Cuando intentaron abordar el barco fueron detenidos por un
rudo oficial de máquinas que les impidió subir. Tras la polémica en prensa con
la llegada del navío a puerto había decidido apostar un hombre en la pasarela
para evitar que accedieran a él periodistas, ecologistas o simplemente
curiosos. Tardaron un buen rato en convencer al marinero de que Frelser y el
capitán Sjoman eran viejos conocidos y que aquella era una simple visita de
cortesía. El oficial parecía penetrarles con aquella mira acerada pero
finalmente consintió y comunicándose con uno de los oficiales del puente les
franqueo la entrada. Eran una pareja curiosa y con ninguna pinta de ser
peligrosa, aunque como el propio Frelser sabía por experiencia no te podías
fiar de las apariencias. En su trabajo, en su vida siempre había tratado de
leer en los ojos de las personas y llegó a adquirir una habilidad relevante en
ello. Siempre lo había hecho, desde que era un niño miraba a los ojos a las
personas e intentaba entenderlas. Fue un niño de pocas palabras, tímido,
escuchaba, miraba y aprendía de las personas y veía algo parecido en Hoper. Pero
en aquellos ojos rasgados castaño claro, en los ojos de esa mujer a la que
tanto amó, a la que después de tantos años seguía amando, apenas conseguía
leer. A veces veía la alegría, la tristeza, una mirada picara, divertida,
preocupada pero nunca logró leer en la profundidad de aquellos ojos. Al
principio creyó hacerlo, y probablemente lo hizo, pero cuando ella decidió cerrarlos se
apagaron las luces y era incapaz de leer. Tal vez simplemente sucedió que lo
que estaba en ellos escrito no era lo que Frelser quería leer.
El oficial de puente les condujo hasta el camarote del
capitán, tocó a la puerta y entró sin esperar la respuesta. Los ojos de Sjoman
se clavaron en Frelser y aunque su rostro impasible no varió parecía expresar
una sonrisa, despidió al oficial y les pidió que pasaran. Era un hombre fuerte,
tenía el pelo cano y rizoso y una larga barba blanca, lucia unas gafas de pasta
totalmente anacrónicas porque no había problema de visión alguno que en
aquellos tiempos no pudiera resolverse con una sencilla cirugía. Lucia un
jersey alto de cuello y pantalones azules, parecía salido de un viejo libro de
marinería. Su camarote era grande pero austero, los libros se acumulaban en
baldas que rodeaban todas las paredes, sobre su mesa de despacho, sobre la
mesilla que había al lado de su litera y también esparcidos por el suelo.
Se acercó a Frelser y ambos se fundieron en una abrazo. Hoper
sientió como aquellos hombres duros abrían sus corazones. Mas de ochenta años
sin verse y aquella estrecha amistad que habían mantenido de niños seguía viva
en ellos. Pasado aquel primer momento emotivo fue como si solo hubiera pasado
el fin de semana y volvieran a la escuela y sin embargo había ochenta años de
historia que contarse y pasaron varias horas dando pinceladas a los cuadros de
su vida. Hoper simplemente escucha, atendía a aquellas viejas historias de dos
hombres, historias de dos vidas, iguales y diferentes a las que podía haber
vivido cualquiera, historias que nadie contaría, que tras su muerte nadie
recordaría, historias de dos simples seres humanos.