Hoper había nacido en la Tierra, en un barrio pobre de un
país rico. Un país que, como casi todos en la tierra, vestía de democracia un
régimen totalitario capitalista. Los ciudadanos votaban si, elegían libremente,
pero las oligarquías controlaban los partidos tradicionales y exterminaban las
nuevas iniciativas a base de campañas de prensa y una justicia a su servicio.
Tan solo unas pocas iniciativas populares pervivían de mala manera,
desacreditados, inoperantes y masacrados por los medios de comunicación que les
tachaban de revolucionarios, de totalitaristas, de lo que fuera con tal de
frenar su ímpetu. En ese habiente se creo una contra que equivocadamente
decidió usar la violencia contra el sistema, una violencia de baja intensidad
pero violencia al fin y al cabo. Atacaban propiedades privadas de los mas
poderosos, destruían algunas de sus posesiones de estos sin darse cuenta de que
les estaban haciendo el caldo gordo. Perder un transbordador resultaba muy
barato como propaganda para sus causa, la única causa, el dinero. Los verdugos
aparecían como víctimas y la deslegitimando la violencia legitimaban su
sistema. Era impagable lo que la violencia hacia por ellos, de otra manera
hubieran tenido que invertir mucho tiempo y dinero para limpiar su imagen y
justificar su sistema.
Fue un niño introvertido y modélico, aunque como todos los
niños de vez en cuando trasteaba y los castigos superaban con mucho lo que
había hecho y Hoper no lo entendía. En la escuela destacaba entre todo el
alumnado, inteligente sin esfuerzo, sobresaliente incluso en aquello que nadie
le había enseñado. El profesorado le auguraba un gran futuro y no pudieron
estar mas equivocados. Su brillantez se acabó con la adolescencia. Al cambiar
de centro formativo se encontró en un ambiente en el que no era nadie, en el
que había perdido aquel estatus que había ganado en diez años en su escuela, su
introversión no ayudó nada. Descubrió el deporte y en parte por sus aptitudes
físicas y en parte por su inteligencia era bastante bueno en lo que hacía, tal
vez si hubiera nacido en otro lugar hubiera triunfado en el deporte pero nadie
de las grandes ligas osaba acercarse a aquel barrio de mala muerte y nadie supo
enseñarle aquellas cosas de las que carecía. Y más adelante su fracaso escolar
se consumó definitivamente cuando se enamoró como solo los adolescentes se
enamorarse y se olvidó de todo, de los estudios, del deporte, de todo aquello
que esta entonces le había hecho feliz, porque el amor era lo que realmente
deseaba. Pero aquello no era amor, era un coctel de hormonas descontroladas que
alteraron toda su vida y que hicieron surgir al Hoper mas rebelde. Aquella
chica nunca se fijó en él, y él nunca se atrevió a decirle nada.
Y con la sangre hirviendo empezó a contemplar el mundo con
otros ojos, a buscar en todos el error tal vez para justificar los suyos, a
buscar las inconsistencias entre los discursos de cada uno y los hechos pero en
esta mirada no se incluyó a si mismo, cuanto hubiera aprendido si lo hubiera
hecho. Pero fue consciente del sistema en que vivía, no sabía exactamente lo
que pasaba pero su cerebro le decía que en el sistema había algo equivocado. Y
aquella tarde de invierno mientras unos desconocidos atacaban enmascarados un
transbordador orbital Hoper se unió a la algarada, no fue protagonista ni mucho
menos, no sacó a los pilotos, no fue de los que prendió el fuego, pero estuvo
allí, apoyando a la contra antisistema y estuvo con la cara descubierta.
En estos 3271 días no hubo ni uno solo que no se
arrepintiera, había perdido muchos años de su corta vida e incluso aunque consiguiera
escapar sabía que su vida no sería fácil. Proscrito, sin conocer a nadie y sin
recursos, pero cualquier cosa era mejor que esperar a que llegara una muerta
cierta en aquel maldito planeta. Si moría en el intento su condena simplemente
terminaría antes.