viernes, 13 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXVII: Puertas cerradas

En una de aquellas escasas pero agradables y animadas conversaciones, Hoper le preguntó por la pintura. Reng, como hacía siempre que no le apetecía hablar de algo, cambió sutilmente de tema, tan sutilmente que o tenías un interés especial en lo que estaban hablando o Hoper ni se enteraba de que había cambiado de tema. Reng era una gran conversadora, podía mantener a cualquiera entretenido horas y horas pero también tenía la habilidad de dirigir la conversación hacia donde quería. Pero en aquella ocasión insistió sobre el tema de la pintura, admiraba los talentos creativos de porque pensaba que conectaban directamente con el interior de las personas y Hoper sentía una atracción, curiosa en parte pero sustentada en su bondad, por conocer lo que realmente motivaba a las personas a ser como eran. La respuesta de Reng fue abrupta y poco delicada, terminó la conversación y, sin despedirse, se metió a su habitación cerrando la puerta. Aquella puerta jamás volvió a quedarse entornada. Las pocas fisuras que había en la coraza de Reng, también se cerraron para siempre. Reng, la lluvia del norte, tan fría como el hielo, no volvió a caer sobre el desierto de Hoper.
Al poco tiempo Reng se trasladó, encontró otro trabajo y se traslado a otra ciudad, Hoper nunca supo dónde. Una mañana a despertar encontró una nota sobre la mesa del comedor en la que le decía que se iba, que había dejado pagado el apartamento los tres meses siguientes y que había hablado con el propietario sobre la posibilidad de poner el contrato a nombre de Hoper. Nada mas, ni un adiós, ni una muestra de cariño. Sus vidas se encontraron en un punto pero para Reng parecía que tan solo había sido un compañero de piso mas, una persona de esas que pasan por tu vida sin dejar ninguna huella. Hoper leyó la nota mil veces, quería encontrar algo en ella que le dijera que de alguna manera le había sentido cercano. No, la nota no decía nada, tal vez, tal vez, precisamente esa inexistencia de muestras de afecto denotara precisamente lo contrario. Reng, tan celosa de su intimidad, tan poco dada a mostrar sus sentimientos, porque tal vez cuando los mostró le hicieron daño, tal vez no hubiera querido demostrar nada en la nota que la hiciera vulnerable. Tal vez, tal vez, esa duda acompañó a Hoper el resto de sus días. Pocos días llevaba viviendo en libertad y ya había conocido el sentimiento de perder a un padre y el de perder a una amiga. La libertad no era tan buena como la había imaginado.

Sin Reng, con un trabajo que le recordaba demasiado al planeta prisión, Hoper empezó a pensar que aquel no era su sitio, le invadió un sentimiento de deseo de volver al Siste, donde tan protegido se había sentido por Frelser y Sjoman, dónde tan libre se había sentido mirando al mar. Pero aquellos viejos hombres tenían razón, aquel tampoco era su lugar. De nuevo sentado frente al mar, en una noche de heladora de luna nueva, levantó la vista del mar para contemplar el cielo,  en una de esas pocos momentos que las nubes no cerraban por completo el firmamento. Quizás en las estrellas estuviera la respuesta.