jueves, 7 de enero de 2016

Casicuentos para Rita: Poseidón (lo negro de Mees)

Allí donde estuvo el último reducto de ese mar del que se extrajo hasta la última gota de su agua para hacer posible la vida en Mees,  se construyó un edificio negro para homenajearlo. El único edificio negro de Mees, el más espectacular, el más alto, el más bello pero el de cimientos menos sólidos. Observando desde la azotea de aquella mole de hormigón y alabastro negro  Ciudad Mees era una duda, una duda sobre el bien el mal, una duda sobre el alma de las personas, una duda sobre el sentido de la vida, una duda sobre la vida misma. Poseidón, el edificio negro de Mees, el hogar de la duda eterna, su cárcel, encerrada para que no llegara a las calles y la vida fuera posible en Mees. Aquella azotea fue lo primero que envolvió la niebla, Poseidón entero dejo de verse el primer día y desde Poseidón se extendió al resto de Ciudad Mees. Donde murió el mar nació la niebla.
La azotea de Poseidón era un sitio que se visitaba con regularidad, Mees era certezas pero la vida también es duda siempre y cuando no llegue a condicionarla, la duda puede destruir la vida y así sucedió en Mees. Cuando cayó la niebla había que elegir entre seguir apostando por la vida de Mees o huir hacia otras vidas que parecían mas posibles, mas seguras que la utopía de Mees entre la niebla, porque entre la niebla Mees tan solo era una utopía, un imposible que probablemente nunca volviera a ser posible.
Los cimientos de Poseidón eran endebles y no tardo en caer, no tardó en derrumbarse y convertirse en una montaña de escombros y polvo y en su caída se llevó por delante la fe en la vida de Mees. En aquel edificio negro, aquel punto negro rodeado de infinitos colores, empezó a derrumbarse Mees. Y alrededor de los escombros fueron a vivir los Permis, solo en el origen de la destrucción podría estar el origen de la vida. El yin y el yang, el mal y el bien, los opuestos que solo son concebibles si se conciben sus contrarios.

Y en las ruinas de Poseidón trataron de entender la niebla sin saber que aquel mausoleo del mar sería su cuna, sin ver que finas gotas de agua se depositaban en los cimientos como lagrimas lloradas por los escombros, limpiando el polvo y devolviendo su sal a la tierra. Volvería el mar, engendrador de vida, la utopía de Mees estaría más cerca pero probablemente fuera imposible volver a construirla.