Los motores rugieron de manera atronadora y el carguero
orbital despego del suelo aplastando a Hoper contra el suelo de contenedor de
mineral. Su cuerpo estaba soportando sin la protección que brindaban las naves
a los pasajeros fuerzas superiores a 10 g, una aceleración de mas de 350 km/h
por segundo. Perdió el conocimiento prácticamente de inmediato. Se despertó
hecho una manojo de nervios, seguía pegado contra el suelo y no oía nada. En su
desesperación pensaba que se le habían reventado los tímpanos de la presión y
que se quedaría sordo para siempre. Tardó unos minutos en reaccionar y cuando
lo hizo se le ocurrió golpear la pared del contenedor, oir el golpe fue todo un
alivio. Viajan dentro de la atmosfera hacia el espaciopuerto a una velocidad
superior a los 5000 k/h, todo el sonido quedaba demasiado atrás y cuando
salieran de la atmosfera llegarían al silencio espacial, donde las ondas de
sonido no pueden transmitirse, o al menos no en la frecuencia necesaria para
que lo oigan los oídos humanos. Sería un viaje silencioso, todo lo que
escuchara provendría del interior y en el espacio de carga lo único que podría
producir algún sonido era el mismo.
Se empezó a marear, esta vez no iba a perder el conocimiento,
era el mareo del viajero. Recordó aquellas excursiones que hacía de niños a los
espacios naturales, el siempre se sentaba en las primeras filas del autobús
porque se mareaba, tomaba pastillas contra el mareo pero a pesar de todas las
precauciones en muchas ocasiones termina vomitando. Y así sucedió. Vomitó, pero
esta vez tuvo que vomitar dentro de su traje de protección. En gravedad 0 el
vomito no podía tener la delicadeza de caer hacia abajo y se quedó flotando por
el casco. El olor y la sensación viscosa que le rodeaba la piel hizo que
vomitara de nuevo. No había previsto aquello, seguramente habría miles de cosas
que no había previsto. Con toda la rapidez que le permitía el mareo pensó que
ya podía quitarse el casco, había dejado de notar aquella presión contra el
suelo, estaban en el espacio. Se lo quitó y aspiro el vomito con el aparato
destinado a absorber las heces y la orina que había conseguido en el mercado
negro del planeta-prisión. Reciclaba todos los desechos humanos convirtiéndolos
fundamentalmente en agua y un polvo negruzco que podía usarse como compostaje.
Se había provisto de agua pero el agua reciclada sería fundamental para
sobrevivir en el viaje. Aunque tenía las raciones contadas decidió comerse
parte de la primera porque el marero del viajero se mitiga comiendo.
Seguramente volvería a vomitar pero era la única manera de que su estómago se
acostumbrara a aquel vaivén desconocido. Que fácil era viajar en los
compartimentos de pasajeros donde todo estaba pensado y preparado para que no
notaran ninguno de estos efectos, pero su viaje sería como viajar en un antiguo
barco que a veces a avanza por aguas tranquilas y otras se ve agitado por el
oleaje de una tormenta. Así era la vida.
Miró el reloj, el cronometro marcaba 3 horas, 2 minutos y 71
milesimas de segundo de viaje, faltaba muy poco para llegar a el espaciopuerto,
tenía que volver a ponerse el casco, confiaba en no volver a vomitar. Escuchó
como se cerraban las compuertas y miles de sonidos llegaron a sus oídos. La
carga se trasladaría a la nave de salto en unas 6 horas y partirían 6 horas mas
tarde. 12 horas de sonidos antes de volver al silencio espacial. Lleva con él
un dispositivo con las canciones de su vida almacenadas pero la batería tan
solo era operativa durante unas 40 horas, tendría que administrarlas bien, era
lo único que podía distraerle de la soledad a la que iba a enfrentarse. Tarareo
una vieja canción: “como los recién nacidos necesito ver con los oídos lo que
mis ojos no oyen”