No tardo Hoper en adaptarse a su nuevo puesto de trabajo, los
últimos años de su reclusión los había pasado realizando funciones parecidas,
no había prácticamente diferencia entre estibar un barco y un carguero orbital,
las máquinas eran similares, los contenedores y las bodegas también. Enseguida
adquirió fama de manejar hábilmente la maquinaria, en el planeta prisión las
máquinas eran mas antiguas, menos precisas y diseñadas en la tierra para la
tierra donde la atracción gravitacional era parecida pero no la misma.
Seguramente aquella maquinaria del planeta prisión había sido desechada en
algún puerto como aquel o cualquier espacio-puerto terrícola. En apenas un mes
paso de ser oficial de tercer a oficial de primera, pero Hoper no estaba a
gusto, aquel trabajo le recordaba demasiado al planeta prisión, su vida no era
muy diferente a cuando estaba recluido en él. Trabajaba menos horas, tenía
tiempo libre y en ese tiempo podía hacer lo que quisiera y normalmente lo dedicaba
a pasear por la costa y tumbarse en el sofá con Putnik acostado en su regazo.
Pero la sensación de que esa vida no tenía sentido era parecida, tan solo Reng
marcaba una pequeña pero sustancial diferencia.
Reng, su compañera de piso, trabajaba en el departamento de
obras públicas del gobierno de la ciudad. Era una mujer metódica, perfeccionista,
en ocasiones incluso rayando la obsesión. Por el piso se acumulaban muy bien
ordenadas carpetas llenas de proyectos y planos que ella misma diseñaba y
dibujaba. Su cuarto en cambio era un caos, su ropa y efectos personales estaban
perfectamente ordenados pero por el cuarto se esparcían cientos de lienzos que
ella misma había pintado. Hoper pensaba que cuando se expresaba artísticamente era
otra persona y esa obsesión por el orden desaparecía transformando su belleza
en la belleza de caos. Tal vez compensara con el arte una vida demasiado
ordenada, tal vez fuera la expresión de que, en el fondo, la vida que llevaba,
su forma de ser, no era lo que verdaderamente era, ni lo que verdaderamente
quería ser. Porque Reng era el modelo de persona que la sociedad impulsa como
ideal, trabajadora, ordenada, perfecta siempre en su imagen, dócil y útil. Pero
Hoper no estaba ciego, en su corazón ardía la rebeldía, pero había asumido como
buenos los logros y metas que la sociedad impone y había peleado, seguía
peleando por conseguirlos. Solo la pintura, solo en su cuarto era diferente,
solo en la intimidad de una habitación con la puerta cerrada era libre.
Apenas se veían Reng trabajaba de mañana y madrugaba mucho,
Hoper trabajaba en el turno de tarde y cuando llegaba a casa Reng se había
encerrado ya en su cuarto y dormía. Los días libres a penas se veían tampoco
Hoper iba al mar, a la costa cercana a la ciudad, Reng marchaba a un pequeño
refugió que tenía en un pequeño pueblo situado más al sur donde el microclima
existente en la zona era mas benigno y el sol y el calor no eran una quimera.
Breves eran los encuentros que tenían pero siempre amables. Reng siempre
sonreía al verle, por lo general era una gran conversadora pero había momentos,
atractivos momentos, en el que con el rostro serio clavaba su mirada en el
horizonte y callaba.
Hoper empezó a sentir algo diferente por aquella mujer,
empezó a desear pasar mas tiempo con ella, pero ella era esquiva, no saldría
del orden de su vida, si dentro de ese orden encajaba Hoper disfrutaba de su
compañía, si no encajaba podía estar días sin verle, sin saber de él. Fría, tal
vez fuera esa la palabra, pero Hoper veía un dolor, un daño en su interior que
la quemaba por dentro. No sabía nada de su vida pero intuía que en su vida
había habido traumas que le habían llevado a ser como era, a expresarse como se
expresaba, a cubrirse con una coraza que nadie pudiera transpasar. Pero la
mirada de aquellos enormes ojos verdes de Hoper era penetrante, punzante a
veces y sin buscarlas, sin querer encontrarlas, acaricio las fisuras de aquella
armadura y pudo atisbar en parte lo que protegía.
Igual que Putnik, tenía la curiosidad limpia y despreocupada
de los felinos. Cuando un día la puerta del cuarto de Reng quedó entornada
porque Reng, en una urgencia, había salido corriendo y había olvidado cerrarla
del todo, Hoper atisbó como era su cuarto por dentro. Cuando un día la puerta
de su corazón -por descuido, por relajación o tal vez porque empezaba a confiar
en Hoper- quedó entornada atisbo también lo que había en su interior. Y en su
interior, en el de su cuarto y en el de su corazón, guardaba belleza.