Equis no sabía si persistía la
niebla en Nies, hacía mucho que no osaba a cruzar aquel mar, solo pensarlo le
aterrorizaba. Poseidón ya no le daba miedo, temía lo que podía encontrar en
Nies. En Nies y en Maes, Mees era poco más que un recuerdo, sus habitantes se
habían acostumbrado a vivir entre la niebla y entre las tormentas. El poder de
adaptación de la vida a las circunstancias, persistirá mientras sea posible, da
igual si es una vida que merece la pena vivir o no, la vida debe ocultar algún
sentido en si misma aunque esté vacía, solo así se entiende la inalterable constancia
con que intenta salvaguardarse y perpetuarse.
Es curioso como algunos
acontecimientos van quedando atrás en el tiempo y sin embargo persisten el
espacio, grabados a fuego en los lugares donde sucedieron, impregnándolos de
sus aromas y sensaciones como testigos inmutables de un pasado que con la
mirada perdida en el tiempo puede parecer que nunca sucedió o que sucedió de
otra manera, más idílica, mas terrible, mas algo… el ser humano tiende a la
exacerbación del recuerdo de todo aquello que de alguna manera marcó sus vidas,
las cambió y les hizo diferentes a lo que eran, ni mejores ni peores,
simplemente diferentes. En cada derrota se gana algo, cada victoria viene
acompañada de pérdidas.
Idealizamos, idealizamos
personas, acontecimientos, vidas y sin embargo nada sale de lo habitual aunque
todo lo que sucede en la vida es una excepción irrepetible. Equis idealizaba
Mees y en cierta manera era un espejismo, como lo es cualquier cosa en la vida,
creado por su propios anhelos, por sus deseos, por sus sueños. Mees era
perfecto porque los que allí vivían querían verlo así. La niebla les abrió los
ojos pero lo hizo para mostrarles otro espejismo, otro que también llevaban
dentro. Somos presas de nuestra subjetividad, lo objetivo no puede existir para
nosotros, ni tan siquiera podemos ser objetivos en lo que hace referencia a
otras personas porque siempre interpretaremos lo que vemos en base a nuestra
experiencia, a nuestra vida, a nuestro ser. Y así tenemos que vivir y cuando
eres consciente de ello la vida se convierte en una duda eterna que sin embargo
no debe pararnos pero nos para. Y nos detenemos a veces en lugares inhóspitos
donde las tormentas nos castigan, o sumidos entre una niebla que nos ciega pero
el tiempo no se detiene, avanza inexorable hacia el final de nuestras vidas,
hacia el finar de la era de los seres humanos. La vida se abrirá paso pero tal
vez ya no sea la nuestra.
Desesperanza, así vivía la vida
ahora Equis. Iba, venía, construía, derribaba, trabajaba, descansaba, pensaba,
se perdía, olvidaba, recordaba… vivía, pero vivía sin encontrar sentido a la
vida. ¿Lo tiene? ¿Realmente tiene la
vida un sentido? O simplemente se trata de mantenerse vivo hasta que la
irremediable muerte nos alcance. Cada cual le dará un sentido a su vida pero
realmente no debe tenerlo en si misma aunque así se empeña en parecerlo. Pero
vivir sin sentido es no vivir, para Equis Mees fue el sentido y sin Mees estaba
perdido. No podría olvidar la excepción de Mees y sin embargo probablemente
supondría entregar su vida a una causa perdida. Olvidarse Mees no era una
opción porque nadie puede olvidar que alcanzo la vida plena. Encontrar Mees en
otros mundos una quimera, crear Mees en otros mundos un imposible, Mees solo
podría existir allí, en Poseidón, a mitad de camino entre la niebla y la
tormenta. Tal vez lo acertado sería imaginar otra ciudad, otro mundo y tratar
de construirlo desde el mundo en el que se encontraba, tan distinto y tan igual
a lo que fue Mees, un mundo que resistiera al menos la comparativa con el
espejismo de Mees, mejor en algunas cosas, peor en otras como lo sería
cualquier mundo. Mees fue un regalo, Equis nació en Mees y en Mees estaba muriendo.
Mees ya no existía. Mees era un recuerdo. En Maes había rescoldos, en Nies solo
cenizas, Poseidón se encargó de apagar el fuego Mees.