Era el último carguero orbital que llegaría al
espacio-puerto, los estibadores tendrían que trasladar su carga para terminar
de llenar unas bodegas prácticamente repletas del valioso metsal. Cada cuatro
meses llegaba una nave de salto y se llevaba la cantidad suficiente como para
abastecer a todas las naves de salto de la galaxia durante un año, pero en la
tierra y otros mundos querían tener siempre reservas. Cuando se empezó a
explotar el planeta prisión el problema de la relatividad del tiempo en los
viajes a velocidad cercanas a la de la luz hizo que los primeros cargueros
tardaran unos 32 años en llegar, medio año por cada día de viaje de ida y
vuelta aquel maldito planeta. El flujo constante con la que se enviaron naves
de salto hizo que pasados esos 32 años, cada cuatro meses llegara una al
espacio puerto y cada cuatro meses alguna estuviera descargando en la tierra o
en cualquier otro punto de la galaxia.
Los compuertas se abrieron con su habitual sonido neumático.
A Hoper se le aceleró el corazón, sin duda habrían descubierto ya su ausencia y
lo estuvieran buscando, seguramente estarían peinando el planeta pero también habrían
dado aviso a la estación orbital. Y así fue, antes de empezar a descargar se
oyeron muchas voces. Estaban procediendo al registro de la bodega y del resto
de la nave. Hoper confiaba en que no detectaran su habitáculo, creía haber
disimulado suficientemente la portezuela de entrada entre los pliegues y la
pintura del metal del contenedor, a sus ojos era prácticamente invisible pero
una revisión exhaustiva probablemente terminaría por descubrirlo. Por suerte
para Hoper, su vida no valía tanto y los carceleros pensaban que nadie podría
sobrevivir al viaje en una bodega –seguramente tuvieran razón- y dedicaron sus
mayores esfuerzos a buscarlo en las partes nobles de la nave donde
evidentemente no lo encontraron.
Después de unos minutos de registro los estibadores
comenzaron a mover la carga del carguero a la nave de salto. Notó como su
contenedor se desplazaba con suavidad y era depositado y amarrado. Ya estaba en
la nave de salto, era cuestión de tiempo que se adentrara en el espacio con
destino a su planeta natal, con destino a la tierra. Hoper no hizo el mas
mínimo movimiento hasta que oyó como se cerraban las compuertas. En aquel
momento saco un libro en papel - de los pocos que se conservaban en toda la
galaxia y que sin embargo carecía de valor económico-, el único de sus tesoros que le habían dejado
conservar, acarició en una completa
oscuridad su lomo y lo abrió por la última página. Sin luz no podía leerlo pero
lo había leído tantas veces ya que había memorizado cada palabra de la
historia. Pasando los dedos por la hoja recordó lo última frase “De una sonrisa
nació el amor que nos hizo humanos”.