Frelser acompañó a Hoper hasta un solitario lugar sobre un
acantilado desde el que se divisaba gran parte de la abrupta costa de
Rotterdam. Desde que contempló el mar desde lo alto de aquel enorme edificio
Hoper solo podía pensar en visitar el mar, en sentarse en algún lado para
contemplarlo, en eso y en volver a tener Putnik entre sus manos para
acariciarlo. Era como un niño, la ilusión por las cosas mas sencillas
desbordaba sus ojos verdes y hacía que chispeara a su mirada.
Frelser marchó al trabajo dejando bajo la fina capa de lluvia
a Hoper. A penas se habían separado y ya tenía ganas de volver a estar con él,
definitivamente era como el hijo que no había tenido. Después de hacer la ronda
rutinaria con Putnik acompañándole y cruzándose todo el rato entre sus piernas,
se sentó en la silla de su garita y acariciando a Putnik empezó a pensar de
nuevo con preocupación en el futuro que podía esperarle a Hoper. Poco duraron
sus pensamientos porque en el vid de comunicaciones apareció la cara del jefe
de seguridad que le convocaba a su despacho de inmediato. Cuando llegó allí en
la pantalla del vid del jefe aparecía una foto y el historial completo de Hoper
incluido por supuesto su condición de proscrito. Frelser había pensado que el
jefe no le había dado mayor importancia al incidente y que lo dejaría pasar
hasta que se le olvidara pero evidentemente, como en tantas ocasiones, se había
equivocado. El jefe le sometió a un profundo interrogatorio del que Frelser,
por la experiencia que dan los años, supo salir airoso y sin que recayera sobre
el ninguna sospecha. Pero no evitó que el jefe enviara un informe a las
autoridades de lo que había sucedido. Frelser salió temblando del despacho.
Hoper miraba al mar, lo miraba con la mirada perdida, sentía
el agua de lluvia resbalando por su cuerpo, el viento azotándole en la cara, el
frio congelándole las entrañas. Estaba vivo. Era la única respuesta que el mar
traería pero se quedó allí mirando al horizonte, observando la espuma blanca de
las olas rompientes. El mar le atraía, le atraía como nunca le había atraído nada.
Frelser pensó en salir de inmediato, sin que acabara su
turno, pero si lo hacía levantaría sospechas y probablemente en vez de ganar
tiempo lo perdería porque orientaría claramente la búsqueda de Hoper hacia el
mismo. Confió en que la comunicación de su jefe no fuera vista hasta el día
siguiente por el funcionario de turno, al fin y al cabo era turno de tarde y
muchos funcionarios solo trabajaban por la mañana. Cuando llegó la hora, metió
a Putnik en una bolsa y se lo llevó con él. Le enseño la bolsa al mismo joven
guardia de seguridad que custodiaba la salida por la que había escapado de allí
Hoper. Con la cola y las protestas habituales y sin directrices sobre qué hacer
si alguien quería salir con un animal de las instalaciones le franqueó el paso
con cara de agobiado. Seguramente el jefe también le había interrogado y si se
enteraba de este nuevo incidente de seguridad es probable que sus días de
guardia se hubieran acabado para siempre.
Frelser corrió al tubo y del tubo a casa, al llegar se
sorprendió de no encontrar a Hoper allí y se alteró aun mas de lo que estaba.
Sacó unas maletas que pensaba que nunca volvería a usar y las llenó con ropa de
ambos y con cuatro cosas que consideró que podían ser de utilidad. Hoper seguía
sin aparecer y no tenía manera de comunicarse con él, debía haber comprado un
vid de bolsillo para él pero no lo hizo y ahora no había tiempo de preocuparse
por los errores. Salió precipitadamente a la calle y cogiendo un taxi se
dirigió al punto de la costa en el que lo había dejado.
Allí estaba, había anochecido por completo y tan solo la luz
residual de la ciudad iluminaba tímidamente la costa pero ahí seguía, con los
ojos clavados en el mar, calado hasta los huesos pero con una mirada brillante
y una sonrisa en su cara.