En una de aquellas escasas pero agradables y animadas
conversaciones, Hoper le preguntó por la pintura. Reng, como hacía siempre que
no le apetecía hablar de algo, cambió sutilmente de tema, tan sutilmente que o
tenías un interés especial en lo que estaban hablando o Hoper ni se enteraba de
que había cambiado de tema. Reng era una gran conversadora, podía mantener a
cualquiera entretenido horas y horas pero también tenía la habilidad de dirigir
la conversación hacia donde quería. Pero en aquella ocasión insistió sobre el
tema de la pintura, admiraba los talentos creativos de porque pensaba que
conectaban directamente con el interior de las personas y Hoper sentía una
atracción, curiosa en parte pero sustentada en su bondad, por conocer lo que realmente
motivaba a las personas a ser como eran. La respuesta de Reng fue abrupta y
poco delicada, terminó la conversación y, sin despedirse, se metió a su
habitación cerrando la puerta. Aquella puerta jamás volvió a quedarse
entornada. Las pocas fisuras que había en la coraza de Reng, también se
cerraron para siempre. Reng, la lluvia del norte, tan fría como el hielo, no
volvió a caer sobre el desierto de Hoper.
Al poco tiempo Reng se trasladó, encontró otro trabajo y se
traslado a otra ciudad, Hoper nunca supo dónde. Una mañana a despertar encontró
una nota sobre la mesa del comedor en la que le decía que se iba, que había
dejado pagado el apartamento los tres meses siguientes y que había hablado con
el propietario sobre la posibilidad de poner el contrato a nombre de Hoper.
Nada mas, ni un adiós, ni una muestra de cariño. Sus vidas se encontraron en un
punto pero para Reng parecía que tan solo había sido un compañero de piso mas,
una persona de esas que pasan por tu vida sin dejar ninguna huella. Hoper leyó
la nota mil veces, quería encontrar algo en ella que le dijera que de alguna
manera le había sentido cercano. No, la nota no decía nada, tal vez, tal vez,
precisamente esa inexistencia de muestras de afecto denotara precisamente lo
contrario. Reng, tan celosa de su intimidad, tan poco dada a mostrar sus
sentimientos, porque tal vez cuando los mostró le hicieron daño, tal vez no
hubiera querido demostrar nada en la nota que la hiciera vulnerable. Tal vez,
tal vez, esa duda acompañó a Hoper el resto de sus días. Pocos días llevaba
viviendo en libertad y ya había conocido el sentimiento de perder a un padre y
el de perder a una amiga. La libertad no era tan buena como la había imaginado.
Sin Reng, con un trabajo que le recordaba demasiado al
planeta prisión, Hoper empezó a pensar que aquel no era su sitio, le invadió un
sentimiento de deseo de volver al Siste, donde tan protegido se había sentido
por Frelser y Sjoman, dónde tan libre se había sentido mirando al mar. Pero aquellos
viejos hombres tenían razón, aquel tampoco era su lugar. De nuevo sentado
frente al mar, en una noche de heladora de luna nueva, levantó la vista del mar
para contemplar el cielo, en una de esas
pocos momentos que las nubes no cerraban por completo el firmamento. Quizás en
las estrellas estuviera la respuesta.