lunes, 7 de noviembre de 2016

CCPR- Hoper I: Planeta prisión

Prácticamente 9 años, 3271 días de cautiverio en aquel planeta-mina-prisión-cementerio. Su condena era de 16 años y un día, exactamente la misma del que fuera compañero de celda. Su compañero había matado a su pareja, él había participado en la quema de un transbordador orbital del que previamente habían desalojado a todos los pasajeros. 18 años tenía cuando se produjeron los años, apenas un adolescente imberbe sin mucho criterio que se había dejado llevar, como quien participa en un juego, por los aires de revolución contra el sistema. 9 años arrepintiéndose de aquel día, 9 años de sufrimiento, 27 años de vida y su juventud perdida. Si, seguía creyendo en la causa, y su encarcelamiento solo servía para reforzar su pensamiento pero ahora, con el paso de los años, era consciente de que la violencia no era la solución para nada.
Hacía ya tres años que su compañero de celda había sido liberado por buen comportamiento. El siguiente apenas duro un año porque falleció en la mina. La muerte era el destino que encontraban muchos de los reclusos en aquel planeta. Un 40% fallecían allí, bien en accidentes o bien debido a las insalubres condiciones del planeta, ante las cuales los presos no estaban protegidos, y esa cantidad se elevaba a mas del 75% de las personas con mas de 10 años de reclusión. Por eso pasó sus noches pensando y pensando como huir de allí, trazando complicados planes de fuga a los que siempre encontraba fallos. Pero por fin lo encontró, un plan sencillo y con muchos riesgos pero el único posible. Y había llegado el momento, ese día era el día.
El planeta-prisión era una inmensa mina situado en el borde exterior de una galaxia situada en los confines del universo. Su composición era al 80% metsal, el único combustible que permitía los saltos en agujeros de gusano y velocidades próximas a la de la luz. Aquel mineral apenas si existía en la tierra y los recursos hacia tiempo que estaban próximos a acabarse, y en el resto de la galaxia tampoco se encontraba en ningún lado en abundancia, excepto en aquel planeta apartado de todo. Había que viajar a velocidades por encima de la luz y atravesar cientos de agujeros de gusano para llegar allí. Nadie quería ir, el viaje suponía que, debido a la relatividad del tiempo, a la vuelta no quedaría nadie de las personas que habías conocido. Los pilotos de las naves de salto eran auténticos personajes solitarios que podían dar cuenta de cientos de años de historia de la tierra y de otros mundos, sus relaciones eran esporádicas excepto con sus tripulaciones que terminaban convirtiéndose en sus familias y de las que nunca querían separarse. Los funcionarios de la prisión iban con sus familias y se les ofrecía todos los lujos que aquel planeta podía ofrecer y eran muchos. Después de tantos años se había creado una casta de carceleros tan ricos como crueles. Y los presos morían para que el universos se siguiera moviendo y, si sobrevivían, añadían a su condena la aún mas cruel de volver a un mundo donde ya no quedaba nadie que hubieran conocido.

Pero él no quería morir allí, era joven, una vida entera quedaba por delante si salía con vida.