Larga fue la noche y largas fueron también las siguientes.
Frelser y Sjoman ansiaban recuperar el tiempo perdido y se enzarzaban en largas
conversaciones, Hoper, siempre con Putnik en su regazo, escucha las historias,
a veces con interés otras afectado por la somnolencia. Pero el tiempo, por
desgracia, no se puede recuperar, todos esos momentos, esas vidas, que no
estuvieron juntos no volverán. Las mejores historias eran aquellas de cuando,
en tiempos escolares, pasaban horas y horas en mutua compañía, bailaban como
dos delfines jugando con las olas en el mar, armonía, diversión,
felicidad…rostros sonrientes y nostálgicos. Hoper aprendió el valor de compartir
momentos, de compartir vidas, las historias, las conversaciones, por muy buenas
que sean, nunca podrán acercarse a lo que significa convivir. En el nexo de
unión entre dos personas tiene mas valor un día de convivencia que años de
conversaciones.
Aquella noche, la primera, tras conversar largamente sobre
sus idas y venidas por este mundo y, en el caso de Frelser, incluso por otros,
Sjoman centró sus ojos en Hoper y cuestionó a su amigo con la mirada. Frelser
fue sincero y contó punto por punto la historia, la situación de fugitivo
proscrito de Hoper y como él, habiéndole ayudado, probablemente se encontrara
en la misma situación. La indecisión apenas duró un momento en el semblante de
Sjoman, entre sonrisas dijo que precisamente estaba buscando una persona de
seguridad y un nuevo estibador. Esas serían sus ocupaciones en el barco y así
se los presentaría al resto de la tripulación. El barco zarparía al día siguiente
de Rotterdam, se alejarían del peligro inminente, los Flykte, Frelser y Hoper,
escaparían y nadie los buscaría en medio del mar norte, donde solo la lluvia y
el frio se atrevían a llegar. Y así fue, a la mañana siguiente el Siste inició
su singladura y con ella las vidas de Hoper y Frelser tomaron también un nuevo
rumbo.
Y nevó. Hoper, que pasaba la mayoría de sus horas libres en
cubierta, se quedó allí bajo la tormenta de nieve. El mar estaba agitado y las
olas rompían contra el casco llegando sus aguas hasta la cubierta. Frio y
viento. Hoper se sentía libre. No pensaba, simplemente miraba disfrutando del espectáculo
de la naturaleza. No sabía que le traería la vida pero cualquier cosa sería
mejor que la prisión donde pasó sus primeros años de juventud. Cualquiera sin
experiencia en el mar se hubiera mareado pero nada era comparable a hacer un
viaje interestelar en la sentina de una nave de salto. El pelo y el cuerpo
blanqueado por la nieve, las cejas llenas de escarcha, el aliento congelado por
el frio. Mar, agua, frio, nieve aquel era su hogar, el lugar donde mas a gusto
se había sentido nunca consigo mismo, una sensación de bienestar que sin
embargo no ocultaba el vacío de su vida. Las historias de Frelser y Sjoman le
venían a la cabeza. No, no se quedaría allí, Hoper quería vivir la aventura de
su propia vida.
Llegaron a su destino, un puerto de mala reputación donde
contrabandistas que ejercían de Robin Hood renovado y rebeldes antisistema convivían
en una inestable armonía apartados del férreo control que las autoridades ejercían
sobre otros puertos. Un limbo de libertad, de auténtica libertad, en una ciudad
apartada del mundo por sus condiciones meteorológicas extremas, a pesar de lo
cual contaba también con un pequeño espacio puerto que enlazaba con la estación
orbital. En aquella ciudad podría empezar a construir su vida y quería que
Frelser estuviera a su lado, quería poder contar historias de vida compartidas
con Frelser y que al igual que se iluminaban los ojos de Sjoman al contarlas se
iluminaran los suyos propios. Pero Frelser había elegido otro destino, se quedaría
en el Siste junto a su viejo amigo, el único auténtico amigo que había tenido
en su vida. dos viejos hombres que empezaron su vida juntos y así querían
terminarlas. Hoper pensó en quedarse también pero Frelser le dijo que su
destino no era dejar pasar la vida mirando al mar en un barco en compañía de
dos viejos que ya habían vivido lo suficiente. Tenía que vivir para poder
contar historias, tal vez para contárselas a él mismo cuando se reencontraran.
Sus vidas estaban ligadas para siempre pero sus destinos eran diferentes,
Frelser se encaminaba hacia el ocaso y había encontrado el lugar donde quería
quedarse, para Hoper aun estaba amaneciendo y tenía que encontrar su propio
camino. Lágrimas y dolor cuando se separaron. Abrazos, los mismos abrazos que
se hubieran dado un padre y un hijo cuando este último abandonaba el hogar
familiar para emprender la vida por su cuenta. Ley de vida, amor eterno.
Volverían a encontrarse para contarse historias. Sus vidas estarían unidas para
siempre.