Prácticamente 9 años, 3271 días de cautiverio en aquel
planeta-mina-prisión-cementerio. Su condena era de 16 años y un día,
exactamente la misma del que fuera compañero de celda. Su compañero había
matado a su pareja, él había participado en la quema de un transbordador
orbital del que previamente habían desalojado a todos los pasajeros. 18 años
tenía cuando se produjeron los años, apenas un adolescente imberbe sin mucho
criterio que se había dejado llevar, como quien participa en un juego, por los
aires de revolución contra el sistema. 9 años arrepintiéndose de aquel día, 9
años de sufrimiento, 27 años de vida y su juventud perdida. Si, seguía creyendo
en la causa, y su encarcelamiento solo servía para reforzar su pensamiento pero
ahora, con el paso de los años, era consciente de que la violencia no era la
solución para nada.
Hacía ya tres años que su compañero de celda había sido
liberado por buen comportamiento. El siguiente apenas duro un año porque
falleció en la mina. La muerte era el destino que encontraban muchos de los
reclusos en aquel planeta. Un 40% fallecían allí, bien en accidentes o bien
debido a las insalubres condiciones del planeta, ante las cuales los presos no
estaban protegidos, y esa cantidad se elevaba a mas del 75% de las personas con
mas de 10 años de reclusión. Por eso pasó sus noches pensando y pensando como
huir de allí, trazando complicados planes de fuga a los que siempre encontraba
fallos. Pero por fin lo encontró, un plan sencillo y con muchos riesgos pero el
único posible. Y había llegado el momento, ese día era el día.
El planeta-prisión era una inmensa mina situado en el borde
exterior de una galaxia situada en los confines del universo. Su composición
era al 80% metsal, el único combustible que permitía los saltos en agujeros de
gusano y velocidades próximas a la de la luz. Aquel mineral apenas si existía
en la tierra y los recursos hacia tiempo que estaban próximos a acabarse, y en
el resto de la galaxia tampoco se encontraba en ningún lado en abundancia,
excepto en aquel planeta apartado de todo. Había que viajar a velocidades por
encima de la luz y atravesar cientos de agujeros de gusano para llegar allí. Nadie
quería ir, el viaje suponía que, debido a la relatividad del tiempo, a la
vuelta no quedaría nadie de las personas que habías conocido. Los pilotos de
las naves de salto eran auténticos personajes solitarios que podían dar cuenta
de cientos de años de historia de la tierra y de otros mundos, sus relaciones
eran esporádicas excepto con sus tripulaciones que terminaban convirtiéndose en
sus familias y de las que nunca querían separarse. Los funcionarios de la
prisión iban con sus familias y se les ofrecía todos los lujos que aquel
planeta podía ofrecer y eran muchos. Después de tantos años se había creado una
casta de carceleros tan ricos como crueles. Y los presos morían para que el
universos se siguiera moviendo y, si sobrevivían, añadían a su condena la aún
mas cruel de volver a un mundo donde ya no quedaba nadie que hubieran conocido.
Pero él no quería morir allí, era joven, una vida entera
quedaba por delante si salía con vida.