lunes, 21 de noviembre de 2016

CCPR- Hoper VI: Espacio-puerto

Era el último carguero orbital que llegaría al espacio-puerto, los estibadores tendrían que trasladar su carga para terminar de llenar unas bodegas prácticamente repletas del valioso metsal. Cada cuatro meses llegaba una nave de salto y se llevaba la cantidad suficiente como para abastecer a todas las naves de salto de la galaxia durante un año, pero en la tierra y otros mundos querían tener siempre reservas. Cuando se empezó a explotar el planeta prisión el problema de la relatividad del tiempo en los viajes a velocidad cercanas a la de la luz hizo que los primeros cargueros tardaran unos 32 años en llegar, medio año por cada día de viaje de ida y vuelta aquel maldito planeta. El flujo constante con la que se enviaron naves de salto hizo que pasados esos 32 años, cada cuatro meses llegara una al espacio puerto y cada cuatro meses alguna estuviera descargando en la tierra o en cualquier otro punto de la galaxia.
Los compuertas se abrieron con su habitual sonido neumático. A Hoper se le aceleró el corazón, sin duda habrían descubierto ya su ausencia y lo estuvieran buscando, seguramente estarían peinando el planeta pero también habrían dado aviso a la estación orbital. Y así fue, antes de empezar a descargar se oyeron muchas voces. Estaban procediendo al registro de la bodega y del resto de la nave. Hoper confiaba en que no detectaran su habitáculo, creía haber disimulado suficientemente la portezuela de entrada entre los pliegues y la pintura del metal del contenedor, a sus ojos era prácticamente invisible pero una revisión exhaustiva probablemente terminaría por descubrirlo. Por suerte para Hoper, su vida no valía tanto y los carceleros pensaban que nadie podría sobrevivir al viaje en una bodega –seguramente tuvieran razón- y dedicaron sus mayores esfuerzos a buscarlo en las partes nobles de la nave donde evidentemente no lo encontraron.
Después de unos minutos de registro los estibadores comenzaron a mover la carga del carguero a la nave de salto. Notó como su contenedor se desplazaba con suavidad y era depositado y amarrado. Ya estaba en la nave de salto, era cuestión de tiempo que se adentrara en el espacio con destino a su planeta natal, con destino a la tierra. Hoper no hizo el mas mínimo movimiento hasta que oyó como se cerraban las compuertas. En aquel momento saco un libro en papel - de los pocos que se conservaban en toda la galaxia y que sin embargo carecía de valor económico-,  el único de sus tesoros que le habían dejado conservar,  acarició en una completa oscuridad su lomo y lo abrió por la última página. Sin luz no podía leerlo pero lo había leído tantas veces ya que había memorizado cada palabra de la historia. Pasando los dedos por la hoja recordó lo última frase “De una sonrisa nació el amor que nos hizo humanos”.