miércoles, 9 de noviembre de 2016

CCPR- Hoper III: Buen comportamiento

Los motores del carguero orbital se detuvieron y dejaron de desprender el enorme calor de la energía que desperdiciaban. Eran antiguos modelos alimentados por motores de fusión de hidrogeno, tan solo estaban preparados para salir de algunas atmosferas y trasladar su carga al espacio puerto espacial. Los viajes interestelares llegaron mas tarde, con el descubrimiento del potencial energético del metsal.
A pesar de su arrepentimiento y su buen comportamiento, modélico deberíamos decir, Hoper no había conseguido que le redujeran la pena ni un solo día y no tardó demasiado en darse cuenta de que nunca lo conseguiría. Era un revolucionario, así le llamaban, y para ellos no había perdón posible, el sistema los seguía usando para autoalimentarse y expresaba en ellos su mas cruel venganza mientras hablaba de condenas ejemplarizantes. Pero si fue consiguiendo poco a poco mejorar en las tareas que le eran encomendadas. Cinco años pasó en lo mas profundo de las minas y en varias ocasiones tuvo la suerte de librarse de una muerte segura tras alguno de los constantes accidentes que allí se producían. Dos años más pasó en tareas auxiliares dentro de la mina normalmente en zonas con techos mas consolidados y menos propensas a los derrumbes. Y los dos últimos los había pasado destinado en la zona de carga de los cargueros espaciales, un destino tranquilo si no tenemos en cuenta las deficientes condiciones de salubridad del planeta. Los carcelero vivían en cúpulas con ambientes naturales que emulaban diferentes ecosistemas de la tierra y cuando salían de ellas llevaban trajes especiales que les protegían a la vez de la atmosfera y de los posibles ataques de los reclusos. Los presos en cambio vivían en edificios aislados con aire reciclado y cuando salían a la mina o  a cualquier otro trabajo que les asignara, tenían que respirar aquel aire inmundo que no tardaría en traerles la muerte. Las autoridades decían que era respirable aunque minímamente contaminado, la realidad es que el grado de contaminación hubiera hecho que se desalojará cualquier ciudad de la tierra o de cualquier otro planeta donde habitaran humanos no clasificados como escoria.
Durante aquellos dos años Hoper fue preparando su plan. Según llegó a aquel destino se dio cuenta de que estaba ante la oportunidad de escapar y no tardo en pensar cual sería la manera. Tan solo tenía que preparar un compartimento en uno de los contenedores de metsal y aprovisionarlo y una vez preparado alojarse en él justo antes de que fuera cargado y prepararse para un horrible viaje a través de los agujeros de gusano. Las zonas nobles de las naves de salto estaban acondicionadas con gravedad y sistemas de soporte de vida avanzados que hacían que los viajes interestelares fueran poco mas que una excursión escolar. Las zonas de carga sin embargo carecían de todos aquellos sistemas. Tuvieron que pasar esos dos años para que lo tuviera todo preparado, poco a poco se fue haciendo con la herramienta necesaria para construir el habitáculo, poco a poco fue consiguiendo los víveres para el viaje y por fin consiguió uno de los trajes de carcelero que le darían una pequeña oportunidad de sobrevivir. Su buen comportamiento, su arduo trabajo y las buenas relaciones que fue tramando con carceleros y presos hicieron posible lo imposible. Incluso rechazó un puesto de colaborador en tareas administrativas ayudando a los carceleros excusándose en su falta de formación para poder seguir destinado en el área de carga. El compartimento lo construyó mostrándose voluntario para las tareas de mantenimiento en turnos de noche, a todos les decía que lo único que buscaba era una reducción de condena y con aquella cara de bueno que tenía todos le creían. Las demás cosas las fue negociando con presos y carceleros que traficaban con todo tipo de cosas en aquel planeta prisión. Los créditos que conseguía por su trabajo que podían haberle proporcionado una alimentación mejor y mejores condiciones durante su reclusión los había ido ahorrando con la idea de que algún día escaparía de allí.

3271 días después el momento había llegado.