jueves, 21 de enero de 2016

Casicuentos para Rita: La balanza de Equis

Las tormentas perdían intensidad en Maes. Poco a poco se iban disolviendo, sus lluvias eran cada vez más esporádicas y sus vientos menos fríos. Los cielos permanecían oscuros, cubiertos de nubes negras que amenazaban con volver a  atacar con furia a aquellos que se albergaban bajo sus sombras. Eran cielos como de una noche interminable, donde el amanecer ni tan siquiera era una esperanza. Equis echaba de menos las tormentas. La lluvia y el frío eran su hogar y ahora también le abandonaban. Intuía también que la niebla se iba despejando en Nies, de alguna extraña manera lo sabía, y con su voluntad destruida por el miedo no encontraba las fuerzas para atravesar Poseidón e ir a comprobarlo.
Cuanto había luchado por entender la niebla para poder disolverla, cuanto tiempo había observado las tormentas para entenderlas y ahora que iban desapareciendo le parecía un paso atrás en la recuperación de la vida en Mees, un paso adelante en la construcción de nuevos mundos en Nies y Maes, separados por un mar imposible de navegar, caminando por senderos independientes que jamás volverían a cruzarse.  
El mundo giraba en el sentido contrario al que lo hacían las manecillas que movían el reloj de su corazón. El tiempo avanza inexorablemente hacia adelante, viajar al pasado una quimera. Tiempos nuevos en nuevas realidades. En Equis se había extinguido la ilusión por el futuro, no veía oportunidades, ni tan siquiera veía incógnitas, en aquella noche oscura solo podía prever una vida vacía y sin sentido. Una vida, que como todas las vidas, se acabaría sin haberle llevado a ningún sitio, con la única satisfacción de haber vivido en Mees, muchos más de lo que podría decir cualquiera, y con la gran frustración de no haber sabido impedir que cayera la niebla que terminó por destruirlo. Una balanza desequilibrada hacia el dolor que le acompañaría el resto de sus días.

El mundo seguiría girando por rutina.