jueves, 10 de noviembre de 2016

CCPR- Hoper IV: Fuga

Como si nada sucediera fue cargando cada uno de los cientos de contenedores de metsal en el carguero orbital, meticuloso rayano en lo obsesivo buscaba siempre la mejor ubicación de la carga y que se respetara siempre la estricta normativa de seguridad. Ese día lo hacía con mas razón, el iría en uno de los contenedores, no podía arriesgarse a que la carga se moviera y quedara aplastado por toneladas mineral.
Casi una hora antes del despegue previsto ya estaba todo cargado, tan solo faltaba un contenedor. Manipuló intencionalmente la grúa de carga para que diera un error, no era la primera vez que sucedía, de hecho era algo bastante habitual cuando cualquier otro de los presos era el que operaba la máquina, pero a él nunca le había sucedido, maneja con destreza y suavidad los mecanismos de control pero sabía perfectamente lo que tenía que hacer para bloquearla. Y la bloqueó. Quería retrasar hasta el último minuto el cierre de compuertas y crear el caos suficiente para que nadie le echara de menos cuando se colara en la nave y accediera al compartimento que había construido dentro de uno de los contenedores.
Siendo la primera vez que le ocurría todos fueron amables con él, la gente solía serlo siempre porque el también lo era. Incluso compartieron risas diciendo que ya era hora de que el chico perfecto metiera la pata. Risas que desaparecieron cuando Hoper, aparentando haberse puesto nervioso y no poder controlar los nervios, manipuló los controles y dejó caer la carga en un ángulo predeterminado. El contenedor se fracturó tal y como había previsto, esparciendo toneladas de metsal por el suelo. Lo hizo en el momento adecuado para que nadie saliera herido, en realidad lo tenía todo calculado al milímetro. Muchos días y muchas noches de preparación meticulosa.
Aparecieron los servicios de seguridad y emergencia, servicios auxiliares de limpieza, carceleros, coordinadores, ingenieros, pilotos… y en un momento aquella tranquila zona de carga se había convertido en un cáos de personas desorganizadas tratando de solucionar un problema al que nunca se habían enfrentado. La grúa se había bloqueado en muchas ocasiones pero nunca había llegado a caer la carga desde que las nuevos ingenieros y las nuevas grúas habían llegado y hacía ya mucho tiempo de eso, tanto que nadie de los que estaban ahora al cargo lo estaban en aquel momento.
Uno de los carceleros se dirigió a él para recriminarle su falta de profesionalidad y el peligro en que los había puesto a todos, le espetó todo tipo de insultos y sus manos le empujaron en varias ocasiones. Hoper admitió su culpa y cuando el carcelero se harto de insultarle y zarandearle se fue para atosigar a los presos que estaban arreglando aquel desastre. Aprovechándose del caos y no siendo ya el centro de atención de nadie, Hoper se coló en la nave y corrió entre los contenedores hasta encontrar el suyo. Abrió la portezuela que había disimulado perfectamente en los pliegues metálicos del contenedor y se metió en su habitáculo, un espació de dos metros cuadrado en el que Hoper, debido a su altura, apenas si entraba de largo. Así lo había diseñado también para minimizar los golpes que sin duda se llevaría en algunas fases del viaje. A duras penas pudo ponerse el traje de protección del carcelero en aquel espacio tan reducido pero como en una danza de movimientos estudiados se enfundó en él y se tumbó con el corazón palpitando sobre el frio metal del suelo del contenedor.

Era la hora. El carguero debía de esperar, la maniobra se retrasó unos cinco minutos que le parecieron eternos. Pensaba que se habían percatado de su desaparición y le estaban buscando pero no fue así. Tan solo estaban terminando de limpiar la zona para hacer un despegue seguro. Se encendieron los motores y su ensordecedor ruido le hizo darse cuenta de que entre el equipamiento no había tenido en cuenta unos tapones. Daba igual, salía de aquel maldito planeta y el viaje en el carguero duraría apenas unas horas. Pero tan solo era el primer paso, todavía podía complicarse todo, todavía podían detectar su desaparición y sospechar que estaba a bordo del carguero. Pero ese primer paso, el que a priori parecía el mas complicado estaba dado, ahora solo podía encomendarse a la suerte para que no le descubrieran y, sobre todo, para sobrevivir a un viaje que tendría una duración estimada de 32 días y 7 horas y 1 minuto.