lunes, 9 de enero de 2017

CCPR- Hoper XXIV: Vidas y destinos

Larga fue la noche y largas fueron también las siguientes. Frelser y Sjoman ansiaban recuperar el tiempo perdido y se enzarzaban en largas conversaciones, Hoper, siempre con Putnik en su regazo, escucha las historias, a veces con interés otras afectado por la somnolencia. Pero el tiempo, por desgracia, no se puede recuperar, todos esos momentos, esas vidas, que no estuvieron juntos no volverán. Las mejores historias eran aquellas de cuando, en tiempos escolares, pasaban horas y horas en mutua compañía, bailaban como dos delfines jugando con las olas en el mar, armonía, diversión, felicidad…rostros sonrientes y nostálgicos. Hoper aprendió el valor de compartir momentos, de compartir vidas, las historias, las conversaciones, por muy buenas que sean, nunca podrán acercarse a lo que significa convivir. En el nexo de unión entre dos personas tiene mas valor un día de convivencia que años de conversaciones.
Aquella noche, la primera, tras conversar largamente sobre sus idas y venidas por este mundo y, en el caso de Frelser, incluso por otros, Sjoman centró sus ojos en Hoper y cuestionó a su amigo con la mirada. Frelser fue sincero y contó punto por punto la historia, la situación de fugitivo proscrito de Hoper y como él, habiéndole ayudado, probablemente se encontrara en la misma situación. La indecisión apenas duró un momento en el semblante de Sjoman, entre sonrisas dijo que precisamente estaba buscando una persona de seguridad y un nuevo estibador. Esas serían sus ocupaciones en el barco y así se los presentaría al resto de la tripulación. El barco zarparía al día siguiente de Rotterdam, se alejarían del peligro inminente, los Flykte, Frelser y Hoper, escaparían y nadie los buscaría en medio del mar norte, donde solo la lluvia y el frio se atrevían a llegar. Y así fue, a la mañana siguiente el Siste inició su singladura y con ella las vidas de Hoper y Frelser tomaron también un nuevo rumbo.
Y nevó. Hoper, que pasaba la mayoría de sus horas libres en cubierta, se quedó allí bajo la tormenta de nieve. El mar estaba agitado y las olas rompían contra el casco llegando sus aguas hasta la cubierta. Frio y viento. Hoper se sentía libre. No pensaba, simplemente miraba disfrutando del espectáculo de la naturaleza. No sabía que le traería la vida pero cualquier cosa sería mejor que la prisión donde pasó sus primeros años de juventud. Cualquiera sin experiencia en el mar se hubiera mareado pero nada era comparable a hacer un viaje interestelar en la sentina de una nave de salto. El pelo y el cuerpo blanqueado por la nieve, las cejas llenas de escarcha, el aliento congelado por el frio. Mar, agua, frio, nieve aquel era su hogar, el lugar donde mas a gusto se había sentido nunca consigo mismo, una sensación de bienestar que sin embargo no ocultaba el vacío de su vida. Las historias de Frelser y Sjoman le venían a la cabeza. No, no se quedaría allí, Hoper quería vivir la aventura de su propia vida.

Llegaron a su destino, un puerto de mala reputación donde contrabandistas que ejercían de Robin Hood renovado y rebeldes antisistema convivían en una inestable armonía apartados del férreo control que las autoridades ejercían sobre otros puertos. Un limbo de libertad, de auténtica libertad, en una ciudad apartada del mundo por sus condiciones meteorológicas extremas, a pesar de lo cual contaba también con un pequeño espacio puerto que enlazaba con la estación orbital. En aquella ciudad podría empezar a construir su vida y quería que Frelser estuviera a su lado, quería poder contar historias de vida compartidas con Frelser y que al igual que se iluminaban los ojos de Sjoman al contarlas se iluminaran los suyos propios. Pero Frelser había elegido otro destino, se quedaría en el Siste junto a su viejo amigo, el único auténtico amigo que había tenido en su vida. dos viejos hombres que empezaron su vida juntos y así querían terminarlas. Hoper pensó en quedarse también pero Frelser le dijo que su destino no era dejar pasar la vida mirando al mar en un barco en compañía de dos viejos que ya habían vivido lo suficiente. Tenía que vivir para poder contar historias, tal vez para contárselas a él mismo cuando se reencontraran. Sus vidas estaban ligadas para siempre pero sus destinos eran diferentes, Frelser se encaminaba hacia el ocaso y había encontrado el lugar donde quería quedarse, para Hoper aun estaba amaneciendo y tenía que encontrar su propio camino. Lágrimas y dolor cuando se separaron. Abrazos, los mismos abrazos que se hubieran dado un padre y un hijo cuando este último abandonaba el hogar familiar para emprender la vida por su cuenta. Ley de vida, amor eterno. Volverían a encontrarse para contarse historias. Sus vidas estarían unidas para siempre.