro. Y los estibadores, tal vez por proximidad, estaban imbuidos de un carácter similar y también los estaban, sin duda por razones diferentes, Hoper y Frelser. Y por mar huirían, el mismo mar que ambos, sin saber porque, amaban, el mismo mar en el que un día Frelser perdió a su amor para siempre. Putnik se revolvió en su bolsa y con el morrito consiguió abrir la cremallera y asomó la cabeza. Los ojos tristes de Hoper volvieron a brillar y alargó su mano para acariciar su cabeza.
Buscaron en el puerto a un viejo conocido de Frelser, el que fuera su mejor amigo en su época escolar, una lástima que la vida les hubiera llevado por caminos diferentes, a mundos diferentes. Frelser comenzó a trabajar como guarda de seguridad y tuvo cientos de destinos, la mayoría de ellos, especialmente al principio, fuera de la tierra. Sjoman, su amigo de la infancia, embarcó como marinero raso en un viejo buque de carga del que nunca volvió a bajarse y en el que había viajado prácticamente a todos los lugares de la tierra. El mar y el espacio les había, dos lugares por los que viajar en busca de un destino.
El Siste era un viejo pero enorme carguero impulsado por obsoletos motores de fisión nuclear altamente contaminantes y peligrosos. Está circunstancia hizo que su presencia en Rotterdam no pasara desapercibida para Frelser porque algunos grupos ecologistas de la ciudad hicieron mucho ruido al respecto y alertaron de la presencia del buque en la ciudad y los peligros que conllevaba y se vio reflejado en la prensa, especialmente en aquella que controlaban las corporaciones que gestionaban los cargueros orbitales. Frelser había leído la noticia hacía unos días y según ponía estaría atracado en el puerto una semana. Cuando leyó que el barco lo capitaneaba un tal Sjoman pensó en contactar con él e ir a visitarle, sin embargo no lo hizo. Suele pasar en la vida que las personas importantes de las cuales, por las circunstancias, nos separamos se quedan tan solo en el recuerdo. Y aun teniendo oportunidad de volver a verlas no queremos hacerlo, tal vez por miedo a que para ellas ya no signifiquemos nada o que no sepamos ni tan siquiera de qué hablar con ellas. Y así fue con Frelser, aunque la idea le ilusionó por un momento, sus ocupaciones primero y Hoper después le sirvieron como excusa para no intentarlo.

Obligado por la situación en la que se encontraba acudía ahora a una cita con el pasado.

martes, 3 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXI: Identificado

Frelser acompañó a Hoper hasta un solitario lugar sobre un acantilado desde el que se divisaba gran parte de la abrupta costa de Rotterdam. Desde que contempló el mar desde lo alto de aquel enorme edificio Hoper solo podía pensar en visitar el mar, en sentarse en algún lado para contemplarlo, en eso y en volver a tener Putnik entre sus manos para acariciarlo. Era como un niño, la ilusión por las cosas mas sencillas desbordaba sus ojos verdes y hacía que chispeara a su mirada.
Frelser marchó al trabajo dejando bajo la fina capa de lluvia a Hoper. A penas se habían separado y ya tenía ganas de volver a estar con él, definitivamente era como el hijo que no había tenido. Después de hacer la ronda rutinaria con Putnik acompañándole y cruzándose todo el rato entre sus piernas, se sentó en la silla de su garita y acariciando a Putnik empezó a pensar de nuevo con preocupación en el futuro que podía esperarle a Hoper. Poco duraron sus pensamientos porque en el vid de comunicaciones apareció la cara del jefe de seguridad que le convocaba a su despacho de inmediato. Cuando llegó allí en la pantalla del vid del jefe aparecía una foto y el historial completo de Hoper incluido por supuesto su condición de proscrito. Frelser había pensado que el jefe no le había dado mayor importancia al incidente y que lo dejaría pasar hasta que se le olvidara pero evidentemente, como en tantas ocasiones, se había equivocado. El jefe le sometió a un profundo interrogatorio del que Frelser, por la experiencia que dan los años, supo salir airoso y sin que recayera sobre el ninguna sospecha. Pero no evitó que el jefe enviara un informe a las autoridades de lo que había sucedido. Frelser salió temblando del despacho.
Hoper miraba al mar, lo miraba con la mirada perdida, sentía el agua de lluvia resbalando por su cuerpo, el viento azotándole en la cara, el frio congelándole las entrañas. Estaba vivo. Era la única respuesta que el mar traería pero se quedó allí mirando al horizonte, observando la espuma blanca de las olas rompientes. El mar le atraía, le atraía como nunca le había atraído nada.
Frelser pensó en salir de inmediato, sin que acabara su turno, pero si lo hacía levantaría sospechas y probablemente en vez de ganar tiempo lo perdería porque orientaría claramente la búsqueda de Hoper hacia el mismo. Confió en que la comunicación de su jefe no fuera vista hasta el día siguiente por el funcionario de turno, al fin y al cabo era turno de tarde y muchos funcionarios solo trabajaban por la mañana. Cuando llegó la hora, metió a Putnik en una bolsa y se lo llevó con él. Le enseño la bolsa al mismo joven guardia de seguridad que custodiaba la salida por la que había escapado de allí Hoper. Con la cola y las protestas habituales y sin directrices sobre qué hacer si alguien quería salir con un animal de las instalaciones le franqueó el paso con cara de agobiado. Seguramente el jefe también le había interrogado y si se enteraba de este nuevo incidente de seguridad es probable que sus días de guardia se hubieran acabado para siempre.
Frelser corrió al tubo y del tubo a casa, al llegar se sorprendió de no encontrar a Hoper allí y se alteró aun mas de lo que estaba. Sacó unas maletas que pensaba que nunca volvería a usar y las llenó con ropa de ambos y con cuatro cosas que consideró que podían ser de utilidad. Hoper seguía sin aparecer y no tenía manera de comunicarse con él, debía haber comprado un vid de bolsillo para él pero no lo hizo y ahora no había tiempo de preocuparse por los errores. Salió precipitadamente a la calle y cogiendo un taxi se dirigió al punto de la costa en el que lo había dejado.

Allí estaba, había anochecido por completo y tan solo la luz residual de la ciudad iluminaba tímidamente la costa pero ahí seguía, con los ojos clavados en el mar, calado hasta los huesos pero con una mirada brillante y una sonrisa en su cara.

lunes, 2 de enero de 2017

CCPR- Hoper XX: Dudas

Frelser se levantó cuando un sol frio empezaba a asomarse por el horizonte, mediaba el otoño y en los cielos grises la luz escaseaba. Se encontró a Hoper mirando por una ventana el ajetreo de las calles, mujeres y hombres se cruzaban en la calle dirigiéndose a sus destinos como autómatas, sin levantar la mirada, con rostros serios, como si tuvieran que defenderse de un posible ataque de otros. Frías como el hielo son las calles, perdemos la humanidad cuando salimos y solo mostramos nuestro lado mas humano cuando estamos en entornos de confianza. No cruzamos las miradas en el ascensor como si una mirada fuera una agresión, como si con una mirada pudieran hacernos daño. Compartimos espacios pero no compartimos vidas. Frías y tristes son las calles. Pero Hoper las contemplaba como si fueran un espectáculo grandioso y lo era, porque aquellas personas que iban y venían por las calles eran libres, podían elegir ir hacia un lado u otro sin que nadie determinara sus pasos. Pero Frelser tenía otra visión, lo veía de otra manera, aquellas personas no estaban no estaban encerradas en un planeta prisión donde todos sus pasos eran dirigidos y controlados pero eran presas de sus trabajos, de sus obligaciones, presas en sus propias vidas. Podían elegir, es cierto, pero elegir algo diferente a menudo te deja fuera del sistema. Se sentó junto a él y observaron la calle un buen rato la calle sin decir nada.
Frelser no había dormido a penas nada en toda la noche y se sumió en los mismos pensamientos que le habían quitado el sueño. Había sacado a Hoper por las instalaciones y estaba claro que estaba desarrollando ciertos sentimientos paternales hacia él pero era una auténtica locura. Estaba albergando a un proscrito al que había ayudado a huir, un joven destinado a estar escondido, un joven sin profesión, un joven con un futuro incierto y un pasado tremendamente complicado. No sabía nada de él, leía la bondad en aquellos grandes ojos verdes y en su sonrisa inocente pero podía ser exactamente lo contrario. Frelser había conocido muchas personas en su vida, por su trabajo se había topado con muchas con malas intenciones pero esto no cambiaba su visión de que en interior de casi todas las personas guardaba al menos un poso de bondad y que eran las circunstancias, las vivencias de las personas y las necesidades e intereses personales las que les llevaban a obrar mal. De todas las perversiones humanas la que peor soportaba Frelser era la codicia porque suponía no que te faltara algo si no que querías tener mas a costa de lo que fuera y normalmente era a costa del sacrificio de otras personas. La vida no valía nada para algunas personas cuando la codicia estaba de por medio, la dignidad no valía nada, no existían los valores cuando la codicia te pervertía. Monstruosos delitos se habían cometido por la codicia y en muchas ocasiones se vestían de causas nobles, mentiras que encontraban la colaboración de los medios de comunicación, de los políticos porque el dinero y la riqueza era el único valor que entendían. Para Frelser el único valor, el verdadero valor eran las personas, por eso había ayudado a Hoper, por eso le había albergado en su casa e incluso aunque Hoper le decepcionara él lo había intentado. Perder cuando se apuesta es una posibilidad pero hay apuestas que han de hacerse aunque se pierda. Así es la vida, es lo que hay –como decía ella-, no siempre son alegrías, la vida incluye perdidas, incluye dolor pero no debemos quedarnos solo con la parte triste. Cuando la perdió a ella sufrió como nunca había sufrido, su vida perdió totalmente el sentido, se limitaba a vivir, y bastante de eso quedaba todavía, pero entendió que las pérdidas son consustanciales a la vida y se dio cuenta de que la historia que había vivido muy pocas personas la habían vivido, se dio cuenta del privilegio que había supuesto tenerla a su lado y que no podía vivir eternamente sumido en la tristeza y el dolor porque la vida había sido bondadosa con él. Y decidió no centrarse en lo que le faltaba si no en lo que tenía y sonreír al mundo aunque las sonrisas nunca mas serían tan plenas, tan exultantes, como cuando quedaban en cualquier lugar y sus miradas se encontraban por primera vez. Siempre fue así, incluso cuando sabían que se despedirían con lágrimas.

Pasó el brazo por encima de los hombros de Hoper y una sonrisa se dibujó en el rostro de ambos. En silencio, se quedaron mirando por la ventana como empezaba a caer una fina lluvia sobre las baldosas grises de la calle.