martes, 16 de mayo de 2017

El camino estaba plagado de huellas,
el barro esculpía las pisadas 
de quienes por allí habían pasado
en los lluviosos días de invierno,
centenarios árboles testigos mudos
de la historia, de los pasos que se dieron,
en aquel lugar, en aquel tiempo,
después de que su alfombra de hojas rojas
tornaran en amarillo hasta hacerse uno con la tierra.
Testigos de una parte del camino,
de la pequeña parte que vieron,
de la que completaron escuchando a sus hermanos,
que antes o después contemplaron
una parte de la misma historia,
un paso mas, el primero y el último, todos los pasos.
Escribieron la historia, una historia de amor,
una historia plagada de sonrisas,
de momentos tristes y muy triste final.
Pero de lo que sintieron, no sabían nada,
de lo que pasaba por las mentes, por los cuerpos
de los caminantes no sabían nada,
tan solo sabían lo que vieron
y lo que vieron no es nada.
Aquellas huellas se borraran el próximo invierno,
y otras habrá de las que contar su historia,
y con todas las historias, contarán la historia del camino.
Pero en las personas que transitaron aquel camino,
las huellas quedaran marcadas para siempre,
en su mente, en su corazón, en su alma,
tal vez alguien mantenga siempre vivos esos pasos,
tal vez  se vayan difuminando con el tiempo,
pero siempre los llevarán marcados en ellos mismos,
tal vez conscientemente, tal vez incluso sin saberlo,
los pasos que dieron les hicieron distintos.