Espacio-puerto Rotterdam, el mayor espacio-puerto de toda la
galaxia, con amarré en sus dársenas para mas de seiscientas naves de salto y
miles de cargueros orbitales. Dedicado, salvo contingencias en otros espacio
puertos, exclusivamente a la carga, era el nexo de unión del mercado de la tierra
con cualquier otro planeta o civilización. Miles de trabajadores iban y venían
de la tierra a la estación en turnos semanales y de ellos dependía en gran
parte el sistema económico de la tierra. El comercio era y es el motor
económico de cualquier economía y por Rotterdam pasaban millones de
contenedores al día. Cualquier cosa se compraba y se vendía. Muchas de las
compras que se hacían en la tierra venían de alejados planetas con costes de
producción mas bajos que ofrecían precios mas competitivos incluso incluyendo
los gastos de transporte. Como en cualquier civilización existían sociedades
mas ricas y mas pobres, en la antigua tierra se hablaba de países desarrollados
y en vías de desarrollo, ahora que la tierra era un sistema global muy
desarrollado existían los planetas en vías de desarrollo. En ellos se producía
en condiciones infrahumanos, larguísimos turnos de trabajo, explotación
infantil, todo valía a las grandes corporaciones. Pero no nos engañemos no solo
las corporaciones eran responsables, cada persona buscamos el precio mas barato
sin preguntarnos tan siquiera como es posible. Los planetas en vías de
desarrollo eran productores de bienes de consumo masivos, los planetas
desarrollados exportaban tecnología y productos de alto valor añadido. Nada
había cambiado desde aquel histórico momento de la revolución industrial.
El metsal que se recogía en planeta-prisión, era depurado en
la tierra en industria tecnológicamente muy desarrolladas. Se había cuidado muy
mucho que esa tecnología fuera secreta y no llegara al resto de la galaxia. El
mercado del metsal era unos de los pilares de la economía terrestre. El contenedor
donde viajaba Hoper bajaría a la tierra.
Las compuertas del espacio puerto se abrieron y los ruidos
empezaron a inundar los oídos de Hoper. Los primeros días de viaje había
deseado mas que nada en el mundo oír aquellos sonidos, ahora no significaban
nada, seguía metido en su mundo, musitando sus oraciones. El viaje, su huida,
estaba llegando al momento definitivo pero Hoper estaba a punto de morir, de aquella
vida con la que había soñado, de aquellas ansias de vivir no quedaba nada. Lo
único que quedaba de Hoper eran piel, huesos y un corazón que latía al ritmo
cansino de su cerebro demenciado.
Sin tardar mucho los contenedores empezaron a ser trasladados
a los cargueros orbitales, también en el que se alojaba Hoper, quién sin
embargo no notó absolutamente nada, no solo porque el traslado se hiciera con
la mas absoluta de las suavidades si no porque aunque le hubieran tirado por un
precipicio de 3271 metros Hoper no hubiera notado nada, le hubiera llegado la
muerte y tal vez hubiera sonreído.
El carguero no tardó en despegar y bajar a tierra, el cuerpo
de Hoper volvió a pegarse contra las paredes del contenedor y perdió el conocimiento.
Esta vez no lo recuperó. El carguero orbital se posó en tierra y su contenedor
fue depositado en un almacén con otros miles de ellos a la espera de que el
metsal que contenía fuera procesado.
Inconsciente pero no muerto, el cuerpo de Hoper reposaba tranquilo
sobre suelo firme. Muerte y vida se encontraban ahora en un equilibrio
inestable, para bien o para mal su cuerpo no tardaría en buscar la estabilidad.