martes, 10 de enero de 2017

Llueve.
No puedo dejar de mirar la lluvia.
La amo.
La amo y la echo en falta cuando no viene,
La recuerdo siempre,
pienso en su suave caricia de vida y sonrío.
La espero.
Espero con paciencia a que venga,
a que me traiga sus besos cálidos,
sus besos fríos,
sus tiernos abrazos.
Pasan días, meses pero la espero
y cuando viene salgo a su encuentro,
un chispa en mi mirada,
un incendio en mi corazón,
calor en mi piel,
deseo en mis manos.
Aprendí a amarla así,
cuando ella quiere regalarme su compañía.
Ojalá hubiera sabido amarte así,
ojalá pudiera haberte amado así,
paciente,
sosegado,
esperando a que vinieras a buscarme,
sin impaciencia,
sin nervios,
sin desasosiego,
sin dolor.
No supe hacerlo, me arrepiento.
Y ahora en cada día de lluvia me arrepiento,
en cada día de sol miro al cielo.
Tal vez ahora haya aprendido amarte,
cruzando este desierto de arena y sal
tal vez aprendí amarte.
Demasiado tarde,
tu lluvia no volverá a besar mi piel,
tus ojos no volverán a mirarme,
no volveré a sentir tu frio,
ni tu calor,
no volverás a envolverme entre tus brazos.
Ahora, que tal vez haya aprendido a amarte,
tan solo puedo mirar al cielo
esperando el milagro de tu lluvia en mi desierto.