Hoper comprendió sin que le dijeran nada. Algo había pasado
le estaban buscando y probablemente a Frelser, la persona que le había liberado,
su amigo, su segundo padre. Entró precipitadamente en el taxi y se acomodó al
lado de Frelser. El silencioso motor eléctrico aceleró con fuerza y avanzaron a
toda velocidad por la carretera de la costa. La noche era cerrada, llovía con
intensidad y los limpiaparabrisas apenas si daban a basto para secar la luna.
Murmurando, Frelser le contó lo sucedido mientras con su escáner cambiaba de
nuevo la información de su Chip y por primera vez en su vida la del suyo
propio. Los Flykte, padre e hijo, ambos estibadores del viejo puerto marítimo y
de familia de tradición marinera. Pocos barcos existían ya, casi todo en la
tierra se transportaba en cargueros orbitales mas modernos, mas rápidos pero también
mas caros. Pocos hombres y mujeres de mar quedaban ya y todos tenían curtido el
semblante por el frío viento de las profundas aguas del mar del norte. Mujeres
y hombres duros como una roca a los que era difícil llegarles al corazón pero
si alguien lo conseguía se deshacían por dentro. Y los estibadores, tal vez por
proximidad, estaban imbuidos de un carácter similar y también los estaban, sin
duda por razones diferentes, Hoper y Frelser. Y por mar huirían, el mismo mar
que ambos, sin saber porque, amaban, el mismo mar en el que un día Frelser
perdió a su amor para siempre. Putnik se revolvió en su bolsa y con el morrito
consiguió abrir la cremallera y asomó la cabeza. Los ojos tristes de Hoper
volvieron a brillar y alargó su mano para acariciar su cabeza.
Buscaron en el puerto a un viejo conocido de Frelser, el que
fuera su mejor amigo en su época escolar, una lástima que la vida les hubiera
llevado por caminos diferentes, a mundos diferentes. Frelser comenzó a trabajar
como guarda de seguridad y tuvo cientos de destinos, la mayoría de ellos,
especialmente al principio, fuera de la tierra. Sjoman, su amigo de la
infancia, embarcó como marinero raso en un viejo buque de carga del que nunca
volvió a bajarse y en el que había viajado prácticamente a todos los lugares de
la tierra. El mar y el espacio les había, dos lugares por los que viajar en
busca de un destino.
El Siste era un viejo pero enorme carguero impulsado por
obsoletos motores de fisión nuclear altamente contaminantes y peligrosos. Está circunstancia
hizo que su presencia en Rotterdam no pasara desapercibida para Frelser porque
algunos grupos ecologistas de la ciudad hicieron mucho ruido al respecto y
alertaron de la presencia del buque en la ciudad y los peligros que conllevaba
y se vio reflejado en la prensa, especialmente en aquella que controlaban las
corporaciones que gestionaban los cargueros orbitales. Frelser había leído la
noticia hacía unos días y según ponía estaría atracado en el puerto una semana.
Cuando leyó que el barco lo capitaneaba un tal Sjoman pensó en contactar con él
e ir a visitarle, sin embargo no lo hizo. Suele pasar en la vida que las
personas importantes de las cuales, por las circunstancias, nos separamos se
quedan tan solo en el recuerdo. Y aun teniendo oportunidad de volver a verlas
no queremos hacerlo, tal vez por miedo a que para ellas ya no signifiquemos
nada o que no sepamos ni tan siquiera de qué hablar con ellas. Y así fue con
Frelser, aunque la idea le ilusionó por un momento, sus ocupaciones primero y
Hoper después le sirvieron como excusa para no intentarlo.
Obligado por la situación en la que se encontraba acudía
ahora a una cita con el pasado.