Hoper volvió a la grúa, el vínculo de aquel contenedor con el
planeta prisión le hizo temer por su libertad y decidió que lo mejor sería
atender al plan de trabajo de su vid y depositarlo en su lugar correspondiente
y que siguiera rumbo a Próxima Centauri. Aun así, movido por la misma curiosidad
felina que mostraba Putnik, no pudo dejar de mirar que otros envíos habían
tenido por destino Ny Verden. Eran muchos en el último año y todos con origen
en Rotterdam, prácticamente uno al día. Tanta actividad de transporte
contrataba sin embargo con la escasa información que aparecía de la cooperativa
en la red. Alguien que moviera tantos contenedores tenía que tener una
actividad de trabajo muy alta y sin embargo de Ny Verden apenas aparecían
trabajos realizados. Hoper sospechaba que todos esos contenedores que recibían
eran igual que este, unos pocos suministros para la terraformación y grandes
cantidades de metsal. Pero ¿para que querrían tanto metsal? Incluso aunque
poseyeran una nave de salto, cosa harto improbable siendo como eran una pequeña
cooperativa, la cantidad que podrían haber recibido de metsal, si Hoper estaba
en lo cierto, podría alimentar a una pequeña flota de naves de salto. No había
explicación lógica alguna.
Terminó su turno cansado, la iluminación de la ciudad
aparecía mortecina y apaciguada bajo la espesa niebla que cubría la ciudad
hasta besar sus calles. Se bajó del tubo una estación antes y paseo por la
calle hasta su casa. La niebla también era bella. Sin apenas cenar se metió en
la cama, Putnik saltó y se situó sobre su pecho ronroneando a toda máquina. Con
el arrullo de Putnik y con sus pensamientos en Ny Verden se quedó dormido. Y
soñó.
Soñó con aquella puerta entreabierta del cuarto de Reng. Soñó
que podía verla pintando un cuadro, desnuda, con su larga melena castaña recogida
en un moño. Un cuadro de un conjunto de estrellas donde se libraba una batalla,
una batalla por la libertad. Y ella le invitaba a pasar, se lanzaba a sus
brazos y le abrazaba. Hoper sentía su cuerpo, sus turgentes pechos contra el
suyo, sus caderas apretándose contra las suyas y se besaban, su manos bailaban
por su espalda y bajaban por el bello cuerpo de Reng para apretar sus nalgas.
El cuadro tomaba vida y veía como las naves de guerra de la federación de
planetas huían en retirada ante unas desconocidas naves verdes. Hoper se agachó
y pusó la lengua entre los muslos de Reng y sentía su respiración agitada que
pronto se convirtió en gemidos de placer. Pasaron a la cama y ahora era ella la
que pasaba su lengua por el miembro de Hoper. Las naves verdes ganaban la batalla
y volvían a su base en Próxima Centauri. Abrazados el cuerpo de Hoper se
introdujo en el de Reng, movimientos lentos acompasados, subiendo el ritmo
lentamente a medida que aumentaba el frenesí, la excitación, el placer. Las
naves tenían un escudo, el mismo escudo de la cooperativa Ny Verden. Y llegó el
éxtasis, el orgasmo y ambos se quedaron abrazados en la cama, mirándose a los
ojos, sonriendo en silencio, amándose. Ny Verden, nuevo mundo, había ganado la
batalla.
Hoper despertó envuelto en sudor y relajado. Se masturbó recordando
aquel sueño tan real y cuando sus pensamientos volvieron a ese cuadro que
aparecía en el sueño, recordó haberlo visto, entre muchos otros, el día que
Reng, por descuido, dejo la puerta de su cuarto entornada.