Sjoman, que combinaba un carácter taciturno y parco en
palabras con otros momentos de extroversión, afabilidad, sonrisas y conversador
incansable que siempre tenía algo interesante que decir. Era como si dos
personas diferentes habitaran en el mismo cuerpo. El taciturno deambulaba por
el barco controlándolo todo, el extrovertido paseaba ocioso por los puertos y
las ciudades donde atracaban. Ese carácter abierto hacía que tuviera amistades
en todos los lugares que visitaba, especialmente en aquellos dónde acudía con
regularidad y este puerto del norte era una de sus destinos preferidos.
Sjoman habló con la autoridad portuaria y consiguió a Hoper
un trabajo de estibador en el puerto, si no había juzgado mal a Hoper, un hombre
inquieto y con sueños, aquel no sería un trabajo para toda la vida pero si le
permitiría iniciar su propio camino en la vida. Un camino alejado de la prisión
en la que había vivido, alejado de su propia historia. También conversó con el
tabernero que regentaba su lugar preferido para comer y beber, era un lugar con
poca luz, situado en cerca del puerto en el barrio mas marginal de la ciudad,
pero nadie en el mundo daba tan bien de comer y sus cócteles adquirieron tanta
fama que, a pesar de su situación, siempre estaba a rebosar. Aun así el lugar
había conocido tiempos mejores. El tabernero le dio el contacto de una persona
que buscaba un compañero de piso para compartir gastos.
Como dos padres protectores Frelser y Sjoman habían
proporcionado a Hoper un lugar y una manera de iniciar la vida por su cuenta.
Partían ahora para compartir su vida juntos, probablemente unos 30 años mas
surcando los mares y lo que les quedara de vida retirados en algún puerto
tropical donde la tranquilidad, el sol y la lluvia fueran sus últimos
compañeros de viaje. No, los momentos perdidos no pueden recuperarse, pero la
vida que les quedaba por delante la vivirían juntos.
Fue triste la despedida. Lágrimas en los ojos de dos buenos hombres
que cualquiera hubiera calificado como duros. Abrazos que se sucedían. Buenos
deseos y el compromiso de volver a verse para contarse historias. En aquel
momento no sabían que nunca volverían a verse.
El Siste inició su singladura. Hoper se quedó en el puerto
bajo una fuerte nevada hasta que perdió completamente de vista el barco. Caminó
hasta el faro que se encontraba en un saliente de un acantilado buscando la
soledad absoluta y lloró desconsoladamente hasta que el dolor se mitigo lo
suficiente. Viviría siempre con esa pérdida pero una nueva vida le estaba
esperando. Frelser le salvó, le acogió, sin tener que hacerlo, sin conocerle.
Sjoman le proporcionó una vida. Dos buenos hombres, un ejemplo a seguir.
Cuando llegó a su nuevo hogar Regn, su nueva compañera de
piso, dormía en su habitación pero Putnik fue a buscarle en cuanto oyó la
puerta. Sin cenar se tumbó en la cama y se pasó la noche en vela acariciando el
suave pelaje del felino que dormitaba recostado en su pecho.