Llueve.
No puedo dejar de mirar
la lluvia.
La amo.
La amo y la echo en
falta cuando no viene,
La recuerdo siempre,
pienso en su suave
caricia de vida y sonrío.
La espero.
Espero con paciencia a
que venga,
a que me traiga sus
besos cálidos,
sus besos fríos,
sus tiernos abrazos.
Pasan días, meses pero
la espero
y cuando viene salgo a
su encuentro,
un chispa en mi mirada,
un incendio en mi
corazón,
calor en mi piel,
deseo en mis manos.
Aprendí a amarla así,
cuando ella quiere
regalarme su compañía.
Ojalá hubiera sabido
amarte así,
ojalá pudiera haberte
amado así,
paciente,
sosegado,
esperando a que
vinieras a buscarme,
sin impaciencia,
sin nervios,
sin desasosiego,
sin dolor.
No supe hacerlo, me
arrepiento.
Y ahora en cada día de
lluvia me arrepiento,
en cada día de sol miro
al cielo.
Tal vez ahora haya
aprendido amarte,
cruzando este desierto
de arena y sal
tal vez aprendí amarte.
Demasiado tarde,
tu lluvia no volverá a
besar mi piel,
tus ojos no volverán a
mirarme,
no volveré a sentir tu
frio,
ni tu calor,
no volverás a envolverme
entre tus brazos.
Ahora, que tal vez haya
aprendido a amarte,
tan solo puedo mirar al
cielo
esperando el milagro de
tu lluvia en mi desierto.