miércoles, 23 de noviembre de 2016

CCPR- Hoper VIII: Soledad, locura.

Había transcurrido casi la mitad del viaje, no se había acostumbrado a los saltos de gusano y todavía seguía vomitando. De vez en cuando le atacaba la claustrofobia y tenía que medicarse y cuando estaba bien miraba unas pastillas que se le estaban acabando. Había establecido algunas rutinas que le permitieran sobrellevar el viaje, cada día escucha música durante media hora, el único contacto de alguna manera humano que tenía, lo único que le hacía recordar que estaba vivo. Encendía una pequeña linterna que llevaba para recoger los desechos y que sus ojos vieran algo mas que aquella profunda oscuridad que le envolvía. Reservaba las baterías para momentos peores. En algunos sentidos cada día era peor que al anterior, en otros ya se estaba acostumbrando. La soledad era su compañera y de todos los males aquel era el menor. En otros momentos cogía el libro y pasaba páginas leyéndolo a oscuras, en su mente, en sus recuerdos. Se encontró con una frase “El mar, demasiado grande para abarcarlo, demasiado profundo para entenderlo, demasiado bello para sentirlo sin que te desborde, demasiado lejano siempre.”, se le escapaba parte de su significado pero podía ver en ella un amor que Hoper nunca había sentido. Tampoco tenía claro si creía en el amor, su experiencia adolescente le impulsaba a pensar que eso del amor no existía, que tenemos todo responde a un desorden hormonal basado en el instinto de reproducción. En parte deseaba creer en el amor pero él necesitaba sexo, necesitaba meterse entre las piernas de una mujer y eyacular una y otra vez hasta quedar exhausto. Su obsesión con el sexo se fue volviendo cada vez mas grande durante el viaje, en parte por efecto de las pastillas, en parte porque después de muchos años podría tener un contacto real con una mujer. En el planeta prisión el contacto con el otro sexo les estaba vetado. Imagina miles de situaciones en las que se encontraba con una mujer, hablaban y en pocos instantes estaban follando en una cama o en cualquier otro lugar. Se masturbaba imaginando historias, durante esos instantes ni era consciente del viaje, del cubículo donde estaba encerrado, no se acordaba de los vómitos, de los mareos, aquellos eran los mejores momentos y de alguna manera se terminó enganchando a la masturbación.
Y lloraba, lloraba constantemente, muchas veces por miedo otras simplemente sin saber porque. Lloraba desconsoladamente. A veces por su cabeza pasaban imágenes de su vida, recuerdos de tiempos pasados, de tiempos mejores. Incluso la cárcel era mejor que aquel viaje. Otras veces pensaba en que haría si es que lograba escapar con vida de aquel viaje, no era nadie, no tenía papeles, no tenía oficio y probablemente le buscaran para hacerle volver a aquella prisión y si lo hacían le enviarían a lo mas profundo de la mina donde la muerte no era una cuestión de suerte, era algo prácticamente seguro. Y tal vez la muerte era la respuesta, era joven, las ganas de vivir le habían llevado a intentar huir e iniciar una vida de verdad, una normal con las alegrías y tristezas que conllevaba pero que Hoper siempre se imaginaba mas feliz que triste pero en ocasiones esas ganas de vivir se esfumaban y la vida carecía de sentido. La soledad le estaba derrotando y gritaba para sentirse vivo para escuchar algo mas que ese frio silencio espacial. Masticaba las raciones y ese simple sonido era algo consolador, un signo de vida, al igual que lo eran sus deposiciones. A aquellas alturas el cubículo apestaba pero el ya ni lo notaba. Al principio había asumido el olor como algo irremediable, a los cinco días se obsesionó en buscar la manera de eliminarlo, ahora simplemente ni lo notaba. Tenía también episodios de demencia, hablaba solo, hablaba a su libro y a otros objetos que llevaba consigo y él mismo se contestaba con una voz diferente. Pero pasaban, de momento todo pasaba y volvía a su ser para darse cuenta de que estaba enloqueciendo.

La mitad del viaje había transcurrido, tal vez lo mas terrible estuviera por llegar. Cerró los ojos y empezó a imaginar que se encontraba con aquella compañera de clase que en aquellos tiempo era el mito sexual del instituto y que tras unas breves palabras empezaban a practicar sexo. Volvió a masturbarse.