jueves, 26 de noviembre de 2015

Viajo en una furgoneta, los paisajes se dibujan difuminados por una suave llovizna que dejando sus gotas en los cristales como esas lágrimas dejaron sus gotas en mi rostro. La niebla cubre los verdes valles donde desborda la vida,  las montes asoman poderosos, como protegiendo lo que albergan en faldas,  y al fondo el mar, un mar que desde tan lejos parece extrañamente en calma pero que está furioso, embravecido. Ese mar que tanto me gusta, ese mar que tanto amo.
Las ruedas devoran los kilómetros y me invade la necesidad de caminar, de pasear por aquel paraje de luces grises y sombras blancas. Volveré un día. Volveré para mezclarme entre la niebla, para sentir esa vida, para sentir el poder de las montañas y para el ver mar, para sentirlo, para llevarle una historia y escuchar los silencios de sus olas rompiendo.
Y así pasa la vida, como en una furgoneta, queriendo llegar rápido a un destino que tal vez no sea el que buscamos ni el que queremos y perdiendo la oportunidad de vivir el camino. Hemos dejado de caminar para ser solo pasajeros de la vida.  Y así me siento hoy, pasajero de una vida que tal vez me lleve a donde no deseo y lo soy porque quise viajar demasiado rápido para llegar al destino con el que había soñado toda la vida. Me equivocaba, no había soñado con el destino, mi sueño era el camino, mi sueño era pasearlo, zambullirme en él, en sus maravillosos paisajes, en sus luces, en sus sombras, congelarme con su nieve y derretirme con su calor, disfrutar de los brotes verdes en primavera y de los ocres y los naranjas del otoño. No había un destino, tan solo un camino que empezaba y que era imposible saber a dónde llevaba, el camino con el que había soñado. Y caminé pero a ratos quise ir demasiado rápido, demasiado rápido para mí y sobre todo demasiado rápido para quién había decidido acompañarme.
De vuelta en la furgoneta, ha dejado de llover, las nieblas se han despejado y haces de luz escapan entre las nubes. El paisaje sigue siendo bello, uno de esos lugares que destacan entre miles por su hermosura, pero no ya no veo el mar, ahora queda en mi espalda. He llegado prácticamente hasta la costa, a un precioso pueblo con playa, con puerto y de gentes tan secas como amables pero  me he vuelto sin ver el mar de cerca y no le he contado mi historia. Hoy tan solo era un pasajero de un viaje obligado, tal vez un día vuelva para perderme en aquel lugar, para elegir los caminos según se vayan cruzando, para tumbarme en sus praderas a descansar, para mirar en lo más oscuro de la noche un cielo plagado de estrellas. Es posible que  así nunca llegue a encontrarme con el mar, tal vez así nunca llegue a compartir con él mi historia, pero habré disfrutado, habré vivido lentamente y paladeado cada instante, como paladeaba cada instante en el que caminabas conmigo. Viviendo rápido se viven mas cosas pero el secreto de la vida no está en el número de cosas que se viven sino en la intensidad con la que vivimos cada momento. No habrá destinos pero en mis anhelos siempre estará el mar y en mis sueños caminar hasta él contigo.