Podría acostumbrarse a aquello, todas las comodidades, todos
los servicios, todas las diversiones y ninguna obligación. Que diferente era
aquella vida al planeta prisión, que diferente era a la vida en la ciudad
portuaria, que diferente era esa vida a la vida de millones de personas que no
tenían para comer, que no tenían donde refugiarse del frio o el calor.
Repartiendo todo aquello se solucionaría la vida de muchas personas,
repartiendo la riqueza del universo no habría pobreza. Un 5% de la población
acumulaba el 75% de los recursos, con el otro 25% vivían miles de millones de
personas de una manera digna pero no llegaba para todos y millones y millones
de personas no podían ni tan siquiera cubrir las necesidades básicas. Por eso
iba a Driro, por eso tenía puestas esperanzas en Ny Verden, no quería cambiar
su vida, quería cambiar el mundo, el universo. Cambiar el universo, un sueño de
juventud que la madurez suele empeñarse en destruir, probablemente un sueño
demasiado grande y frustrante como para que termine destruyéndose solo pero un
sueño que puede encaminar tu vida hacia un lugar diferente. Probablemente no
cambies el mundo pero si crees en ese sueño tú mismo te transformarás y
transformaras algo de lo que te rodea. Muchos pequeños cambios suponen un gran
cambio, no es el destino, ni está dentro de las capacidades de todas las
personas influir en los grandes cambios pero si lo está hacer pequeñas cosas,
poner ese granito de arena junto a otros hasta que sean una montaña visible en
todo el universo. Pero Hoper jugaba a la mayor, soñaba con un cambio radical,
con un mundo mas justo y solidario, con un mundo mejor y se uniría a otros, si
los había, en ese empeño. Nay Verden, nuevo mundo, una esperanza.
Putnik devoraba la comida húmeda que el servicio de
habitaciones de la nave de salto traía. Estaba acostumbrado a comer pienso y
aquella novedad le resultaba deliciosa. El viaje era corto, si no se
convertiría en una bola de pelo, comía sin medida y el resto del tiempo se lo
pasaba dormitando sobre el mullido edredón de la cama. Y Hoper hacía
exactamente lo mismo, devoraba la deliciosa comida que le proporcionaban y
ocupaba el sitio que Putnik le dejaba libre en la cama. Salía solo de vez en
cuando de la habitación para ver alguno de los espectáculos que la nave
proporcionaba, teatro, conciertos… Hoper había perdido gran parte de su vida de
adulto-joven en el planeta prisión y aquello era una completa novedad para él,
disfrutaba de cada minuto y en cada minuto le parecía estar recuperando algo
del tiempo perdido, aunque el tiempo perdido, como vio claramente en el caso de
Frelser y Sjoman, nunca se recupera.
Aunque la nave no tenía un uso horario determinado, en las
supuestas horas de sueño correspondientes a la tierra la actividad bajaba mucho
y la mayoría de las personas se recogían en sus habitaciones, era entonces
cuando Hoper paseaba por las diferentes cubiertas. En uno de esos paseos
descubrió una pequeña sala que contaba con un sofá con un ventanal de grueso
vidrio-plástico que permitía ver las estrellas. Las habitaciones de la clase
mas alta también tenían pequeñas ventanas de esa clase, en los de primera, como
el suyo, había una proyección virtual que emulaba el cielo que estaban
atravesando, en el resto todas las paredes eran de frio metal. Hoper comenzó a
pasar muchas horas en aquella sala y se dio cuenta de que echaba terriblemente
de menos el mar. Se preguntaba si Sjoman, Frelser y, por encima de ellos, el
mismo se habían equivocado. Tal vez su sitio si que estuviera en la cubierta de
un barco mirando al mar.