miércoles, 27 de enero de 2016

Casicuentos para Rita: Recuerdos de Istne I

Lo primero que esculpió en las rocas de Istne fueron sus lágrimas. Lágrimas negras, aquellas primeras lágrimas que se derramaron cuando cayó la niebla, cuando inconscientemente percibió que había llegado la hora de Ciudad Mees como las conocía. Lágrimas que brotaron de sus ojos y que nublaron su vista y con las que aquel mundo envuelto en niebla era aún mas gris, mas oscuro. Lágrimas que se fueron intensificando con la impotencia de no poder hacer nada. Lágrimas que crecieron con Poseidón y que fueron a parar a él para encontrar el reposo entre sus aguas y que solo encontraron tormentas. Lágrimas de mar, de sueños y esperanzas perdidas, en Maes. Lágrimas solitarias en Istne.
Labró cada piedra con el cariño de sus manos. Moldeándolas a base de recuerdos, de dolor, de desesperación. Sin repasarlas, sin pararse a observar si eran perfectas, ninguna lo era y daba igual que lo fueran. Colocaba cada piedra en el camino que fue haciendo hacia el mar. Cualquiera que lo visitara, si alguien quería alguna vez hacerlo, sería lo primero que viera. Lágrimas y mas lágrimas a lo largo de un camino que todavía estaba por recorrer. En cada piedra un recuerdo especial, cada piedra un capítulo triste de lo que fue una historia feliz que se había teñido de negro. El caminó era la narración de la destrucción. Y era bello. Pero la belleza no estaba en su forma, no se encontraba en su exterior, la belleza se encontraba en el sentimiento que al escupirlas quedó grabado en el fondo de la roca, en cada molécula. Oscura belleza imperceptible para aquellos ojos que no quisieran o no supieran mirar mas allá de su forma, una belleza luminosa para aquellos ojos que supieran leer en ellos su propia historia de perdida.
Demasiadas lágrimas pero todas y cada una sentidas. No hacían justicia a lo que fue Mees, porque Ciudad Mees fue felicidad y vida plena y las lágrimas eran tristeza y muerte. Kaos las miraba, las miraba sin ver su forma, tan solo las miraba por dentro y las amaba pero Ciudad Mees tenía otra historia que también merecía ser contada. La historia de algo tan grande de la que esas lágrimas tan solo eran un triste y melancólico reflejo.