miércoles, 30 de noviembre de 2016

CCPR- Hoper XI: Uñas

En aquel almacén entraban muchos mas contenedores de Metsal de los que salían. Apenas se procesaban uno o dos al día, no había mayor necesidad pero la corporación se afanaba por acumular recursos porque el metsal era un recurso escaso y que la principal producción se asentará en el planeta prisión no estaba exento de todo tipo de riesgos. La distancia, los viajes, la propia concepción del planeta prisión eran amenazas latentes que hacían peligrar el suministro y toda una civilización dependía de los viajes interestelares que hacía posible el metsal. Pero las corporaciones no eran altruistas, en sus balances no aparecía el sostenimiento de civilización alguna sino el de sus propios beneficios económicos y el metsal era el negocio mas rentable de todas las galaxias.
Todas las instalaciones de depuración y refinado, en las que se incluía el almacén, estaban protegidas por fuertes medidas de seguridad. Mucha tecnología, mucho personal humano y cientos de protocolos de seguridad para que ni un gramo del preciado metal escapara de las instalaciones de manera descontrolada, para que nadie pusiera en peligro de ninguna de las maneras aquellas instalaciones tan imporatentes para la vida del universo. Pero el recinto era inmenso y almacén se encontraba en el medio protegida por todo lo que protegía al resto de las instalaciones pero en si misma solo contaba con un guarda de seguridad que controlaba y tomaba registro de cada contenedor que entraba y salía y como esa entrada era completamente automatizada, salvo para controles de calidad o inventario nadie entraba allí. Un puesto de trabajo sencillo en el que se turnaban varias personas que en su mayoría eran antiguos empleados que debido a la edad eran destinados a servicios mas tranquilos.
Por eso aquel día en el almacén solo estaba Frelser, un hombre siempre sonriente que andaba ya frisando la centuria, setentaicinco largos años de servicio a la corporación y como premio este destino dorado en un puesto sin complicaciones. Ronroneando sobre su abdomen un gatito que rondaba por el almacén y que Frelser cuidaba con todo su cariño.
Frelser se levantó para hacer la ronda correspondiente con el gato jugueteando entre sus piernas. A veces corría y se escondía detrás de un contenedor y vigilaba agazapado como llegaba Frelser y cuando con su paso cansino por fin llegaba volvía a salir corriendo para esconderse de nuevo y seguir con el juego. Y el gatito se detuvo cerca de un contenedor, uno de los que habían llegado recientemente, y arañaba el metal de su estructura con sus uñas pero tan fuertemente que estaba dejando marcas. Frelser se acercó y empezó a acariciar al gato para que se tranquilizara y de inmediato percibió lo que probablemente le había atraído allí y le estaba causando ese estado alterado de ánimo. Un fuerte olor provenía del contenedor, apenas se  propagaba por la nave del almacén pero era tan intenso que le sobrevinieron arcadas. Se separó para coger aire mientras el gato seguía insistiendo en arañar el contenedor. Apartando con suavidad al gatito acercó su nariz a la zona donde arañaba y casi se cae de espaldas del olor. Palpó la zona con sus manos y encontró algo extraño.

En la fina línea entra la vida y la muerte de Hoper se había cruzado un pequeño animal que tal vez terminara inclinando la balanza hacia la vida. Y así ocurre en muchas ocasiones, algo o alguien que en principio pueden parecer insignificantes acaban siendo determinantes en nuestras vidas.