Una vez tomada la decisión ardía en deseos de volar a Driro,
de conocer un nuevo mundo, un mundo en construcción y tal vez conocer personas
que creían que otro mundo diferente era posible y que estaban dando pasos para
conseguirlo. Sin saber nada de ella Ny Verden aparecía en su imaginario como
una organización ideal que podía ofrecer un nuevo modelo al mundo, aunque su
temor porque lo que pretendieran fuera una guerra se mantenía. Pero ¿quién
sabe? Tal vez lo de aquellos cuadros tan solo fuera una expresión artística de
un sistema que se imponía a otro, aunque el aprovisionamiento de Metsal hacía
que la hipótesis de la guerra fuera la mas posible.
Por desgracia Hoper no contaba con los créditos suficientes
para desplazarse a Driro y al ritmo que iba tardaría en conseguirlos. Pero la
solución le llegó como si le estuviera buscando. El mismo día que soñó, al
llegar al puerto para empezar su jornada se encontró con una oferta de trabajo
colgada en el panel de información de los trabajadores. La corporación de
transportes del sistema Próxima Centauri buscaba estibadores especializados
para llevárselos a Drido. Era complicado que personas con experiencia se
desplazaran a otros mundos por solían tener la vida ya montada en la tierra y
el desplazamiento suponía despedirse de todos y de todo para siempre. La
colonia de Didro era incipiente y pequeña y, aunque tenían un completo programa
formativo, ni había colonos suficientes, ni aun habiéndolos el programa era
capaz de formarles con la rapidez en que crecían las necesidades. Hoper no lo dudó
y contacto por vid. En cuanto les contó su experiencia y aportó la documentación
sobre los trabajos realizados, que amablemente le proporcionó el responsable
del puerto, le ofrecieron un contrato muy bien remunerado y un billete para
partir de inmediato a Próxima Centauri. Tan solo dos días para despedirse de
este mundo, Hoper pensó que le sobraban 47 horas pero cuando empezó a escribir
la carta para Frelser y Hoper se dio cuenta que le llevaría mucho tiempo, había
tantas cosas que decir, tanto que agradecer y sobre todo quería transmitir todo
el cariño que sentía por aquellas personas. Lo hizo bien, como casi todo lo que
hacía y Hoper y Frelser guardaron esa carta hasta sus muertes.
Nada tenían que ver aquellos cómodos sillones del
transbordador orbital, ni mucho menos los que ocupó en la nave de salto con
aquel cubículo en el que llegó desde el planeta prisión. La corporación no
había reparado en gastos y sus asientos eran de primera, había una categoría
superior solo para unos pocos si, pero las comodidades y el servicio para los
pasajeros de primera era todo lo que uno se podía imaginar e incluso lo
superaba. El despegué de la tierra hacia la estación espacial le pegó al
asiento pero tan solo unos instantes, el resto del viaje era como estar en el
sofá de su propia casa con la diferencia de que todo lo que pedía se lo servían
al instante. La conexión con la nave de salto fue inmediata por lo que no tuvo
la oportunidad de visitar el enorme puerto espacial, le hubiera encantado
hacerlo. La nave de salto era moderna, en ella contaba con un camarote que
incluía una cama, un sofá y un enorme vid. La comida se servía en restaurantes
de lujo. Recordaba en todo a los antiguos cruceros de placer que se hacían por
los mares de la tierra. Estaba claro que la corporación necesitaba empleados cualificados
y quería cuidarlos y, siendo sus propias naves, probablemente no les resultara
demasiado costoso.