martes, 24 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXXII: Decisión destino

Cuando Reng se fue, el mundo de Hoper se tambaleó. En algún momento creyó estar enamorado pero realmente no lo estaba, era la única persona con la que mantenía una relación de amistad, la única a la que podía contarle sentimientos y situaciones personales y unido a una brutal atracción sexual era casi imposible no confundir los sentimientos. Hoper tenía 27 años y las únicas relaciones sexuales que mantenía eran con su mano en la intimidad de su cuarto. En aquellas condiciones en una persona joven hervía el deseo. Y suele suceder así, no solo a Hoper, el deseo sexual y las convenciones sociales nos hacen pensar que amamos cuando realmente solo deseamos. Pero no estuvo muy lejos de enamorarse de verdad, Reng tenía casi todo lo que Hoper estimaba como deseable en una mujer, inteligencia, humor, belleza… solo le faltaba ser cariñosa, probablemente con un gesto amable Hoper hubiera caído enamorado sin remedio. No fue así y pasado el tiempo Hoper se dio cuenta de que Reng fue tan solo una amiga, una amiga a la que deseaba sexualmente pero una amiga al fin y al cabo. Cuando era niño, su bisabuelo, que rozaba los 150 años, le dijo busca una mujer de la que ames su forma de ser porque la forma de ser apenas cambia, que su cara te resulte bonita porque la cara cambia pero poco, los cuerpos cambian mucho a lo largo de la vida, pero sobre todo enamórate de su mirada. En aquel momento Hoper ni sabía de que le hablaba su bisabuelo y cuando lo supo nunca llegó a entender del todo lo que quería decir su abuelo de la mirada pero a lo largo de su vida no dejo de mirar a las personas a los ojos y en las mujeres que le atrajeron buscaba el amor en ellos.
Buscó en su memoria los detalles de aquel cuadro que pintó Reng y al hacerlo se dio cuenta que en lo inconsciente de su memoria había mas cuadros de Reng y muchos tenían la misma temática. Naves verdes con el logo de Ny Verden enfrentándose a las negras de la federación de planetas. La eterna quietud del espacio rota abruptamente por una batalla. Es curioso las cosas que almacenamos en nuestra memoria sin ni tan siquiera ser conscientes de ello, una información que habitualmente se pierde por su falta de utilidad pero que en un momento dado surge cuando la necesitamos. El ser humano, su cerebro, es algo maravilloso.
Hoper no sabía lo que significaban todos aquellos cuadros para Reng, pero indudablemente expresaban un deseo de revolución, un deseo que anidaba desde joven en el corazón de Hoper, aunque Hoper por su experiencia pasada pensaba que la violencia, la guerra, no era el camino. Pero era el logo de Ny Verden lo que verdaderamente le intrigaba ¿por qué estaba en los cuadros? ¿qué vínculos podría tener esa expresión de batallas en el espacio con contenedores llenos de Metsal? En un exceso de imaginación se le ocurrió que tal vez Ny Verden no fuera más que una tapadera para una organización revolucionaria y que Reng de alguna manera tuviera relación con ella.
Recordó entonces que Frelser, en el momento de la despedida, le dijo que su destino no era quedarse mirando al mar en un barco junto a dos viejos. Tampoco lo era mirar al mar desde lo alto de la grúa o en paseos por los acantilados. Era joven, con la vida por delante, tenía sueños, inquietudes e iría a buscarlos, no consumiría sus años en una vida que no le llenaba, buscaría otro destino que le llenara y empezaría por Driro, el planeta donde operaba Ny Verden, quería saber si la revolución se estaba dando o solo formaba parte de su imaginación y sus sueños.

Antes de marchar, con lágrimas en los ojos, escribió una carta de despedida para Frelser y Sjoman, con la relatividad temporal de los viajes a velocidad luz, sabía ahora que nunca volvería a verlos. El Siste no volvería a ese puerto hasta cinco años mas tarde, demasiado tiempo para esperar cuando eres joven, tal vez una persona mas mayor, con otro recorrido en la vida, hubiera esperado eso y mas para despedirse en persona de las personas que le abrieron un nuevo camino en la vida, pero no lo hizo. Entregó la carta al práctico del puerto y le pidió que no olvidara entregarla. Cuando por fin el Siste arribó, el práctico entrego la carta a Sjoman que corrió para llevársela a Frelser. La leyeron juntos y sus propias lágrimas se mezclaron con las que había en el papel pero sus rostros dibujaban una sonrisa, Hoper, el hijo que nunca tuvieron, buscaba su propio destino.