Cuando Reng se fue, el mundo de Hoper se tambaleó. En algún
momento creyó estar enamorado pero realmente no lo estaba, era la única persona
con la que mantenía una relación de amistad, la única a la que podía contarle
sentimientos y situaciones personales y unido a una brutal atracción sexual era
casi imposible no confundir los sentimientos. Hoper tenía 27 años y las únicas
relaciones sexuales que mantenía eran con su mano en la intimidad de su cuarto.
En aquellas condiciones en una persona joven hervía el deseo. Y suele suceder
así, no solo a Hoper, el deseo sexual y las convenciones sociales nos hacen
pensar que amamos cuando realmente solo deseamos. Pero no estuvo muy lejos de
enamorarse de verdad, Reng tenía casi todo lo que Hoper estimaba como deseable
en una mujer, inteligencia, humor, belleza… solo le faltaba ser cariñosa,
probablemente con un gesto amable Hoper hubiera caído enamorado sin remedio. No
fue así y pasado el tiempo Hoper se dio cuenta de que Reng fue tan solo una
amiga, una amiga a la que deseaba sexualmente pero una amiga al fin y al cabo. Cuando
era niño, su bisabuelo, que rozaba los 150 años, le dijo busca una mujer de la
que ames su forma de ser porque la forma de ser apenas cambia, que su cara te
resulte bonita porque la cara cambia pero poco, los cuerpos cambian mucho a lo
largo de la vida, pero sobre todo enamórate de su mirada. En aquel momento Hoper
ni sabía de que le hablaba su bisabuelo y cuando lo supo nunca llegó a entender
del todo lo que quería decir su abuelo de la mirada pero a lo largo de su vida
no dejo de mirar a las personas a los ojos y en las mujeres que le atrajeron
buscaba el amor en ellos.
Buscó en su memoria los detalles de aquel cuadro que pintó
Reng y al hacerlo se dio cuenta que en lo inconsciente de su memoria había mas
cuadros de Reng y muchos tenían la misma temática. Naves verdes con el logo de
Ny Verden enfrentándose a las negras de la federación de planetas. La eterna
quietud del espacio rota abruptamente por una batalla. Es curioso las cosas que
almacenamos en nuestra memoria sin ni tan siquiera ser conscientes de ello, una
información que habitualmente se pierde por su falta de utilidad pero que en un
momento dado surge cuando la necesitamos. El ser humano, su cerebro, es algo
maravilloso.
Hoper no sabía lo que significaban todos aquellos cuadros
para Reng, pero indudablemente expresaban un deseo de revolución, un deseo que
anidaba desde joven en el corazón de Hoper, aunque Hoper por su experiencia
pasada pensaba que la violencia, la guerra, no era el camino. Pero era el logo
de Ny Verden lo que verdaderamente le intrigaba ¿por qué estaba en los cuadros?
¿qué vínculos podría tener esa expresión de batallas en el espacio con contenedores
llenos de Metsal? En un exceso de imaginación se le ocurrió que tal vez Ny
Verden no fuera más que una tapadera para una organización revolucionaria y que
Reng de alguna manera tuviera relación con ella.
Recordó entonces que Frelser, en el momento de la despedida,
le dijo que su destino no era quedarse mirando al mar en un barco junto a dos
viejos. Tampoco lo era mirar al mar desde lo alto de la grúa o en paseos por
los acantilados. Era joven, con la vida por delante, tenía sueños, inquietudes
e iría a buscarlos, no consumiría sus años en una vida que no le llenaba,
buscaría otro destino que le llenara y empezaría por Driro, el planeta donde
operaba Ny Verden, quería saber si la revolución se estaba dando o solo formaba
parte de su imaginación y sus sueños.
Antes de marchar, con lágrimas en los ojos, escribió una
carta de despedida para Frelser y Sjoman, con la relatividad temporal de los
viajes a velocidad luz, sabía ahora que nunca volvería a verlos. El Siste no
volvería a ese puerto hasta cinco años mas tarde, demasiado tiempo para esperar
cuando eres joven, tal vez una persona mas mayor, con otro recorrido en la
vida, hubiera esperado eso y mas para despedirse en persona de las personas que
le abrieron un nuevo camino en la vida, pero no lo hizo. Entregó la carta al
práctico del puerto y le pidió que no olvidara entregarla. Cuando por fin el
Siste arribó, el práctico entrego la carta a Sjoman que corrió para llevársela a
Frelser. La leyeron juntos y sus propias lágrimas se mezclaron con las que había
en el papel pero sus rostros dibujaban una sonrisa, Hoper, el hijo que nunca
tuvieron, buscaba su propio destino.